Buenos días, a pesar de todo.

Dante Di Lorenzo, uno de los grandes periodistas que tuvo en Mendoza y que dio cátedra desde Elevediez, la querida emisora por la que hacíamos un espacio de sonrisas con la incomparable Milka Durand, solía decirnos a los que nos iniciábamos en estas lides de la comunicación: “La búsqueda del perfeccionamiento debe hacerse con la curiosidad del sabio y con la humildad del mendigo”.

Buen consejo, Dante, espero haber sido, aunque sea una porción, coherente con él. La frase se me vino a la memoria porque uno de pronto ve a esos señores que hacen ostentación de poder, que ya han acumulado dinero para varias de sus degeneraciones, que se creen de vuelta de todo, que se atreven a aconsejarnos sobre cómo ser felices siendo pobres, y piensa, uno piensa: ¡Qué tipo más sólido! ¡Qué tipo tan seguro de sí mismo! ¡Qué consistencia de roca! ¡Roca, las petunias! No les da ni para ripio. Porque si uno les orada el sobretodo piel de camello, el saco Yves Saint Laurent, la camisa Christian Dior, les va a encontrar la piel desnuda, y en su desnudez se hacen evidentes las imperfecciones. 

Si uno los descascara, aparecen sus vulnerabilidades, a poco de ahondar nos daríamos cuenta de que son tan falibles como nosotros, y muchas veces, la mayoría de las veces, más infelices que nosotros. 

Se salvan en lo material, pero tienen la moral en el Codeme de la conciencia. Muchos de esos tipos ricos son unos pobres tipos, unos miserables tipos, me atrevería a decir, dispuestos a hacer todo para ellos y nada por los demás. Les importa un corno el malestar de la gente mientras sus cuentas bancarias sigan multiplicando los ceros, porque no tienen la curiosidad del sabio ni la humildad del mendigo, sólo tienen la voracidad de la avaricia. 

Y, entonces, la roca, de noche, y en soledad, tiene la gelatinosa consistencia de una medusa. La realidad nos está mencionando nombres. No son pobres, de eso estamos seguros, pero dan ganas de decir: ¡Pobres tipos!