Natalia e Irene son dos amigas de unos cuarenta años que armaron una pequeña casilla de nailon bajo un gran Aguaribay a orillas del Cacique Guaymallén. En el refugio apenas logran protegerse del frío y a veces duermen juntas para darse calor, mientras le ocultan a sus hijos la difícil situación que atraviesan.

“Hace un mes que estoy acá y mi amiga, tres. Me vine a vivir con ella porque cerraron el geriátrico donde trabajaba y ya no pude pagarme la piecita en la pensión de Montecaseros y Catamarca (Ciudad). Ganaba unos 20 mil pesos”, empezó contando Natalia (40) sobre uno de los motivos que la llevaron a estar en situación de calle. 

Detrás de la baranda que separa el zanjón de calle Gobernador Ricardo Videla, esquina Correa Saa, la mujer no perdió la sonrisa durante todo su relato, ni cuando se puso a ordenar las camas donde pernoctan cada noche. Unos metros más allá, un tacho sobre unos leños tiraba algo de calor y humo.

Cerca de las 13 llegó Irene (43) cargando una bolsa con verduras que le regalaron en una verdulería vecina. Una mañana normal hubiese estado limpiando vidrios de automóviles en las esquinas, pero le quitaron el secador.

“La policía no te deja estar, pero en vez de decirte que no lo hagas más, te llevan y te sacan los elementos de trabajo”, contó.

Ella es del barrio La Gloria, de Godoy Cruz, pero tuvo problemas, algunos relacionados con el consumo de bebidas- que aclaró, ya superó-. Había conseguido un alquiler temporario cerca del parque O’Higgins que no pudo sostener.

Así fue como se instaló en ese espacio que pertenece al Departamento General de Irrigación, donde no tiene jurisdicción ni Guaymallén ni Capital.

Se conocieron hace años atrás en la populosa barriada y se han acompañado en sus distintos avatares. Ambas tienen hijos, a quienes le esconden su realidad, por eso prefirieron no mostrar su rostro en las fotos. 

Natalia es madre de adolescentes y le tuvo que pedir al padre de los menores que los cuide mientras ella logra estabilizarse. “Tengo un espacio en el fondo de la casa de mi mamá, pero me peleé con mi hermana. No quiero generarle más conflictos a mi madre que ya está grande”, dijo.

Y reconoció: “A mis hijos voy a verlos, pero no puedo decirles nada. Ellos creen que sigo en la pensión”.

Más seria, Irene detalló que tiene 5 hijos y 4 nietos: “Ya están todos grandes, salvo la más chiquita que vive con mi mamá”.

La noche es dura

“Ella estaba con unos cartones nomás cuando me vine y los chicos nos ayudaron a colgar el nailon”, recordó Nati.

Los chicos son dos “trapitos”, también en situación de calle, que se solidarizaron con ellas y “las cuidan” porque la noche se torna dura.

“Saben que estamos solas y ellos vienen y se dan una vuelta… nos traen leña. El otro día esta se quedó dormida y alguien nos robó un par de zapatillas. No tenemos ni celular”, sumó Irene.

Más allá de la inseguridad, el frío y la lluvia se convierten en grandes enemigos en el inicio del invierno. Para enfrentarlos apelan a dormir espalda con espalda para guardar calor, alguna que otra vez alquilan una habitación, pero esta cuesta unos $3.000, o recurren a un albergue.

“Los martes y jueves pasan algunos chicos entregando viandas o algo caliente. O vamos a la iglesia La Merced donde dan comida”, dijeron, al referirse a las asociaciones que asisten a las personas en situación de calle. 

En busca de una realidad mejor

Las mujeres aseguraron que son limpias y buenas personas. “No robamos, no nos drogamos ni ejercemos la prostitución, para eso preferimos ponernos a barrer veredas”, dijo una y la otra la respaldó asegurando que su improvisado hogar no es un aguantadero.

Para higienizarse cada día concurren al refugio o alquilan una habitación por hora que les cuesta $800. Hacen sus necesidades en unos tachos o van a estaciones de servicios.

En tanto, lavan la ropa con agua y jabón dentro de otros tachos, para luego colgar las prendas en las barandas del canal.

“Una vez cayó la policía porque pensó que era una aguantadero porque habían robado en las inmediaciones. Los invitamos a pasar porque no tenemos nada que ocultar… pero teníamos la ropa interior colgada para que se secara”, relató riéndose una de las mujeres.

El objetivo principal es conseguir una “ranchito”, un trabajo o ayuda para el alquiler, antes de que su escenario se vuelva más complejo. Aseguraron que pueden desde barrer veredas a cambio de dinero, ser caseras o cuidar ancianos.

“Podemos cuidar casas, nos han ofrecido usurpar, pero eso es meterse en problemas, y podemos hacer cualquier trabajo, pero no tengo el DNI, es complicado…”, dijo Irene y concluyó diciendo que si bien hay muchas personas que pasan por la zona y prefieren ni mirarlas, otras son solidarias se acercan les dan dinero o comida. Por lo pronto, ni personal de Desarrollo Social de la provincia ni de los municipios se acercaron a ayudarlas.