¡Qué va a ser difícil bajar la inflación!, no, no… la inflación es la demostración de tu incapacidad para gobernar. En mi presidencia, la inflación no va a ser un tema, no va a ser un desafío… El desafío va a ser conseguirle trabajo a la gente, que haya más inversiones, más fábricas, más producción. Todo eso se consigue administrando muy bien la plata”, dijo Mauricio Macri en plena campaña electoral en el 2015, cuando buscaba el voto mayoritario de los argentinos en aquella campaña electoral histórica que lo terminaría convirtiendo en el jefe del Ejecutivo hasta el 2019.

Aquellos dichos, más el resultado de las políticas económicas que implementó durante su administración –tiempo por el cual apenas logró contener el aumento de precios y un cierto control del peso frente al dólar hasta mediados del 2018, para que después se desmadrara la situación que pretendía mantener bajo control y doblegar–, todavía son recordados hoy por el populismo disfrazado de falso progresismo que, frente a la incapacidad evidente para dominar las variables mínimas de la economía en rangos más o menos aceptables, los recuerda y los recupera permanentemente como explicación y excusa frente al fracaso económico evidente y del que no logra despegarse, ni mucho menos justificar.

Desde fines del 2019 a la fecha no ha habido otra declaración de los principales protagonistas del gobierno de Alberto Fernández que, al buscar una explicación más o menos convincente sobre la falta de resultados en el combate contra la inflación, no contenga alguna apelación al fracaso del gobierno de Cambiemos, aquel que lideró Macri. El “Ah… pero Macri” ha ido mutando en los últimos tres años para convertirse en declaraciones tales como que “la inflación es un tema tan complejo que no se resuelve en cinco minutos”, tal lo que repitió en varias ocasiones en Mendoza Silvina Batakis, la actual presidenta del Banco Nación, ex responsable de la relación con las provincias del gobierno K y ex ministra de Economía por poco menos de 30 días de la administración de Alberto Fernández, haciendo alusión, claro está, a las afirmaciones que en su momento y bajo un halo de euforia, soberbia e irresponsabilidad destilaba el elenco de Economía de aquel gobierno conformado por Cambiemos.

Que el pueblo argentino siga escuchando día tras día declaraciones vinculadas a lo que no hizo o hizo mal la administración de Macri, cuando menos, supone una brutal falta de respeto y menosprecio a la ciudadanía, que sufre por las consecuencias del no acierto en las políticas economías. Subestimación y desprecio por el intelecto de los argentinos que, seguramente, en gran medida, hace tiempo que puede haber tomado nota de ser el instrumento no consciente del botín que se disputan cada dos años las fuerzas políticas del país.

Pero, para ser justos, tampoco es que se les puede asignar la misma responsabilidad en todo este entuerto a las fuerzas opositoras que la que carga sobre sus espaldas el actual gobierno y toda su historia al frente de la conducción del país. Lo cierto es que, cuando menos desde el 75 en adelante, de la época conocida como el Rodrigazo en adelante, con casi medio siglo transcurrido, ninguna administración ha conseguido dominar el flagelo inflacionario, a excepción de dos momentos durante esos años: el recordado Plan Austral de Raúl Alfonsín y la Convertibilidad del binomio Cavallo Menem, de los años 90.

La pregunta es: ¿cuánto más la clase media, la verdadera víctima de las consecuencias de la inflación, seguirá soportando que, como explicación y mera respuesta a la ausencia de victorias contra la inflación se le siga señalando a un demonizado gobierno opositor como el culpable? Es una pregunta que puede que tenga alguna respuesta durante el proceso electoral del año próximo, el momento en que los argentinos se acerquen a las urnas a evaluar al Gobierno nacional y, claro está, aunque con otras variables probablemente, al provincial de Cambia Mendoza.

Pero lo peor, quizás, no sea tanto la referencia a los fracasos de la coalición opositora cuando le tocó gobernar (cuatro años de los últimos veinte), sino más bien los dichos del oficialismo recargados de corrección y lugares comunes que no aportan nada, sólo esa posibilidad transitoria de salir del paso o creer que se ha zafado. Sergio Massa, un experto en estos asuntos, volvió a referirse a la inflación en las últimas horas y a aquella meta de alcanzar el 3 por ciento de aumento mensual de los precios de la economía en abril del 2023, señalando que el control de tal variable es “la mejor forma de recuperar el ingreso” y que es “lo que espera la mayoría de los argentinos”.

En verdad, el lector preocupado y advertido hace rato que interpreta que Massa intenta ganar algo de tiempo, sabedor como ninguno de que pocas ideas e intenciones existen de cambiar el estatus actual de la economía. Porque ya no hay tiempo de conseguir resultados más o menos promisorios en un plan antiinflacionario serio y estructural. Una vez que la sociedad argentina decida ir por las soluciones de fondo a los problemas, puede que marque el momento de iniciar un camino por demás esforzado, de varios años, para normalizar la economía del país y alumbrar condiciones normales de convivencia, de competencia y de posibilidades ciertas para emprender y planificar.

Mientras todo sea parte de un gran espectáculo circense, que tiene la anuencia y el acuerdo de una porción mayoritaria de los electores, la realidad del país seguirá su camino sin cambios ni transformaciones ni señales que indiquen que se les ha dicho definitivamente no al delirio y a las salidas infantiles, cínicas y perversas de tanto populismo.