Para el tiempo de cosecha…

En el desayuno de Coviar hubo un cassette puesto en loop en todas las entrevistas. Si, por ejemplo, uno ponía Canal 9 Televida y prestaba atención a las respuestas de los funcionarios de diferentes colores políticos, la escena repetida era la siguiente: eran todas sonrisas hasta que, en algún momento, ponían cara de circunstancia y mencionaban que el pronóstico de cosecha para este 2023 es pésimo; no sólo en comparación con el año pasado, sino en un contexto histórico. La Vendimia, más allá del festejo popular y la algarabía que copa las calles mendocinas, será triste.

Ese panorama no alcanza para alterar los estados de ánimos exultantes en medio de tazas de café, copas de vino, cócteles varios y platos gourmets que adornan y le dan color a la rosca política. Ni hablar, cuando se trata de un año electoral y todos tratan de meter un bocadillo para ver si pueden generar revuelo o polémica. No importa el contenido; sólo vale meterse en la agenda y generar un título.

Por eso las miradas cómplices cuando Sergio Massa subió a dar un discurso en los patios del Hyatt. “Arrancó la fragua”, se escuchó luego de que el ministro de Economía comenzara a prometer subsidios, programas, créditos y miles de millones de pesos en asistencia para los productores viñateros. No fue muy diferente a los anuncios ampulosos que realizó también en esta provincia el año pasado para calmar o darle una luz de esperanza a quienes habían sido golpeados por las heladas tardías. Poco y nada de aquellas palabras se hizo efectivo. Se las llevó el viento. Más bien, se hicieron humo.

Massa también cambió la cara cuando se paró frente al atril. Ahí sonrió e intentó poner un rostro afable. Momentos antes, su semblante era terrible. Entre enojado y tedioso, como si no quisiera estar ahí. Todos se dieron cuenta. Después, cuestión de segundos, pasó del drama a la comedia. Un clásico.

Vendimia es más que un festejo o una temporada de cosecha. Es el termómetro de la política, provincial y nacional, y es la fecha que determina un antes y un después en la planificación política y empresaria; especialmente, cuando se trata de un año electoral.

Eso explica por qué, como hacía rato no pasaba, tantos funcionarios nacionales llegaron a Mendoza. Massa, “Wado” De Pedro, Victoria Tolosa Paz, Daniel Filmus. Todos se sentaron de cara al público y se animaron a sonreír y a saludar. Un acto casi de valentía en una provincia donde todo lo que se desprenda de Alberto Fernández y Cristina Kirchner tiene una pésima imagen y un alto nivel de rechazo. Igual, vinieron. Total, qué más podría pasar.

Son juegos estrategia. Vendimia se convirtió en un reality donde cada uno se mueve de manera tal de quedar nominado para un cargo o una candidatura. Se los ve conversar, tejer alianzas, hacer guiños, postear comentarios en las redes sociales, buscar la foto más conveniente y mandar indirectas.

En ese show, el capítulo más importante tuvo que ver con la interna de Juntos por el Cambio y su franquicia local, Cambia Mendoza. Que De Marchi va por adentro, que De Marchi va por afuera. A esta altura, y después de los dardos que el lujanino recibió tanto de su jefe político, Horacio Rodríguez Larreta, y de la otra precandidata presidencial del Pro, Patricia Bullrich, la pregunta es si De Marchi competirá o se bajará de toda pretensión de ser gobernador a cambio de un futuro cargo en un eventual gobierno nacional.

“Ando con el casco puesto”, confesó De Marchi al llegar al almuerzo de Bodegas de Argentinas, en relación a la cantidad de cascotazos que recibió este finde.

Para no ser menos, el perokirchnerismo local quiso captar un poco de atención. Alicaído y con pocas chances electorales, buscó al menos generar un poco de ruido. De eso se trata este juego: de estar en la conversación. Y apareció Anabel Fernández Sagasti, cuyo nombre, hasta hace algunas semanas, parecía alejado del armado de la lista. Es decir, no como protagonista, sino como simplemente como una voz fuerte a la hora de indicar qué apellidos sí y qué apellidos no. Ahora resulta que, quizá, si se lo piden y el movimiento entiende que es la mejor candidata, estaría dispuesta a poner la cabeza por segunda vez en su carrera política en busca de la gobernación. Con un alto riesgo de sumar una segunda derrota consecutiva.

En la agenda local hay dos temas que, de ahora en más, empezarán a hacer ruido. Los dos salpican directamente a la Suprema Corte de Justicia.

En el primero, el máximo tribunal deberá decidir qué hacer con el famoso roll over que el gobierno de Rodolfo Suarez gambeteó en la Legislatura. Es legal o no es legal. Esa es la cuestión. Y, en el medio, las sospechas de que la Corte es una escribanía del Ejecutivo. Y como el asunto puede ser analizado desde diferentes perspectivas jurídicas (un fallo podría argumentarse de igual manera a favor o en contra), desde el Palacio Judicial enviaron un mensaje a todo el arco político: “Póngase de acuerdo entre ustedes, negocien y al menos por una vez muestren madurez. La Corte no está para mediar en la falta de acuerdos”.

El segundo caso tiene que ver con el agite de fantasmas que están haciendo legisladores como Jorge Difonso y José Luis Ramón con el proyecto minero Cerro Amarillo. Resulta que ahora también se oponen a que haya emprendimientos que cumplan con la ley 7722 y buscan a través de las redes generar un clima hostil; tal vez, imaginando una mega marcha como la de diciembre de 2019. Ahí, es probable, también deba intervenir la Corte provincial.

Afuera de la “casa vendimial”, el paisaje es otro; no muy diferente del país. A pesar de los súper festejos de la Arístides y los bares colapsados, en las cuadras lindantes y en los departamentos del Gran Mendoza las imágenes se repiten: gente mendigando, en el mejor de los casos, o revisando los cestos de basura. Cada vez son más y parecen estar invisibilizados, salvo, claro, para los vecinos que a diario se despiertan con kilos de residuos desparramados de quienes ávidamente buscaban algo para comer.

Son mendocinos que están caídos del sistema, fuera de toda agenda. Que forman parte del 38 por ciento de pobreza, del 6 por ciento de desocupación, cuyas familias están muy por debajo de los 57 mil pesos necesarios para no ser indigentes  y a quienes todos los meses la inflación los hunde un poco más en la miseria.