Hace cincuenta años, ocho estadounidenses escalaron el Aconcagua, pero algo salió mal y dos de ellos murieron. Durante casi medio siglo se creyó que podrían haber sido asesinados. Ahora, el contenido de una cámara Nikomat de 35 milímetros de una de las andinistas fue revelado y las imágenes ampliaron el misterio de una de las historias más conocidas del coloso de América.

La cámara, que tenía grabado el nombre de Janet Johnson en azul, fue hallada en febrero del 2020 por Marcos Calamaro, un joven porteador, en los ciclos estacionales de nieve y hielo de las montañas donde cada verano se descubren equipos abandonados, desde tiendas de campaña hasta cuerpos.

Janet Johnson

Al leer el nombre estampado, el guía de montaña mendocino Ulises Corvalán comprendió que pertenecía a la mujer que formó parte de la mortífera expedición estadounidense de 1973.

En el campamento también ese día se encontraba el reconocido fotógrafo Pablo Betancourt. Fue él quien entendió que la película que había dentro podría ser una prueba que debía conservarse, como lo había sido durante la mayor parte de cinco décadas. Puso la cámara en un estuche y lo llenó de nieve.

Los escaladores buscaron otras pistas tras el descubrimiento de la cámara de Johnson. Su brazo, cortado cuando su cuerpo fue extraído del hielo en 1976, fue descubierto cerca del borde del glaciar que se desplazaba y se encogía. Foto: Pablo Betancourt

Luego se contactó con The New York Times y preguntó si tal descubrimiento podría ser de interés, ya que podría estar revelando algo más.

Durante esa expedición también se halló el brazo de Johnson fue encontrado, en la manga de una chaqueta roja, cerca del borde del glaciar. Luego su mochila, llena de equipo y dos botes de aluminio más, con película dentro.

En Oregón, el único familiar directo superviviente de Johnson, su hermana, recibió una llamada sorpresa, informándole la noticia del descubrimiento.

Sí, revela la película. Descubre todo lo que puedas. Por favor”, fue la respuesta.

Cooper, primer plano, Johnson y McMillen entre los penitentes. Foto: John Shelton

El inicio del misterio

Todo empezó en 1972, cuando una comitiva estadounidense decidió emprender la aventura hacia el Aconcagua. Estaba liderado por Carmie Dafoe, un abogado de Portland de 52 años que tenía un grupo de escalada. 

El guía sería Miguel Alfonso, un argentino de 38 años que había hecho cumbre cinco veces, una de ellas por la ruta polaca. 

En junio de 1972, Dafoe anunció los miembros del grupo, todos hombres estadounidenses, a los que describió brevemente. Jim Petroske, psiquiatra de Portland, sería el “jefe adjunto”, dijo. Bill Eubank, médico de Kansas City, Missouri, estaba “altamente recomendado por Petroske” y sería el médico de la expedición. Luego llegaron Arnold McMillen, un granjero lechero de Otis (Oregón), y Bill Zeller, un agente de policía de Salem (Oregón). 

Alfonso, izquierda, y Zeller en el viaje de dos días al campamento base. Foto: Janet Johnson

También John Shelton, de 25 años, un estudiante de geología de Brigham Young que dominaba el español gracias a una misión eclesiástica de dos años y John Cooper, un ingeniero de la NASA de Houston, estaba “altamente recomendado” y que había participado de la última misión del Apolo.

En noviembre, Dafoe anunció el último miembro de la tripulación estadounidense de ocho personas: una maestra de Denver llamada Janet Johnson, de 36 años.

La escalada 

En la montaña, tuvieron problemas desde el principio. De hecho, en su diario, Cooper mencionó que el médico de la expedición estaba enfermo. 

El 21 de enero de 1973,  el grupo llegó al campamento base, a unos 4.500 metros de altitud.

Alfonso había contratado a Roberto Bustos, un escalador y estudiante de 25 años, para dirigir el campamento base.

Bustos, profesor de geografía jubilado en Buenos Aires, recuerda su primera impresión del grupo: mucho equipo de alta calidad, pero una dinámica inquietante.

No había actitud de grupo“, dice Bustos. Pensaba: “Estoy solo. Cada uno tiene que cuidar de sí mismo. En mi opinión, no estaban preparados para una montaña tan extraña y grande como el Aconcagua“.

De hecho, la expedición se fracturó por efectos de la actitud y algunos de ellos se quedaron en el camino. 

Cinco de ellos, incluidos Johnson y Cooper, se trasladaron al campo 2 con el guía.

Avanzaron con dificultad hasta establecer el Campo 3 en la base del Glaciar de los Polacos, a unos 19.400 pies.

Se desató una tormenta que inmovilizó al grupo durante un día de descanso y después de varios inconvenientes, el guía acompañó  a uno de los hombres a la base. 

Quedaban Cooper, Johnson, Zeller y McMillen. Ninguno había estado tan alto.

El ascenso por el glaciar fue lento. Al anochecer, los cuatro estadounidenses renunciaron a alcanzar la cumbre ese día. Estaban a unos 21.000 pies.

Cavaron una pequeña cueva de nieve en el glaciar con sus piolets. No tenían sacos de dormir, así que los escaladores se tumbaron sobre mantas espaciales reflectantes.

El viento levantó un fino polvo de la cumbre, llenando de nieve la abertura de la cueva y enterrando las piernas de Cooper. Johnson lo desenterró una hora antes del amanecer.

Pero Cooper estaba acabado. Helado y cansado, anunció que daba media vuelta, según dijeron más tarde Zeller y McMillen. McMillen calculó que había unas dos horas de descenso por el glaciar hasta el Campo 3.

Cooper nunca llegó. Murió en el glaciar. Poco después, también lo hizo Johnson.

Lo que ocurrió exactamente es una especulación que dio la vuelta al mundo durante 50 años.

Dos hombres de Oregón -Zeller, un agente de policía, y McMillen, un granjero lechero- fueron los últimos en ver con vida a Cooper y Johnson.

Tres hombres encontraron el cuerpo de Johnson en una pendiente poco profunda. Ernesto y Alberto Colombero

Dieron versiones detalladas de los hechos. Las ligeras contradicciones y el efecto confuso de las alucinaciones a gran altitud plantearon preguntas a las autoridades argentinas y despertaron la imaginación del público.

En la base del Aconcagua, Alfonso y los sobrevivientes estadounidenses fueron retenidos para ser interrogados. En Mendoza, se asignó un juez al caso. También un investigador de la policía. Los funcionarios etiquetaron el caso como “averiguación de homicidio culposo”, pero poco podía hacerse sin los cadáveres.

A finales de 1973, se formó un grupo para buscarlos. En primer término hallaron tiendas y luego, el cuerpo congelado de Cooper. No tenía un grampón y no había piolet. En el abdomen tenía un agujero cilíndrico, sangriento y profundo.

La causa de la muerte: contusiones craneales. Lesiones en el cráneo y el cerebro.

El 9 de febrero de 1975, un hombre llamado Alberto Colombero estaba escalando con su padre, cuando encontró a Johnson boca arriba. Tenía manchas de sangre en la cara y en la chaqueta.

Le faltaba un grampón en un pie. La rodeaban cuerdas enredadas. Llevaba las manos desnudas y la chaqueta ligera desabrochada. No encontraron su piolet. 

Durante el resto de sus vidas, los hombres que acompañaban a Colombero estuvieron seguros de que Johnson había sido asesinada.

Las fotos de Johnson.

Lo que reveló la cámara

Film Rescue International, de Indian Head, Saskatchewan, está dirigida por un hombre llamado Greg Miller.

Ahora Miller tenía en sus manos una cámara que llevaba casi cinco décadas encerrada en un glaciar a unos 6.000 metros de altura. La cámara estaba intacta. Los mecanismos funcionaban. El rollo que se encontraba dentro tenía 24 fotografías.

Resulta que un glaciar en el Aconcagua no es un mal lugar para conservar películas. La humedad siempre es perjudicial, pero los Andes son notablemente secos. La radiación a gran altitud puede ser motivo de preocupación, pero la cámara estaba sepultada en hielo. Las temperaturas frías son mucho mejores para las películas que las calientes.

Hay una foto de Johnson, habiéndole entregado su cámara a otra persona. Ella está sonriendo, lleva un sombrero flexible y gafas de estilo glaciar con montura de aluminio resistente. Tiene un piolet en la mano derecha y una mochila muy cargada en la espalda.

En las imágenes se encontró una donde Johnson tomó una foto de uno de los otros escaladores, que estaba cuesta abajo y sentado en el glaciar.

Johnson tomó más fotos después de que Cooper se fue. 

Antes del anochecer, Johnson tomó tres fotografías de los Andes circundantes. Aunque le faltaba oxígeno o deliraba, aún sabía cómo enfocar el objetivo, componer el encuadre y mantener la cámara firme para tomar fotografías nítidas.

Cuadro 24, la última foto que tomó Johnson.

La película no resuelve el misterio. Lo amplía. Cuenta lo que Johnson vio en sus últimas horas, pero no cómo se sintió. No cómo murió.

Fuente: The New York Times (La historia completa se puede leer en este link )