Al tiempo que la provincia de Buenos Aires avanza en su intención de eliminar la repitencia en los primeros años del nivel secundario o medio, una medida que, más tarde o más temprano el gobierno de Axel Kicillof está dispuesta a implementar, pese a las críticas, reverdece en el país el debate integral sobre el mejor modelo educativo. Y, lejos de la opinión a favor o en contra que va sumando la idea entre los especialistas de la educación, si hay algo beneficioso que tiene el debate es que, a días de que arranque un nuevo ciclo lectivo en el país, todo el sistema educativo argentino se ponga bajo la lupa una vez más.

Mendoza no ha estado ajena a la discusión de la repitencia. Y es clara, además, una tendencia mayoritaria en el gobierno escolar provincial a rechazar la repitencia si la misma se concentra solo en el hecho de volver a cometer los mismos errores del año en el que los objetivos mínimos no han sido alcanzados. Graciela Orelogio, la subsecretaria de Educación de la Dirección General de Escuelas, confirmó ese pensamiento y esa visión en diálogo con LVDiez. “La repitencia, para nosotros, no es el camino para que los chicos aprendan. Hemos trabajado mucho el año pasado con ese tema en la secundaria. Quizás sirva para que los chicos se queden un poco más en la escuela, pero así no aprenden. Para eso debemos trabajar fuertemente en los aprendizajes. Y sí tenemos que entender que como los chicos aprenden hoy de manera distinta de cómo lo hacíamos nosotros en el pasado, la escuela debe ser distinta. Por eso nos concentramos en la recuperación de saberes, que significa un esfuerzo adicional del chico, yendo a contraturno para repasar los contenidos durante un mes a la escuela, sin tener que prepararla y rendirla, pero demostrando que se logró aprender lo que no se sabía”, explicó la funcionaria.

Está claro que una buena cantidad de países más avanzados y desarrollados que el nuestro ya resolvieron la repitencia. En las naciones que han alcanzado los mejores niveles e índices educativos, el volver a cursar un año por no alcanzar los objetivos mínimos ya no existe. Se trata de sociedades en donde las tareas extraescolares o a contraturno, como se las conoce aquí, quedaron fuera de moda y se las considera literalmente “obsoletas”. Pero, claro, como sucede con casi todas las comparaciones, no todo lo que sirve para uno puede ser aplicado de forma lineal para otro, aunque muchas de las experiencias exitosas que han funcionado en otras partes del mundo podrían ser ensayadas en Argentina, un país en donde buena parte de todos sus indicadores sociales, económicos, culturales y, claramente, educativos, hace tiempo que muestran una tendencia hacia el deterioro constante y permanente.

Uno de los países que concitó la atención mundial un par de décadas atrás, por el avance registrado en la calidad y la cantidad de conocimiento que sus chicos adquirían tanto en el nivel primario como secundario fue, sin dudas, Finlandia. Muchas miradas se posaron en el sistema aplicado en ese país para detectar los aciertos de un método que claramente dejó como resultado un altísimo nivel de satisfacción de los chicos en edad escolar, en todos los sentidos.

Uno de ellos fue el cineasta Michael Moore, un crítico descarnado e incansable de buena parte de la cultura y el ser estadounidense. Quizás el trabajo más recordado de Moore en cuanto a educación haya sido aquel documental que tituló “¿Qué invadimos ahora?”, por el cual analizó el éxito educativo de Finlandia en comparación con el implementado en Estados Unidos.

El valor del documental de Moore quizás haya sido la universalización y masificación de un método diferente de todo lo conocido que ya había dado que hablar en el mundo, incluso, desde ya, en Argentina. Pero Moore les puso imagen y voz a los protagonistas de un fenómeno educativo que, sin embargo, algunos años atrás, debió ser revisado para pasar a otros paradigmas de instrucción extraños para estas latitudes.

Sin tareas, con más tiempo para ser niños y para jugar, con menos horas de clases que el resto del mundo occidental y con fuertes incentivos para crear y pensar por sí mismos, empoderados para decidir qué hacer y qué elegir para el futuro, los chicos finlandeses alcanzaron los más altos niveles de conocimiento comparados con el resto del planeta. Pero, para ello, el sistema educativo finlandés logró dar con un universo de docentes que se capacitó para detectar en los chicos, tanto en la primaria como en la secundaria, sus saberes e intereses propios ocultos.

Moore se sorprendió cuando, al entrevistar a un grupo de estudiantes del secundario, ellos le dijeron que en los exámenes que les toman no existe la múltiple opción para dar con la respuesta. “Es que debes saber la respuesta, así de sencillo”, le respondió un estudiante, ante su cámara, con el apoyo de los demás.

Los docentes y profesores revelaron en el documental que, mientras más trabajo se les da a los chicos, menos se aprende “porque el cerebro necesita relajarse”. Finlandia tenía en ese momento la jornada más corta y el año escolar más breve de todo el mundo occidental, pero los alumnos del sistema se encontraban entre los más formados del planeta. La música, el arte, el juego, la poesía, la cocina y el canto, han sido disciplinas que acompañan a la instrucción de las materias duras, como la matemática y las ciencias exactas, por caso. “La escuela debe servir para que los chicos encuentren la felicidad y para que descubran lo que quieren ser”, dice uno de los docentes entrevistados para el documental, mientras que otro agrega que los docentes son preparados para “enseñarles a los chicos todo lo necesario para que su cerebro pueda usar del mejor modo posible la poesía, la educación física, el arte, la instrucción cívica, la música y cualquier otra cosa que le permita funcionar mejor”.

En Finlandia, se afirma, a los chicos de verdad se les dice que pueden ser lo que quieran cuando sean grandes, mientras que en cualquier otra parte del mundo se trata, en definitiva, de una frase hecha, cuando no de una falsedad total. Pero no en Finlandia, dicen los propios docentes, “porque los chicos de verdad van viendo lo que quieren ser y les interesa para su futuro, lo van concretando porque ya tienen el poder para hacerlo; el pensar por sí mismos, el enseñarles a ser felices, a respetar a otros y a sí mismos constituye la base”.