No siempre pasa encontrar ese hogar que reconforta y que ayuda en una simple charla. Su esposa cebaba ricos mates, su perro jugaba debajo de la mesa y su hijo más chico –rubio como él– hacía las tareas y cada tanto venía y se le colgaba del cuello. Walter Maladot reía y se emocionaba al hablar de su madre Edelmira. El Vikingo, el ex goleador de San Martín, Gimnasia y Maipú, con una rica trayectoria en el fútbol grande, nos abrió las puertas de su casa, esto fue lo que nos regaló.
¿Tu mayor felicidad fuera del fútbol?
El nacimiento de mis cuatro hijos. Ellos son los que me dieron las fuerzas siempre para seguir luchando, para superarme. La felicidad de apoyarme en gente cercana a mí. En mis verdaderos amigos. Esa es mi felicidad.
¿Y tu mayor tristeza?
Haber perdido a mi vieja Edelmira. Porque fue inesperado, yo estaba en Bolivia y era una gringa que no estaba enferma nunca. Y de un día para el otro me quedé sin mi madre y no pude estar acá. No estar acá siempre ha sido muy triste para mí.
¿Cómo considerás a Bolivia como país? ¿Cómo es su gente?
Yo me identifico con la gente de Bolivia porque coseché muchísimos amigos. Es un país muy sufrido y que va a seguir sufriendo de por vida, porque las clases sociales están demasiado marcadas. Por mi manera de ser, me sentía uno más y ellos me tomaron como uno más. Nunca hice diferencia, como sí lo hizo otra gente.
¿Cómo fue tu infancia?
Si bien me crie sólo con mi vieja y unos tíos, no me puedo quejar. Hoy lo jorobo a mi hijo más chico y capaz que uno era peor. Tuve una infancia muy linda, callejeando mucho, pero también de chico me gustaba el piano y empecé a estudiar piano. Mi vieja lo hizo para que no saliera tanto.
¿Y sabés tocar el piano?
Sí, soy profesor de piano, aunque no ejerzo. Me recibí de maestro a los 12, cuando terminé la primaria, y de profesor a los 14. Estudié en el Conservatorio de Chopin, en Rosario. ¿En serio? Nunca me lo hubiera imaginado. Muchos se ríen y no me creen. Porque mi facha nada que ver, además no tengo dedos de pianista (risas). En las concentraciones, por ahí tocaba. Mi hija mayor también es profesora de piano, pero tampoco ejerce. Es un instrumento que me encanta escucharlo. Yo tocaba para mi vieja, le hacía conciertos a ella en mi casa y se sentaba tranquila a escucharme. Con 11 años, ya tocaba piezas de Mozart, de Beethoven. Pero si dejás de tocar, ¿se te olvida, no? Sí, perdés digitación y agilidad en los dedos. Pero yo no tocaba de memoria, tocaba con la partitura.
¿Cómo analizás a Argentina y sus políticos? No entiendo mucho de política. Creo que siempre hubo poca credibilidad y cada vez hay menos. Nunca me interioricé, aunque me invitaron a participar. He votado a radicales, a peronistas, qué sé yo. Se ha disfrazado todo tanto que ya no sabés a quién votas. Tengo antecesores de familia que eran demócratas progresistas, que es una ideología política de Santa Fe.
¿Qué pensás que deberíamos cambiar para ser un poco mejor como país?
Tratar de cambiar la mentalidad, de pensar un poco más en el que menos tiene. Creo que es imposible. Si bien es un pueblo solidario, tengo la sensación de que la pobreza no va a desaparecer nunca. Cuesta decirlo, pero me parece que es así. He vivido en otros países donde ves otras barbaridades. Por ejemplo, estar reunidos en una casa de familia y que alguien llame con una campanita para que te atiendan. Acá eso no pasa y cuando lo viví parecía la etapa de la esclavitud, una cosa de locos.
¿Tu mayor virtud y tu mayor defecto?
Arriesgo todo por un ideal. Me ha jugado a favor y, a veces, en contra. Pero soy fastidioso. La última. ¿A quién agradecés por lo que sos? Yo soy fanático de mi vieja. Mi mujer se ríe porque ella sabe. Le agradezco a ella por todo lo que me enseñó. Y a mucha gente que está hoy conmigo y que estuvo en momentos complicados, sobre todo.