Mendoza, como cualquier ciudad, está llena de historias de pasiones encontradas, de pieles incendiadas al calor del amor, desdichas y desazones. Pero también de pasiones desencontradas y fundidas en ríos de desencanto que pueden terminar en el mar de la tragedia.

    La siguiente historia es tan real que parece no ser cierta.Tan dolorosa como la tragedia misma que se desencadenó, en la tarde primaveral de un miércoles de invierno, en el consultorio de uno de los psicólogos más reconocidos de la provincia, la que aún no termina –como si el dolor no fuera suficiente– de sumar condimentos en los que la amistad se mezcla con la altanería y con la sensación de impunidad que el poder suele desatar en los débiles de espíritu.

    EL SOSPECHOSO. Mauricio Alejandro Suárez sigue prófugo y también sigue siendo el único sospechoso del doble crimen que conmocionó a Mendoza. La cantidad de testimonios que recogieron los investigadores así lo indican, a pesar de que todavía no se pueden comparar las huellas encontradas en la casa de la calle Barcala. Pero la historia no comenzó el miércoles de la tragedia, sino bastante tiempo antes de que la pasión, el dolor y la sed de venganza hicieran el resto.

    Mauricio es –¿o habrá que decir era?– un tipo cordial, ganador en sí mismo y enamorado de Andrea, según lo definen sus compañeras de la AFJP en la que trabajaba, y entrador a la hora de conseguir afiliados. En el café donde solía desayunar antes de que la AFJP se mudará de la esquina que ocupaba sobre la calle San Martín, lo recuerdan por sus ganas de leer primero los suplementos deportivos de los diarios. Mauricio cambió de rubro y se dedicó a la construcción, formando una pequeña empresa con un socio.

    Rápidamente, consiguió contratos en municipios radicales y comenzó a forjar un nuevo destino Según cuentan, su vida era Andrea y sus hijos. Mejor dicho, su pequeño de dos años, aunque él, en realidad, se había hecho cargo prácticamente de criar a otro pequeño de una pareja anterior de Andrea –el que ahora tiene unos diez años–, hasta que todo se fue derrumbando de a poco, en noches y tardes donde se quedaba cuidando a los chicos mientras su chica salía, quizás con Flavio, su compañero de trabajo en la polémica Penitenciaría mendocina y que –como surge del expediente– era un galán, un simpático y entrador picaflor.

    La situación se hizo insostenible.Hasta que un día Mauricio dejó la casa de Vistalba y partió a refugiarse con un par de amigos en un departamento de la calle San Lorenzo, mientras que Andrea siguió con su vida. Para Suárez, desde allí nada fue igual, y su molestia aumentaba cuando su ex pareja le contaba que iba con los chicos a visitar a Flavio. Su cara y sus gestos cambiaron para siempre desde que supo que Piottante compartía horas con los chicos. Quizás en esos momentos fue que comenzó a urdir lo que hoy la Justicia sospecha que fue la criminal venganza de la pasión.

    LA CONFESIÓN. Mauricio vivía con unos amigos y se sumaba a las salidas alguien que era su confidente y compinche, que tendrá relevancia esencial en esta historia: el director de Logística del Ministerio de Seguridad, Diego Coronel. Todo había cambiado en la vida de Suárez en los días previos al crimen. Según aseguran, cuando iba en auto pasaba por la casa del psicólogo y se la mostraba a algún amigo diciéndole “mira, estoy por alquilar esta casa”, señalando el lugar de la tragedia. Nadie sabe por qué eligió el miércoles 12 y esa hora, ni tampoco de dónde sacó el arma.

    Sólo él podrá dar la respuesta cuando la policía lo encuentre, pero sí se pueden reconstruir las horas siguientes al crimen que desencadenó un cimbronazo de gran magnitud no sólo en la sociedad, sino también en el área más sensible de la política en la actualidad. Ese miércoles, según cuentan quienes lo vieron –lo que también constaría en el expediente judicial– sus compañeros de vivienda lo notaron alterado y errático. El jueves, la noticia del doble crimen desató un mar de sospechas y preocupaciones, hasta que todo estalló en la noche del viernes.