Ese jueves 26 de marzo de 1992 no sería un día cualquiera en el Congreso de la Nación.

La presidenta nicaragüense, Violeta Chamorro iba a hablar como invitada para todos los legisladores. Sin embargo, no fue por eso que esa jornada pasó a la historia.

Como es habitual cuando una autoridad extranjera es invitada al Congreso, para mostrar el lugar lleno, suelen usarse dobles, como en la entrega de los Oscar. Asesores o gente que anda por ahí, de saco y corbata, con cara de legislador son sentados en los butacones para hacer número.

Algo meramente decorativo.

Hasta ahí, lo de siempre.

Pero claro, siempre algún actor se enamora de su papel, se lo cree y ya no puede diferenciarse persona de personaje.

Eso le pasó a Julio Abraham Kenan, al que habían puesto para hacer bulto, pero se enamoró del lugar y cuando ya la presidenta nicaragüense se había ido, se quedó sentado en la banca de un diputado.

Nada grave si después del discurso de la mandataria extranjera tasa, tasa, cada cual se hubiera ido a su casa.

Pero no.

Lo que venía después era nada más y nada menos que la venta de uno de los principales activos del país; los legisladores debían tomar una decisión que cambiaría el panorama de la energía argentina por años.

El día anterior el debate había terminado pero el peronismo no había conseguido los votos suficientes para aprobar la venta de Gas del Estado y pidió entonces levantar la sesión.

Ya estaba todo discutido, sólo faltaba votar. Para eso era necesario que 130 diputados se sentaran en sus bancas.

Y tenían que ser diputados oficialistas, porque el radicalismo, ofendido, se había retirado y no pensaba ayudar a que la sesión se cumpliera ¿Ahora bien, por qué “que se sentaran”? Porque en aquél momento los diputados marcaban su presencia sólo sentándose: las butacas tenían un sensor que se activaba con el peso de los generosos traseros oficiales.

Depositaban sus legislativos glúteos en el cuero y ya está.

130 culos, 130 presencias = quórum.

Y don Julio Kenan, con sus 74 años, aportó su culo de asesor.

Y votó para que se vendiera Gas del Estado.

En ese momento, Diego Mandelman, un jovencísimo periodista que daba sus primeros pasos como corresponsal de LV3, Córdoba (recuerden el nombre, voy a volver sobre su historia que también quizás explique toda la historia) atento a todo lo que estaba ocurriendo le dice al más experimentado periodista de Clarín, Armando Vidal : “Ese señor que está ahí, en esa punta, no es diputado”, según le contó Vidal muchos años después al periodista Jorge Martínez Carricart ,de La Nación.

Los dos colegas, entonces, el novato y el veterano desde su palco empezaron a mirar al extraño y ¿qué hicieron los demás legisladores peronistas cuando notaron el interés de los escribas por el generoso posador de posaderas?

Comenzaron deliberadamente a taparlo.

El instinto de Vidal lo empujó a correr escaleras abajo, en la galopada se le fueron sumando otros colegas. Fue tan rápido que llegó justo cuando al bueno de Kenan otros empleados del bloque peronista intentaban disimuladamente sacarlo del lugar del escándalo.

“¿Usted es diputado?”, preguntó Vidal.

“No, no”, contestó un atribulado Kenan.

“¿Y qué hacía sentado en una banca?”

“No, me dijeron que me sentase ahí porque me sentía descompuesto”.

La primera parte del plan peronista –meter a un diputado trucho para votar una ley fundamental– ya estaba cumplido. Venía la segunda, una constante en el partido del general: cambiar la realidad, ofenderse y asegurar “aquí no ha pasado nada”.

Como hay que pegarle al chancho para que aparezca el dueño, al toque apareció el legislador a quien Kenan asesoraba. Ni más ni menos que el diputado peronista Julio Manuel Samid, hermano deAlberto Samid -quien quiso presentarse para intendente de La Matanza y que el año pasado culminó su pena de cuatro años de prisión domiciliaria por el delito de “asociación ilícita”-. Pero hablamos de su hermano Julio que en ese momento, empezó a aplicar el plan peronista que va de derecha a izquierda: primero se victimizan, después vemos.

“¿Qué le pasó, don Juan?”, preguntó alarmado el hermano del Rey de la Carne, y le consiguió una silla de ruedas a Kenan que de actuar de legislador pasó a actuar de enfermo.

La determinación de Vidal y otros periodistas consiguieron lo que el peronismo no esperaba. Que todo se hiciera público. Llega entonces el presidente del bloque peronista, Jorge Matzkin y en plan victimización y ofensa, le grita a los periodistas: “Es un hombre enfermo ¿qué es esta persecución?”.

El también diputado peronista César Arias -bicho leguleyo que fue diputado, Secretario de Justicia de la Nación, Procurador del Tesoro, vicepresidente y apoderado del Partido Justicialista, Presidente del Centro de Abogados de Buenos Aires, y hasta auditor en la Auditoría General de la Nación, o sea, un señor que ha decidido cosas importantes de nuestras vidas a lo largo de los años- puso en aquél momento en funcionamiento todo lo que aprendió en sillones oficiales pagado con la nuestra, preguntó exaltado: “¿Alguien le tomó nombre al señor que estaba sentado? De lo contrario aquí no hay pruebas”.

“Los periodistas damos fe de que ese hombre estaba en el recinto en el momento de votar”, respondió Vidal. “¿Usted es escribano?”, pregunta entonces otro histórico peronista, Eduardo Caamaño (porque todo daño de cualquier tamaño siempre tiene un Caamaño).

Según pudo establecer Vidal en ese momento, quien pergeñó la maniobra fue el diputado peronista riojano Carlos Romero, que nunca lo desmintió. Además el periodista le puso nombre a los otros diputruchos: Luis Balager, Daniel Locaso, Fernando Ocampo y Francisco Ayán, todos colaboradores de diputados peronistas.

Esa misma tarde, en una oficina que Vidal no reveló, antes de declarar en la Policía, legisladores peronistas le dijeron: “¿Cómo arreglamos esto?”. El periodista les mostró que tenía una medallita que su padre siempre llevaba encima, de “la lealtad peronista”. Y les preguntó: “¿Cómo traiciono a este?”. Ahí nomás le dijeron que se vaya. La lealtad peronista es una fruta tan rara.

Esa misma noche, cuando Vidal fue a los talleres del diario para ver cómo había quedado su crónica, puso el grito en el cielo. Un editor le había sacado peso a la nota, poniéndola en potencial: “Un intruso habría votado”. Corrigió todo, puso la noticia como era, afirmativa y así salió. Nadie le dijo nada.

 ¿Qué pasó después?

Nada.

Nueva sesión, quórum completo.

Armaron una comisión investigadora que no investigó, los radicales terminaron mirando para otro lado.

 ¿Alguien preso o castigado? No, eso a la Justicia argentina eso le arruina la ropa.

Recordemos, estamos hablando de peronistas “racionales”. Imagínense los no racionales.

Les había dicho que se acordaran del nombre del pibe despierto que le avisó al periodista avezado de lo que estaba ocurriendo.

La vida de Diego Mandelman se convirtió en una gran paradoja.

Su primer gran triunfo fue sobre lo que hoy se conoce como “la casta”.

El pibe que dice: “che, ese es trucho” en 1992, diez años después se convierte, en la presidencia de Néstor Kirchner, en vocero de prensa de la jefatura de gobierno, del peronista Alfredo Atanasof para ser después, director de prensa en el Ministerio de Trabajo del peronista Carlos Tomada entre mayo del 2003 y 2011, y para integrar más tarde el equipo de comunicación del ministerio de Planificación de nada más y nada menos que el peronista Julio de Vido. En el 2019 retomó su trabajo en el Ministerio de Trabajo y fue nombrado por decisión administrativa 1798/2020 con el cargo de Director de Prensa y Comunicaciones de la Unidad Gabinete de Asesores del Ministerio de Trabajo, con un sueldo que en ese momento, según contó C5N (que seguramente se estaba cobrando algún vuelto con tanta información que dieron sobre el caso) era de 800 mil pesos. Un dato de los que nunca faltan, en la resolución se estableció que “se autoriza el correspondiente pago del suplemento por Función Ejecutiva Nivel II del citado Convenio Colectivo de Trabajo Sectorial y se efectúa la presente designación transitoria con autorización excepcional por no reunir el señor Mandelman los requisitos mínimos establecidos en el artículo 14 de dicho convenio”.

No le daba para el cargo, le daban el cargo igual.

Lamentablemente, la relación de Mandelman con los integrantes de su ex gremio parece haber sido mala, tanto que la ex ministra de trabajo, Kelly Olmos (apartándome del tema: dos nombres que nunca entenderé cómo llegaron a algo bajo esas denominaciones: “Kelly Olmos” y “Chiquitapia”) lo echó de su puesto de trabajo. ¿Qué pensaría aquél muchachito idealista que ayudó a destapar un curro peronista al enterarse que 31 años después lo echarían de un puesto estatal pero que quedaría como asesor, cobrando lo mismo pese a no tener más el cargo?

No sé, maravillas de la lealtad.

Pero los contubernios ni comenzaron ni terminaron en marzo del ’92 con la privatización de Gas del Estado. Según comentaba Página/12 cuando era un diario, “el antecedente más escandaloso remite a la madrugada de 1990 en la que fue sancionada la ley que amplió el número de miembros de la Corte Suprema de Justicia. La presencia de impostores fue denunciada penalmente entonces por los radicales Carlos Mosca y Jorge Reynaldo Vanossi”.

Y hay más.

Sólo seis meses después de la venta de Gas del Estado, en las sesiones del 23 y 24 de septiembre del ‘92, el peronismo privatizó YPF y se repitieron las trapisondas. El catamarqueño Luis Saadi contó que se habían pagado 8 millones de dólares de coima entre los legisladores peronistas para levantar la mano.

No se investigó.

Nadie preso.

Siga, siga.

Ni siquiera estamos hablando de la barrabasada de Axel Kiciloff, que al estatizar lo que ellos mismos habían privatizado nos obliga a todos a pagar 16.000 millones de dólares y pone cara de “yo no fui” y tampoco pagará nada por esto.

Pero los peronistas se superaron.

Ya no les hacía falta mentir que habían conseguido algunos diputados más para que hubiera quórum. En esa noche de septiembre del ’92 el radical Raúl Galván gritaba que se había comenzado a sesionar sin llegar al número reglamentario. Y para demostrar que algo no estaba funcionando el voluminoso entonces legislador mendocino, también radical, Raúl Baglini se levanta de su butaca y hace notar que el tablero electrónico ni se inmutó, cuando en realidad debería haberlo marcado. “No hay duda alguna de que mi banca debería ser sensible a mi peso”, dijo Baglini, siendo obvio.

Pero no pasó nada.

Nunca pasa nada.

Los peronistas gobernaron tranquilamente con decretos de necesidad y urgencia (DNU):

  • 195 de Menem.
  • 6 de Rodríguez Saá en sólo una semana.
  • 154 de Duhalde.
  • 236 de Néstor Kirchner.
  • 78 de CFK
  • 178 de Alberto Fernández

Siempre justificaron tanto la necesidad como la urgencia.

“¡Había pandemia!”. Bueno, ¿dos años, a diferencia de todo el mundo?¿Cuando no había ningún impedimento para que el parlamento se reuniera?

“No eran tan graves”. Bueno, el novio de Fabiola se mandó uno que nos encerró 2 años, por el cual murieron decenas de argentinos en manos de la represión, se fundieron miles de compatriotas y los chicos no tuvieron clases. Eran DNU que violaban la Convención de los Derechos del Niño, derechos humanos y tratados internacionales. No voló una mosca. Y sí, el congreso podía reunirse y hasta un diputado podía ponerse a chupar una teta.

El día siguiente el atentado a CFK, consideraron que había necesidad y urgencia para decretar feriado.

“Bueno, porque ellos lo hagan, ¿vos lo vas a hacer? ¿No era que vos eras republicano?”.

Y acá está la trampa.

Ellos usan armas que vos no podés usar.

Por eso, ellos ganan.

Obviamente es injusto, pero ¿cómo se supera este intríngulis?

Es la diferencia entre tener límites republicanos y no tenerlos.

Y eso que aquí ni se está hablando de sentar a un trucho que levante la mano o arreglar el tablero de electrónico para falsear los datos del quórum.

Y los truchos se visten de republicanos.

¿Pueden los republicanos usar atajos que a los peronistas les están permitidos?

La doble vara es evidente ahora bien ¿cómo se escapa de eso, sabiendo que si no escapás, nunca, nunca, nunca harás los cambios que hacen falta?

Las cosas no se hacen por DNU.

A menos que seas peronista.

¿Cómo se juega con tanta desventaja?

Créase o no, esta semana se escuchó al impertérrito Héctor Daer hablar de “republicanismo”.

¡Habrase visto, tamaña caradurez!.

Discutamos todo, pero no con Daer ni con los que se quedaron calladitos cuatro años. Para ellos “este besito es para vos” y a otra cosa.

Toda esa gente que salió a la calle a cacerolear apenas se anunciaron medidas que no tuvieron ni tiempo de leer, está en todo su derecho a hacerlo y es sano que lo hagan. Les resultará catártico. Eso sí, queda claro que ni leyeron de qué se trataba con lo cual, otro besito.

Y todos aquellos legisladores que dicen “estoy de acuerdo con el fondo, pero no me gusta la forma”, a ver qué hace cuando finalmente se discuta la forma.

Será un detector de mentiras el momento en que deberán sentarse y votar. También es cierto que siendo legisladores podrían haber presentado proyectos similares y casi no lo hicieron.

Parece que este es un momento bisagra.

En 20 años, tus hijos preguntarán: “¿Qué hiciste vos, aquella vez que el país estaba al borde del precipicio?”.

Ojalá puedas mirarlos a los ojos y decir: “Lo que había que hacer”.