Quisiera no pecar de aguafiestas de los procesos cívicos para elegir futuras autoridades gubernamentales. Estamos observando, bastante perplejos, que la acción de votar se está transformando en una especie de parodia. Cada vez más grotesca y sin sentido para la ciudadanía. Me refiero a cómo se ha ido desvirtuando el tan pregonado derecho del pueblo a elegir a sus dirigentes. Tal parece que nos han invadido, en tropel, individuos que se dicen defensores de los derechos de sus electores. Sin embargo, la mayoría son detractores de las directivas para las que fueron elegidos.
Los tres máximos poderes del Estado y sus colaterales están haciendo gala de una especie de antagonismo de la misión de velar por el bienestar del pueblo. El sentido político-social está de tal manera olvidado que es un eterno faltante. Las aparentes medidas de contenido social neto son meros parches que, en definitiva, postergan los verdaderos derechos del ciudadano. ¿Hasta cuándo seguiremos soportando a los políticos que se dicen con real vocación de servicio?
Al asumir, cambian, cual si fuesen camaleones, su forma de actuar y se vuelven voraces de sus propios intereses, en detrimento del pueblo que los mira atónito y desencantado. Pareciese que el pedido de “que se vayan todos” ha quedado en el olvido. Sugiero que imprimamos, por todos los medios posibles, el férreo deseo de gritarles ¡Basta!,que aquello de que “el pueblo unido, jamás será vencido” se haga palpable realidad. De lo contrario, la tan anhelada justicia social seguirá siendo la gran ausente.