En ningún país de Oriente Medio hay una calle llamada “Arroyo”. Por más que uno busque, tampoco encontrará una con el nombre “Pasteur”. Ni en Israel, ni en Gaza, ni en Siria, ni en Jordania. Nadie podría imaginar, entonces, que en esas direcciones se dirimiera, a través de atentados terroristas, parte de las dispuestas de la región más convulsionada del planeta. Pero sucedió.

A más de 15 mil kilómetros, en 1992 y en 1994, dos edificios explotaron y volaron por los aires. Y allí se fueron las vidas de más de cien personas; la mayoría, argentinos. Irán los hizo. Trajo la guerra hasta esta parte del cono sur. Y no se trata de buscar porqués. Nada, absolutamente nada, justifica al terrorismo. Es causa, no consecuencia.

Por estas horas, y luego de que el Gobierno argentino manifestara su apoyo al Estado de Israel luego del ataque masivo con drones y misiles por parte de la República Islámica de Irán, hubo una turba que de manera torpe salió a cuestionar la postura oficial bajo el argumento de que nos acercaría a una guerra ajena.

Fue el clásico discurso doble vara que suele manejar la progresía argentina para manifestar que, en realidad, lo que le molestaba era no ostentar más el poder estatal para posicionarse a partir de los rasgos antisemitas que la caracterizan. O, en todo caso, poder defender a quienes en la década del 90 violaron la soberanía argentina para cometer los atentados más sangrientos de nuestra historia.

Tampoco es temor a sufrir un nuevo acto terrorista. Al contrario: durante años, han abrazado la idea de que secuestrar gente, violar mujeres e incinerar niños puede formar parte de una “resistencia”. Y califican a las víctimas según la cara del victimario. Eso sucede fronteras hacia afuera y fronteras hacia afuera.

De ese modo, Argentina se fue convirtiendo en el socio perfecto del lumpenaje internacional. Desde la defensa de dictaduras y teocracias totalitarias, hasta la justificación de violaciones de derechos humanos en nuestro país.

Esconderse no es la salida. Tampoco negociar con los asesinos.

El camino es defender, realmente, los conceptos de verdad, memoria y justicia. Pero ahora, no dentro de 40 años. Y estos son los momentos en que la historia marcará si el país defiende las ideas de democracia.