Que sean Cristina Fernández de Kirchner en el oficialista Frente de Todos, Patricia Bullrich y Javier Milei en la oposición, con José Luis Espert, quizás, un escalón más abajo de los tres, los únicos o muy pocos que han logrado movilizar y conducir a muchos argentinos –como sus seguidores– a expresar al extremo sus emociones y apoyos sin medias tintas ni mucho menos culpas, está hablando a las claras de que la Argentina del presente no sólo no admite que se le hable en términos difusos y líquidos sobre lo que habría que hacer y emprender para resolver el drama que los aqueja; tampoco está en condiciones de aceptar lo que años atrás el establishment llamaba pomposamente el “gran acuerdo o pacto social”, como respuesta a los problemas.

Las encuestas son las que están confirmando esta tendencia en la Argentina, la que supuestamente muestra un rechazo y un intento de castigo y un deseo por terminar con la grieta, pero que a la vez se moviliza y se estremece sólo con la oferta del todo o nada, del matar o morir.

Hasta no hace mucho se podía afirmar que quienes militan y agitan los extremos en el país podrían estar representando y expresando a minorías ruidosas. Todo aquello que podía quedar reservado al kirchnerismo más alienado y enfervorizado, dentro de los bordes del fanatismo, algo que hoy también puede verse en la vereda opuesta, en la oposición, frente a cómo se van acomodando y distribuyendo los apoyos en ese enfrentamiento interno que protagonizan Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, en el PRO y Facundo Manes y Gerardo Morales en el radicalismo, todos dentro de Juntos por el Cambio.

Ciertamente que, ante tal panorama, podría resultar atractivo desde la teoría, en términos estratégicos, políticos y electorales, la aparición fantasmal de un candidato síntesis de todo lo que hoy ofrece el menú. Pero, aunque se sabe y se reconoce como un imposible, si llegara a aparecer, bien podría estar más cerca del rechazo que de la adhesión.

Han sido tan profundas, lacerantes y graves las heridas de aquel modelo y método que aplicó con éxito el falso progresismo en los primeros años del siglo, tras la salida de lo que se reconoce como la peor crisis institucional que haya soportado el país entre el 2001 y 2002, que cualquier intento por la unión mayoritaria de los ciudadanos argentinos detrás de cualquier política de Estado, parece un imposible.

De todas maneras, todo está indicando, también, que el ser portador de una propuesta del tipo halcón frente a la débil o mansa de la paloma, tampoco le garantiza a su poseedor, un triunfo seguro. Es lo que ocurre con la vicepresidenta en el oficialismo: con ella no alcanza y sin ella se pierde. A Patricia Bullrich, por caso, el mostrarse implacable contra todo lo que huela a oficialismo o cercano a ese humor, la está ubicando al tope de las preferencias en el PRO, pareciera, además de sacarle varias cabezas de ventaja a los rivales indirectos del radicalismo, los que hoy están cumpliendo un rol de partenaire en el universo de Juntos por el Cambio: porque ni Manes, ni Morales podrían hoy, según lo indican los sondeos, imponerse frente a las figuras del PRO. Ambos son –así se ven tomando distancia–, meras piezas para el juego más o menos exitoso que puedan emprender sus rivales del PRO.

Rodríguez Larreta con Morales y Bullrich con Manes y Cornejo ha sido las combinaciones de la alternativa de las formulas cruzadas, y agitan a su vez las señales que comenzaron a ser más visibles y profundas cuando en marzo hiciera su aparición, en Mendoza, el denominado “Grupo Malbec” del que fueron parte Bullrich, Cornejo, Manes, Gustavo Valdez y Patricia Losada, entre otros.

Y si hay señales, también existen operaciones, como esa que se asegura que fue la versión lanzada a mediados de semana indiciando que el mendocino Ernesto Sanz sería el compañero de fórmula de Bullrich, desmentida por el sanrafaelino. Como Manes dice que Sanz es su “mentor” o cuando menos uno de los primeros en animarlo a jugar fuerte en el escenario electoral, el hecho que la versión vincule a Sanz con Bullrich, podría ser una movida del larretismo para hacerle ver a Manes que su “mentor”, mientras lo anima a que se lance a esa patriada de buscar la candidatura por el radicalismo por otro lado acuerda con un ala del PRO.

Podría estar dándose en el país lo que algunos politólogos, no hace demasiado tiempo, definieron como una expresión de “democracia de baja intensidad”, la que se descubre en el cierto desgano de parte de la sociedad para exigir más y mejor calidad en el funcionamiento de la democracia y por sobre todo en sus resultados. Y cuando se está a nada de los 40 años de la democracia recuperada, no viene para nada mal profundizar el concepto. Uno de los que auscultó el fenómeno en el pasado reciente fue Guillermo O’Donell, por caso.

Dejar en manos de los extremos el principio de solución, puede sonar mucho a eso de una ciudadanía de baja intensidad que se escuda, en parte con mucha razón, en el fastidio, el enojo y la bronca que le ha generado en su ánimo tanta mala praxis y acto fallido.

Tampoco esto puede significar que sólo una idea basada en el acuerdo o en la búsqueda de pactos entre los sectores políticos sea la única solución posible para el país. En principio porque parece no prender en la sociedad ese tipo de propuesta electoral, al menos hoy.

Pero tampoco aquel candidato que llegue prometiendo sangre y fuego tiene asegurado el éxito. El código a descifrar es cómo se gobernará desde el 10 de diciembre próximo sin un pacto general sobre las cuestiones mínimas. Salvo que quien se imponga lo haga por una abrumadora mayoría y caudal de votos, lo que pareciera poco probable, tendrá a su alcance el poder de avanzar con lo que tenga previsto.

En Mendoza pueda se estaría ante un fenómeno que hace años no se daba: un escenario dividido en tercios que obligue a quien se imponga en las elecciones a buscar sí o sí acuerdos. Y hoy hay que ver cuál de las tres propuestas más importantes que se tienen a mano, está en condiciones de ir a buscar y a tejer acuerdos transparentes y de cara a todo el mundo con sus rivales cuando llegue el momento. El próximo gobierno estará obligado a eso, para rediscutir los cambios que necesita la economía, la educación, la salud y la justicia que satisfagan a la mayoría, y sólo para empezar y sin esa connotación negativa o hilarante, más que nada, que tuvo tal expresión en boca de un ex gobernador.

Elbio Rodríguez ha sido de los pocos o el único en medir y reconocer la verdadera dimensión de la grieta en Mendoza. En un relevamiento de comienzo de año, en enero, en los departamentos de Ciudad, Godoy Cruz, Guaymallén, Las Heras, Lujan, Maipú y San Martín, el consultor descubrió que la grieta o lo que se conoce como tal está presente un 54 por ciento de los mendocinos. Ese 54 por ciento se descompone en un 37,5 por ciento de adherentes de alguno de los integrantes más importantes de Cambia Mendoza como Alfredo Cornejo, Rodolfo Suarez y Omar de Marchi (cuando De Marchi todavía formaba parte del oficialismo), contra un 16,5 por ciento de adherentes de algunos de los referentes del Frente de Todos, como Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner, Anabel Fernández Sagasti y negados definitivamente a todos los de Cambia Mendoza.

En el análisis como conclusión del trabajo, Elbio Rodríguez ha concluido con que la grieta en Mendoza “alcanzaría a un 54 por ciento entre los frentes; un 25,1 por ciento podríamos denominarlo como la ‘grieta’ en relación a la política en general. Y un 20,9 por ciento que podríamos denominarlos por ‘fuera de la grieta’”. Con lo que, aquel 25 por ciento que dice rechazar a la política y ese casi 21 por ciento que asegura estar fuera de la grieta son los que, en definitiva, tendrían en sus manos el próximo gobierno de la provincia, porque tienen a su vez, el poder del cambio, de uno a otro lado o un mix, según como se vea, de todo lo que hay