La discusión por la ley ómnibus en la Cámara de Diputados ha tenido momentos desopilantes, otros que generan vergüenza ajena, pero también situaciones que generan incertidumbre, abren interrogantes y plantean dudas sobre cómo el Gobierno está llevando adelante la negociación.

El oficialismo tiene, por supuesto, un escenario muy complicado para encontrar consensos, debido a la fragmentación de la oposición. Pero a la vez, salvo el peronismo y la izquierda, se ha encontrado con bloques dispuestos a dialogar cambios que en algunos casos son profundos.

Fuera de esto, lo que se está observando son errores no forzados que generan desconfianza y alimentan la tensión, las provocaciones y las señales de que lo que parecía estar acordado, todavía no cierra del todo.

Ocurrió con el dictamen de mayoría, que con esfuerzo alcanzó el Ejecutivo. Horas después, trascendió que había cambios, páginas en blanco que fueron rellenadas, y los consensos que se habían alcanzado en ese punto volvieron a caer. Pareciera, incluso, que los vasos comunicantes entre los referentes oficialistas del Ejecutivo y del Legislativo tienen cortocircuitos.

No es fácil llevar adelante el mar de reformas que pretende el Gobierno, y menos, en poco tiempo. Pero lo primero que tiene que hacer es ordenarse hacia adentro, porque lo que se genera es más zozobra en un mar que ya viene picado de hace tiempo.