En el país de las extravagancias, el cambio de dirección no podía ser otro, ni menor. Javier Milei logró convertirse en el flautista que supo tocar la melodía justa y necesaria en el eterno proceso electoral presidencial, para que desde el 10 diciembre se ponga al frente de todo un país que según lo que ha propuesto virará hacia caminos y rumbos desconocidos, nunca antes transitados por ningún argentino vivo, ni tan siquiera por él mismo, el protagonista y dueño absoluto de este giro histórico, qué duda cabe.
La inflación; la pobreza; el estancamiento eterno de la economía; el Estado que todo lo puede y todo lo ve y el que ha conseguido acumular a lo largo de las décadas esa capa de millones de insatisfechos sumados de generación tras generación; la falta de empleo de calidad; el hambre y la indigencia y la pérdida sufrida por las familias del control y de la planificación del presente y por supuesto que del futuro, han representado, esas miserias juntas, todo lo que la sociedad mayoritariamente decidió rechazar un día, así como lo hiciera en diciembre del 2015. Aunque la diferencia con aquello de ocho años atrás, ahora se haya apuntado y descansado en un ser impensado, ajeno a la política tradicional, casi un personaje de juegos, de ficciones, de otros mundos, que supo vestirse con la promesa del cambio y a lo que anoche mismo le ha sumado, como si fuese poco, darle un solo golpe letal a lo conocido, de entrada nomás, sin medias tintas, ni gradualismo, ni tibiezas.
Se trata, como bien se ha dicho, de un experimento inédito no sólo porque Milei se encuentra en apariencia solo y que ha llegado sin más que lo que se ve a su alrededor, desprovisto de estructuras y de una base política como todo lo conocido. Esa supuesta debilidad y falencia, ha sido, sin dudas también, una de las llaves que le permitió alcanzar la gloria este domingo. Es más inédito, porque ha dejado flotar que la libertad y eso del mercado, funcionando juntos, sin regulaciones, ni trabas de algún tipo, solucionarán los problemas de os argentinos al punto de que en poco lo ubicarán entre las primeras potencias mundiales.
Vaya si hay que ser corajudo y valiente para decirlo, en un clima social en donde pareciera que la mecha de la tolerancia es corta, y donde no se sabe a ciencia cierta cuál es el nivel de tolerancia y el umbral de aceptación a los posibles fracasos que puedan llegar a venir, tiene ese ejército de votantes jóvenes que se volcó masivamente a votarlo por empatía, manifestación de rebeldía o antisistema, como todo lo que fue expresando y manteniendo como una marca a su favor desde que irrumpió en el escenario político para disputarle el lugar –y ganárselo de manera rotunda– a una oposición tradicional que perdió el mismo día que creyó tenerlo todo en sus manos cuando comenzaron a anotarse uno tras otro los fracasos del cuarto kirchnerismo, promediando la pandemia, un poco más de dos años atrás.
En este escenario nuevo, por supuesto que hay más incertidumbres y preguntas que la única certeza que se tiene: el deseo del cambio urgente. Milei no defraudó este domingo en las dos veces en las que se dirigió al público que lo aguardaba, luego del reconocimiento de la derrota por parte de Sergio Massa. Con tono mesurado, es cierto, volvió con la figura de la motosierra que lo depositó en las puertas del triunfo y que pareció dejar a un costado cuando fue entornado por Mauricio Macri, Patricia Bullrich y parte del PRO. Mencionó que con él se termina una forma de hacer política que llevó al hundimiento del país, el Estado omnipresente, el Estado botín de los amigos y el empobrecedor. Ratificó el respeto por la propiedad privada, el comercio libre y que no hay vuelta atrás de todo ello. Advirtió, también, que será implacable con los que se pongan enfrente a las transformaciones, se resistan o rechacen los cambios y que lo hará dentro de lo que la ley ordena y determina. Por todo eso no defraudó. Lo que no hizo, sin embargo, fue avisar del dolor y cuánto de ese dolor provocará el cambio de modelo, porque nada será gratis. Claro que frente a la tierra arrasada que dejó el kirchnerismo con su populismo y toda su irresponsabilidad a cuesta, bien vale preguntarse cuánto más de peor se puede estar y cuándo más sufrimiento pueda tener por delante un país que ahora parece decidido a someterse a una cirugía que le llevó tiempo admitir.
El futuro es apasionante, en todo sentido. Tiene todos los condimentos del suspenso, del drama y del terror, aunque con una apuesta a que la misma incertidumbre y ese salto al vacío pueda llegar a sorprender a todos de la existencia de una malla de contención allí abajo, en esa inmensidad de misterio que se ha abierto en donde sólo parecen tenerla clara quienes tienen fe; fe en el nuevo santo libertario que ha alumbrado la Argentina. El que puede conseguir la gloria o darse con otra versión del mar plagado de aguas infestas y borrascosas como en las que viene navegando el país.