Por una vez, permítame empezar esta columna con una clase de antiperiodismo: ser autorreferencial, un pecado que no se debería cometer jamás, pero no se me ocurre otra manera de ejemplificar esta semana.He cubierto desde las notas más nobles o conmovedoras hasta las más complicadas.
Junto con muchos colegas y sobre todo en la época cuando el Señor de los Caballos fracasó en su intento de apoderarse de esta provincia y planeó su venganza –confesada por él públicamente– hemos soportado aprietes, amenazas, acusaciones falsas y juicios de esos que se hacen para intentar acallar más que para buscar justicia.
Sin embargo, jamás en todos estos años, junto a los compañeros de este diario que participaron en el trabajo de investigación de los contratados y los gastos de pseudo publicidad del Ministerio de Seguridad, hemos recibido tantos llamados, tantas presiones directas e indirectas para saber quién era la fuente de la información que El Sol trabajó pacientemente durante casi un mes.
Las preguntas surgen sin esperar: qué se tocó, qué se contó, qué generó tal revuelo y tal preocupación y cómo quedó demostrado en la Legislatura; todo esto hizo que la Koncertación funcionara como casi nunca para intentar vaciar de contenido y fuerza política a todo posible cuestionamiento al ministro Miguel Bondino y para intentar que no se discutiera lo de fondo: qué se hace con los dineros del Estado.
EL GOLPE. La lista de contratos en Seguridad golpeó fuerte, porque siempre se creyó que era un secreto muy bien guardado, como la lista de los 68 ex policías que también están contratados, aunque el ministro alegara desconocimiento y dijera que eran sólo 20, y como tantos otros datos que van surgiendo en las últimas horas y que terminan generando preocupación.
Pero tanta preocupación, como los datos y la sensación de que en seguridad nada anda bien, la puede generar la falta de análisis y de respuestas ante la situación. Desde el mismo jueves, la respuesta primera de los políticos fue buscar razones en la interna del radicalismo o de la koncertación. Era –si se quiere– lógico como primera reacción, pero a medida que pasaron los días nadie fue capaz de poder mirar un poco más allá y analizar más profundamente la situación.
La insistencia en quedar en la anécdota de la interna y ser ciegos a analizar la situación de la fuerza policial y de la seguridad en la provincia es sólo una muestra más que quienes acompañan al gobernador no están a la altura de las circunstancias.Ni cuando gestionan, ni cuando son descubiertos en sus desmanejos.
ABROQUELADOS. Más allá de los datos de los nombres, lo que quedó al descubierto es una sospecha permanente: los contratos de locación sirven para hacer pasar gato por liebre. Por cada contrato que se le hace a alguien que realmente trabaja y cumple sus funciones, su horario y su compromiso con el Estado, vaya uno a saber cuántos hay que sólo son la forma de hacer caja, comprar o retribuir favores o profesionalizar militantes.
Esta parece ser la lógica de la política de los últimos tiempos, una lógica perversa, donde la democracia es de todos pero la política un coto cerrado, donde nadie puede entrar. La rápida reacción en bloque de los legisladores koncertadores, a los que se sumaron hasta los archirrivales iglesistas, da una muestra cabal.
Basta reflejar lo que pasó en la mañana del lunes, cuando Miguel Bondino llegó a la Comisión Bicameral de Seguridad. Cuando todavía las puertas estaban cerradas para la prensa, el todoterreno justicialista Carlos Ciurca prepoteó la palabra y adelantó que él no estaba de acuerdo con la visita del ministro, que no había nada que explicar y que para él estaba todo bien. Su catarata verbal contó con la mirada cómplice de cobistas e iglesistas.
La jugada fue clara, marcarle la cancha a quienes estaban dispuestos a interpelar al ministro y dejar a Bondino al ataque cuando se abrieran las puertas a la prensa. Pero lo doloroso es que, una vez más, se perdió la oportunidad de marcar la cancha y discutir en serio qué hacer con la seguridad de la provincia, con la policía, con los asaltos nuestros de cada día, con el tránsito.
Qué hacer de acá en más. Se perdió la posibilidad de pensar en grande e intentar, a partir de una anécdota, pasar a la política con mayúsculas.Hoy queda la sensación de que todo seguirá igual, porque es el status quo de la política, una forma de acumular y generar poder y, porqué no, protecciones para siempre.
JUNTOS. Más allá de los días calientes, la política chica parece seguir su marcha sin demasiadas novedades, excepto una que adelantamos una semana atrás y parece consolidarse, los puentes que un sector del cobismo tiende hacia el iglesismo son cada vez más sólidos y desde el iglesismo comienzan a aparecer señales de entendimiento de que el futuro será con Cobos o no será.
Seguramente, el gran desafío es ahora cómo recoger la manada y volver al corral, quizás no todos mezclados, pero sí juntos, cobijados por una sola bandera, aunque las porciones del reparto del poder sean exactas y no igualitarias.
Algunos hombres de Roberto Iglesias ya sueñan con guardar para sí algunas intendencias y un par de lugares expectantes en las listas de legisladores saben que ese puede ser un retiro digno para recomponer la tropa y después, ya con Cobos lejos en la Nación, comenzar un nuevo avance.
“Tenemos que aprender, nos fuimos de vueltas. Ahora hay que pensar y pelear para que el radicalismo puro sea gobierno. Y a partir de allí comenzar a ocupar nuevamente espacios de poder. Fue lo que el cobismo nos hizo a nosotros y, la verdad, es que le salió muy bien” se confesó un iglesista que ya no lo es tanto o que se ha vuelto un poco cobista, pero no tanto.
Las próximas horas, seguramente, transcurrirán sin grandes cambios y Julio Cobos, excepto que las encuestas, alguna circunstancia extraordinaria o su olfato de hombre común le marquen otra cosa, intentará llegar al fin de su gobierno con el mismo equipo.
Pero hay un problema grande que esta semana quedó en evidencia, por más que los generales llamen a cuarteles y a la calma, el odio y el resentimiento que quedó en las segundas y terceras líneas del cobismo y el iglesismo parecen demasiados profundos para que cicatricen al ritmo que necesitan sus jefes.