Hace un año la noticia pegó duro, sin guantes, como un cross a la mandíbula. Nicolino Locche, El Nico, El Intocable, El Chaplín, dejó de esquivar puños y se fue a descansar a su rincón celestial. Fueron muchísimos los que lo vieron y se asombraron cuando montaba sus espectáculos en cualquier ring. Fueron muchísimos, también, los que supieron de él a partir de anécdotas, videos y diarios viejos. ¿Pero cuál fue la verdadera dimensión de este personaje con cara de bueno, cigarrillo en mano y nariz chata? El pasar de los años distorsiona la realidad y la mezcla con el mito.
¿Cómo se puede definir a Nicolino? Un lugar común del periodismo dice que las comparaciones son odiosas. No importa. A veces son necesarias, ayudan a entender mejor un tema. La historia del boxeo argentino se construyó a partir de relatos épicos, de tipos que fueron héroes en lugares desconocidos, duros, con todo en contra. El boxeo, un escenario tan propicio para la literatura, disfrutó de guerreros que hicieron flamear la bandera argentina más alta que ninguna. A modo de ejemplo, se puede decir que Luis Ángel Firpo fue el primer boxeador que sufrió un robo (consuelo tan argentino), mientras un país lo imaginaba por los lejanos relatos de la radio, en 1923. Allí comenzó a gestarse la mítica del deporte de los guantes.
El inigualable Pascualito Pérez fue el primero un ganar un oro en Juegos Olímpicos y el primer campeón mundial. El Mono Gatica fue la polémica, el resentimiento y la soberbia en un ring. Carlos Monzón fue la fuerza bruta, la sensación de ser invencible. Ringo Bonavena encarnó al tipo canchero, carismático. Víctor Galíndez fue un indomable, un deportista feroz. La lista es muy extensa. Cada boxeador se destacó por algo. ¿Si esos boxeadores tuvieron tantas cualidades, qué decir de Nicolino? El Intocable fue el ídolo del pueblo.
El tipo capaz de llenar el Luna Park con su presencia. Allí, en el legendario estadio de Corrientes y Bouchard, el mendocino hacía poner al público de pie. La gente gritaba como en la cancha, lo aplaudía a rabiar. Les enseñó que se podía boxear casi sin pegar, les mostró una manera romántica, casi utópica de entender este deporte. Y el público porteño, tan ávido de golpes, sangre y circo, entendió y amó a Nicolino. Hace un año, la noticia de su muerte pegó duro, como un cross a la mandíbula. La ausencia de un ídolo duele. Y Nicolino se extraña. Pero basta con ver una foto, un video o leer un texto sobre El Intocable para entender que Nicolino Locche siempre va a esquivar el olvido.