Se sabe que la etapa que se avecina debe incluir entre las cuestiones centrales resolver un proceso de transformación económica que cree empleo, genere riqueza y aporte al desarrollo integral de la provincia. Los proyectos políticos y de gobierno que están compitiendo parten, en verdad, de una base similar. Dicen que buscarán el crecimiento, que tenderán hacia él; todos, de alguna o de otra manera, prometen un cambio en ese sentido. Pero dicen poco, o quizás sea porque la verdadera campaña hacia el 24 de setiembre aún no está lanzada. Y, más allá de todo, el tema es cómo movilizar la economía de la provincia, reactivar o relanzar lo que se tiene e ir a buscar otros horizontes, una serie de límites lejanos inexplorados que tienen que ver con eso que desde hace ya algunos años se habla y reclama: lo de la mentada amplitud y diversificación de la matriz productiva y económica.

En el plano más amplio, en el del país, una discusión similar a la mendocina se va metiendo poco a poco en una agenda totalmente dominada por naderías, relatos extravagantes y en la que se compite por ganar la escena con la expresión más grandilocuente y explosiva.

Sin embargo, una decisión económica que el gobierno de Alberto Fernández tomó en febrero, cuando decidió por la vía de Sergio Massa –el hoy candidato en el cual el oficialismo, pese a su agitada interna, ha depositado todas sus esperanzas para retener el poder–, dejar sin efecto una serie de incentivos a la producción y exportación de litio que estaban vigentes desde los años 90; activó, quizás sin proponérselo, un debate necesario en torno a este sector minero y que el mundo tiene entre ojos para llevar adelante lo que se conoce como la transición energética, de cara al carbono cero previsto para el 2050.

La discusión, política y estratégica que se está dando, no es menor. Por un lado, el gobierno de Fernández y, probablemente, su posible continuidad, que representa Massa, le bajan el pulgar a la exportación de litio sin más, le sacan los incentivos a la producción y persiguen, en concreto, que a todo el negocio se le adicione valor agregado: que se produzca y se exporte, en definitiva, una batería de litio terminada, en vez del producto en bruto, conocido como el litio en estado puro o el carbonato de litio.

La oposición, en especial la que representa Patricia Bullrich, aconsejada por sus equipos técnicos, es partidaria de estimular lo más que se pueda la extracción de litio para venderlo al mundo en un contexto en donde no sólo es el mineral más demandado, sino el que más se ha apreciado en su valor internacional. Según el bullrichismo, que tiene al Grupo Sarmiento de San Juan trabajando en todo lo relacionado a la explotación minera, para producir y fabricar una batería de litio en Argentina se requiere importar seis minerales que representan el 95,7 por ciento de los necesarios para fabricarla, con lo que al país le resultaría mucho más onerosa su fabricación y sería mucho más beneficioso concentrarse en la exportación del litio, uno de los componentes de la batería, pero no el único.

El valor de la tonelada de litio ronda en el mercado internacional en el orden de los 50.000 dólares y está en constante aumento. Argentina, con Chile y Bolivia conforman para el mundo el “triángulo del litio” y son vistas como las áreas esenciales y altamente estratégicas para lo que viene, la era de las energías limpias, sin carbono, para evitar el calentamiento de la superficie del planeta. La transición hacia ese objetivo requiere de una extraordinaria producción y extracción de ciertos minerales, entre los que aparece el litio, desde ya, y el cobre.

El Grupo Sarmiento dio a conocer algunas semanas atrás una serie de informes elaborados con fuentes varias, entre las que sobresalen la Dirección Nacional de Transparencia Minera del país y la del Servicio Geológico de los Estados Unidos. Allí se afirma que el cobre, también llamado “metal verde”, está experimentando demandas exponenciales a nivel global: 23,3 por ciento en la energía eólica; 21,8 para baterías de almacenamiento; 14 por ciento para la industria del automotor; 11,9 para la energía solar; para el almacenamiento de la energía eólica; 7,2 para la transición eléctrica y 2,7 por ciento para la distribución eléctrica en el mundo. Según este trabajo, los próximos 22 años van a requerir más de 700 millones de toneladas métricas para la denominada transición energética, casi lo mismo que se ha extraído a lo largo de toda la historia de la humanidad.

Y, sobre el litio, el Sarmiento revela los componentes de la batería, volviendo a aquello de que no conviene hoy concentrarse en la fabricación de la misma, porque sus componentes deben ser, en su inmensa mayoría, importados. “El verdadero valor agregado –dice el informe– , está en obtener la salmuera que se extrae del salar, el carbonato de litio, y no la construcción de baterías, que forma parte del lobby de funcionarios e integrantes del Gobierno. Está claro que hay que invertir en ciencia y tecnología, pero Argentina hoy sólo tiene cobre, además del litio”, afirman, que son sólo dos de los componentes de la famosa batería: litio, 4,3 por ciento; grafito, 32,1 por ciento; cobre 25,7; níquel, 19,3 por ciento; manganeso, 11,8 por ciento, y cobalto, 6,4 por ciento.

Las exportaciones argentinas de litio solo crecieron 5 por ciento entre el 2021 y el 2022, de acuerdo con el trabajo del grupo sanjuanino. Y, aunque no lo afirma, da a entender que la baja de los estímulos y las trabas administrativas, burocráticas y el tipo de cambio puede que hayan influido para ese comportamiento algo deslucido en un sector que produce un mineral altamente demandado en todo el planeta. El mayor ingreso que se ha producido, sin embargo, ha sido por el aumento de su valor internacional.