No hay otro tema en la agenda de los argentinos que la más real y vívida a la hora de pagar en el supermercado o la despensa del barrio. Es decir, la de los precios y los aumentos que han venido escalando desde enero. Hay más de una razón. Una de ellas, que la herramienta a la que apeló el Gobierno nacional de valores máximos terminó y en ese vacío hasta el nuevo acuerdo hubo ajustes luego de meses de quedar desfasados. Para otros, no hay explicación y apuntan a la cadena de intermediarios que encarece el producto que tomamos en la góndola.

El presidente generó una expectativa desmedida cuando anunció que, dos años después de haber asumido la conducción política del país, entraba “en guerra contra la inflación”. Desproporcionaba por dos razones. Una, porque las medidas adoptadas reiteran la fórmula: más intervencionismo estatal a partir del gasto público y la presión fiscal sobre los sectores exportadores. Otra, porque los anuncios prácticamente carecen de contenido. 

A esto se suma el desbastecimiento de insumos básicos, como el aceite, en tanto que otros que movilizan la economía, como el gasoil, necesitarán más surtidores porque si falta puede complicar la cadena logística. La crisis interna del Gobierno no ayuda. Por el contrario, suma más nafta al incendio toda vez que socava la autoridad. Sin unidad ni fortaleza en el Ejecutivo ni en la figura presidencial, no habrá acuerdo con el sector empresarial o gremial que dure.