Cuando un hombre tiene ideales coincidentes con un partido político, normalmente se afilia. Puede con el tiempo darse cuenta de que se ha equivocado y forma otro, pero pasar a otro partido porque le conviene a su pecunio es propio de un hombre sin principios. No sirve. Por ello, lo mejor sería, en las elecciones, tachar de las listas a la gente que no consideramos preparada para un cargo y dejar, sea del partido que sea, a los que queremos que nos representen.
El Gobierno nacional está prometiendo muchas cosas, algunas, en marcha. Idealmente, los proyectos son aplaudibles, pero son tantos los subsidios, aumentos, obras, que no sé si serán promesas difíciles de cumplir después de las elecciones y no tengamos que volver a pedir préstamos a los bancos internacionales.
Sentado en la mesa de un café, escuché una conversación entre varias personas:“El presidente está nombrando a demasiados familiares y haciendo muchas promesas”, dijo alguien, y contestó otro diciendo: “Esas promesas son el anzuelo que le tira a nuestro gobernador para arrimarse a él y, de paso, destruir el partido radical, que es el único que podría ganarle las elecciones, y el gobernador cree, y en algo lo ha logrado, que actuando así está sacando promesas y obras públicas siguiendo la corriente oficial”.
Otro opinaba que a nuestro gobernador lo estaban usando y que, llegado el momento, no va a ser vice y tal vez lo manden a una embajada, que es la forma de desligarse oportunamente de quien ya no necesitamos. En el Gobierno aún hay muchos montoneros y hasta algunos del ERP, que fueron los que comenzaron la época aciaga de nuestro país, y eso es un peligro, porque quienes gobiernan Argentina nos pueden llevar a un gobierno unitario, porque prácticamente todo se hace con el consentimiento del presidente. “Fijate vos –dijo otro–, que el banco que se quiere crear deja 49% que lo copa la Nación, y puede ocurrir como antes con el Banco Mendoza y el de Previsión, que llegaban las órdenes de dar créditos a gente insolvente, y así quedamos”. Nuestro país siempre creyó en las palabras políticas y en un estúpido fanatismo.