Argentina es un país fuera de serie para cuestiones institucionales. La normalidad, desde hace algún tiempo, es romper con ciertas tradiciones institucionales que hablarían bien de nuestra diplomacia política interna. Sin embargo, estamos lejos de cualquier país europeo en materia de diálogo y protocolo. Basta señalar que Cristina decidió en el 2015 no entregarle los atributos presidenciales a Mauricio Macri por el descontento que mantenía con su sucesor.
Por estas horas, Javier Milei ya es el presidente electo. Mientras comienza a recibir los saludos de presidentes extranjeros, ya está armando su equipo de funcionarios. Pero también tiene que designar a alguien que encabece la transición con el gobierno que se va. Por ello, sería importante que, a pesar de las diferencias ideológicas, se respete este proceso que concluirá en 20 días más, cuando el líder de La Libertad Avanza reciba bastón y la banda.
No debería haber mayores problemas, salvo que se quiera meter el pie y generar una zancadilla, retacear la información o no ser transparente en este tirón hacia el 10 de diciembre. Los argentinos se merecen un poco de paz en las pequeñas pero importantes cosas que hacen a la vida republicana. Es el último gesto que puede dar la gestión saliente, sobre todo, para no generar más preocupación con temas sensibles como el dólar.