Un almacenero de la localidad de Capitán Bermúdez, ubicado a 15 kilómetros de la ciudad de Rosario, se mostró preocupado por el robo de una pastafrola en su comercio de barrio. El hombre tuvo que acudir a las cámaras de seguridad del local para descubrir al ladrón y se llevó una sorpresa.
Alertado por una empleada, notó que alguien había sustraído el alimento de una de las góndolas. Peor aún, se le reían en la cara: quien lo había hecho, comió la pastafrola en la vereda del local con total impunidad.
Por eso, apeló a las cámaras que montó en el almacén y empezó a rastrear al delincuente, hora por hora.
Pero se llevó una sorpresa: el malviviente había actuado a cara descubierta. Se trataba, nada menos, que de un perro.
El can ingresó al local subrepticiamente, sin que la encargada se percatara, eligió con cuidado qué podía llevarse y atacó con delicadeza la pastafrola de una tercera bandeja de la góndola.
Luego salió y decidió no andar mucho, puesto que el hambre era urgente. Terminó devorando el panificado en la vereda misma del almacén.