Votiva viene de voto, una ofrenda que se hace por voto es una ofrenda que uno hace por ganas, por elección. De ahí viene el nombre de lámparas votivas, que son las que suelen señalar un lugar, un nombre, un personaje significativo. El monumento a la Bandera que se alza en Rosario a orillas del Paraná tiene una lámpara votiva en homenaje al soldado desconocido. A los miles de hombres que, en lucha, dieron su vida por la patria y no figuran en enciclopedia alguna, en nómina alguna.
Una llama en un recipiente más o menos artístico permanece encendida a perpetuidad. No debe apagarse nunca, porque el recuerdo debe ser constante. Nosotros tenemos nuestra lámpara votiva. Está en Luján, en la destilería y la conocemos como el “monumento al fósforo”.
Cuando hay nubes bajas, su resplandor puede detectarse fácilmente aunque no se le vea el fuego. No puedo decir que sea un símbolo, no lo es, pero sí una característica del lugar, una curiosidad más. Para lámpara votiva no le da, porque en todo caso ¿a quién homenajea?, ¿al viento Zonda, al diablo, al general Mosconi? O tal vez sea un homenaje que hacemos los habitantes de este mundo de hoy a los habitantes de otros tiempos, quiero decir a los que nos legaron el petróleo, a los dinosaurios desconocidos.