Cuando Pocho Sosa me invitó a la presentación de su nuevo disco Yo no me voy de la vida, el 1 de setiembre en el teatro Independencia, muy lejos estaba yo de imaginarme que viviría una noche mágica de bendición. Cuando las guitarras, la percusión y la voz del Pocho le aflojaron la rienda al talento, se empezó a llenar de gatos, cuecas y tonadas el magnífico teatro nuestro. En cada canción se podían ver no sólo los lugares de Cuyo, sino oír a los juglares de la región. Todo un privilegio. Calidad en una puesta en escena sin errores, un peldaño por encima del primer nivel.

    No se puede creer que los mendocinos no aprovechemos más esta riqueza cultural de valor incalculable. Parece loco que nuestra embajadora, soberana nacional de la Vendimia, no haya sido instruida para llevar en su equipaje cientos de copias de textos de autores mendocinos para distribuir en cada uno de sus destinos. Moción para un legislador inteligente y verdaderamente cuyano. Y desfilaron los invitados especiales: Hilario Cuadros, Tejada Gómez, Buenaventura Luna y Lima Quintana.

    Se acomodaron en la primera fila de nuestra imaginación y acompañaban con palmas y vueltas cada interpretación del Pocho y esta nueva trova. Y aparecieron Damián Sánchez, Sandra Amaya y Leonor Poblet, Julio Azzaroni le puso letra a la cuecaLa bailarina, porque dicen que cuando la Pochi Zimmerman baila, enamora. Y así lo debe haber sentido Oscar Puebla para calzar un arreglo de calidad y tibieza incomparables. Cómo iba a estar ausente el compadre de mil noches del Pocho, el otro Sosa, el del Otoño en Mendoza, esa tonada que prefiere la gran Mercedes y ha paseado por el mundo.

    No había dudas, era una noche mágica. Freddy Vidal se tocó la vida y otros músicos con un nivel de perfección asombroso, los técnicos de sonido y de iluminación habían sido tocados por la vara de la inspiración. Por si eso fuera poco, con la humildad de los grandes, Pocho invitó a cantar a dos nuevos valores que ha dado esta tierra, Los Chaveros. Les bastó una sola tonada de su autoría para sacar chapa de importantes. También desde el escenario se permitió arrebatarle al olvido la voz de Guillermo Murúa, que hizo vibrar las butacas con la potencia de su voz. Y, al final, nos hizo cantar a todos. No es fácil hacer eso con el público de Mendoza. Muchas gracias, Pocho. Los que estuvimos ahí para seguir disfrutando de esos tremendos músicos mendocinos, tampoco nos vamos de la vida.