Con esta inquietud muy loable deseo reflexionar sobre conceptos que han seguido en vigencia, a través de los años, sin respuesta veraz. Me refiero a los tristemente desconocidos designios de los siempre presentes servicios de inteligencia del Estado.
Nos informa, a raíz de manejos de coimas, que el presupuesto de dicho engendro es de ¡un millón de pesos diarios! Pienso que el fundamento de dicha repartición es de índole castrense y, por cierto, con raíces fuertemente paranoicas del famoso enemigo interno y externo.
No logro incorporar el concepto que justifique el existir en democracia de tal tenebrosa criatura, siempre al servicio de la intriga y la delación. ¿De qué intelecto me habla? ¿De aquél que, con el pretexto de preservar, ataca y destruye con perversidad los atisbos de libertad? ¿Será posible que los gobiernos de turno nunca se ocupen de tan “rabioso juguete”, con aparentes tareas de ángel de la guarda? Con semejante tutela, qué podemos esperar de la deseable integridad de poderes, como el Ejecutivo, Judicial y Congreso.
¿Cuándo, realmente, romperemos las cadenas del sistema perverso que se nos quiere imponer? ¡Hemos crecido lo suficiente para que nos consideren! De no ser así, para desarrollarnos necesitamos aire puro, no la enrarecida atmósfera que se nos obliga a respirar. El oxígeno anhelado es para todos, los que están muy alto, los del medio, los de abajo e, incluso, para los que se arrastran, para que nos logremos llenar los pulmones con el vital elemento, que alimenta al cerebro y nos permite razonar.