Es una de las citas en las que todavía se deja sentir el antiguo esplendor del imperio británico. Todos los años, en noviembre, el primer ministro pronuncia un discurso sobre política exterior ante algunos cientos de personalidades notorias en la Gildehaus londinense. Allí estaba Tony Blair, en la tarde del lunes, dispuesto a hablar por décima y última vez. El jefe del gobierno laborista aprovechó el banquete de fiesta para, ataviado con esmoquin negro y pajarita blanca, abogar por una nueva “estrategia global” que solucione el conflicto en Cercano Oriente.

    Ante los problemas militares en Irak, Blair se mostró partidario de buscar el diálogo con los dos países considerados hasta ahora como enemigos: Irán y Siria. Incluso planteó una “nueva colaboración” con Irán, pero con la condición de que Teherán ponga fin a su apoyo a Hamas en los territorios palestinos, a Hezbolá en Líbano y a las milicias chiíes en Irak. Además, el país persa deberá dar su brazo a torcer en la disputa nuclear.

    Y lo mismo ocurre con Siria. “Una amplia parte de la respuesta a Irak no reside en Irak en sí mismo, sino fuera de éste, en el todo de la región donde están operando las mismas fuerzas”, argumentó Blair. “Ahí están las raíces del terrorismo mundial”. En su opinión, el germen de la problemática en Oriente Medio es el conflicto entre israelíes y palestinos, de modo que la solución debe empezar por ahí.

    Algunos periódicos británicos calificaron el discurso de Blair de cambio sensible en la política exterior. El diario The Independent habló de “un dramático giro de 180 grados”, mientras que para The Times se trata de la “primera ruptura en el frente común” entre Blair y el presidente de Estados Unidos, George W. Bush. No obstante, Downing Street puntualizó hoy que de ningún modo se puede hablar de debilitamiento de la política de Irak. En realidad, Blair sólo repitió las propuestas que ya había hecho en ocasiones anteriores.

    Tampoco es nueva la idea de comenzar un diálogo con Siria e Irán. Hace más de tres meses Blair ya intentó, durante una visita en Estados Unidos, convencer a los norteamericanos de la necesidad de un cambio estratégico. Y en octubre, su asesor diplomático Nigel Sheinwald incluso visitó Damasco.

    Pese a todo, las propuestas británicas han caído en saco roto en Washington. Pero ahora, el momento es mejor. La derrota electoral de los republicanos, la dimisión del secretario de Defensa Donald Rumsfeld, las comparecencias del grupo de expertos sobre Irak, dirigido por el ex secretario de Estado James Baker: todo indica que, en Estados Unidos, el cambio es posible.