Enero es el mes de El Sol. Sin más gastos que una reposera bajo el parral del patio, con un vermucito que aliviane el trago amargo de la crisis, en compañía de estos poemas que te elevan a las cumbres de la montaña, a las aguas cristalinas de nuestra cordillera.

Este verano, te proponemos un recorrido por escritos mágicos “hechos en Mendoza” y un encuentro con gente que apuesta por el maravilloso arte de la palabra.

Eugenia Segura.

Música del agua cristalina

Eugenia Segura nació en Mendoza, en 1978. Es poeta, performer y guardiana de la montaña. Estudió Letras e Italiano en la UNCuyo y en la UBA.

Ha sido coeditora de varias editoriales autogestivas: Protocultura, Ñasaindy Cartonera, y colaboradora en Eloísa Cartonera (la cooperativa que fundó Washington Cucurto en el 2003, convocando a los cartoneros). En Buenos Aires asistió a los talleres dictados en la Casa de la Poesía por Diana Bellessi (2004) y Andi Nachón (2005), además del taller de crónicas dictado por María Moreno en el Rojas. 

En Mendoza, integró el equipo de compiladores de la antología “Desertikón-poesía y narrativa mendocina contemporánea” (Eloísa Cartonera, 2009). Desde el 2007, forma parte de las Asambleas Mendocinas por el Agua Pura que lograron sostener la ley 7.722, que prohíbe la minería con cianuro y otras sustancias tóxicas. 

Ha colaborado en diversos medios gráficos masivos e independientes, además de conducir varios ciclos en la radio comunitaria de Uspallata, La Paquita F.M. 
 Publicó “La traición de Sarah Kay” (Protocultura, 2005), “Herencia china” (Ñasaindy cartonera, 2010, Kiltra cartonera 2012, El andamio 2013), “Fondo blanco” (El andamio 2014) “A cielo abierto”  (Ñasaindy cartonera, 2011, Kiltra cartonera 2012), “Lago con monstruo” (Editorial la gota, 2017) “El silencio que rompen” (audiolibro, Letras Mendocinas, 2020) y “Jugar con tiempo” (Grito manso, 2022).

Sus escritos aparecen en varias antologías: Poetas argentinas 1961-1980 (Ediciones del dock, 2007), Última poesía argentina (En danza, 2008) y Panorama Interzona, Narrativas emergentes de la Argentina (Interzona, 2012).

Eugenia Segura.

Sus poemas

Cuando el miedo o el desánimo retumban en el mundo, yo respondo:

Desierto florido

a veces se acumulan
año sobre año sobre década
de sequía

canta para traer la lluvia limpia
decían hasta las piedras
canta para estirar el cauce hasta otra orilla

alma de juncal que espera
la tormenta y entonces
los pájaros, los grillos
manos sabias
le tejan su canción

de pronto, tanto cantar y cantar
no va a ser en vano

una tormenta de relámpagos
de esos que aterran o extasían a los hombres
hará llover sobre la tierra ardida, herida

sucede que despiertan las semillas
de su larguísimo sueño
y el desierto se llena de flores

un inmenso milagro se nos pasa
desapercibido

la salvaje alegría de las flores
que se abren por fin
a su momento
de brillar sobre la tierra

El 27 de mayo del 2023, Eugenia Segura subió este texto a sus redes:

Magia blanca donde topa el camino del Inca

Las cenizas del poeta que le puso para siempre banda de sonido al otoño mendocino, fueron esparcidas ayer, justo donde topa el camino del inca.

Le hubiera gustado, quién no lo sabe, eso de “donde topa”. Sus cuatro hijos se han juntado para hacer la ceremonia, saben que el padre armaría algún chiste ácido y tierno sobre un destino tan menduco, y las topadoras de los militares justo donde topa, y que justo sea otoño y que justo sea ahí. Donde hay una herida en el patrimonio cultural, hay una herida en la identidad de un pueblo. Y quién mejor que Jorge Sosa para cantarle hasta que cicatrice, hasta hacer un silencio de amigos.

–Su última pasión fue el Qhapaq Ñan– me cuenta uno de sus hijos, lo recorrió con un amigo.

Viaje al nacimiento de las nubes, su última bitácora de andar por el Camino de los Justos, es eso.

–Muy apropiado –le digo mirando las nubes con forma de ovni, que indican zonda en altura– gracias por traernos semejante guardián a esta tierra.

Justo ahí, donde topa el Qhapaq Ñan, soldaditos que no son precisamente de plomo juegan a la guerra, se tiran en paracaídas, tiran bombas. Estresan a los turistas y a la fauna, bah, a todas las criaturas que hacemos con el lugar un silencio de amigos. Hacen cuerpo-a-tierra, pero no sienten la tierra, el amor de la tierra, porque los están entrenando para matar y morir, y estar siempre apuntándole a unos calefones viejos que están ahí para fingir que son el enemigo, y llenarse de agujeros, y después quedar a la intemperie oxidándose y contaminando el sitio.

Ojalá que este puñado de polvo de estrellas, que supo ser el poeta más enamorado de este terruño, me atrevería a decir, le haga una cosquilla o un escalofrío, un pensamiento fugaz a quienquiera ande por ahí: el paisaje reclama por fuera/ nuestro tibio paisaje de adentro.

¿Cómo es el paisaje de adentro? me preguntaba de niña, cuando trataba de sacar los acordes en mi guitarrita celeste. Un enredo de dedos, porque la pregunta se me instaló, y se me fue haciendo costumbre mirar cómo anda mi paisaje de adentro, primero. Después que aprendí la técnica conmigo, a mirar cómo es el paisaje de adentro de los demás. También agregué toda una dimensión a mi lista de calibrar amigos: la de valorarlos por la calidad del silencio que ofrecen. En cambio, eso de tiene el canto que baja la acequia/ una historia de duendes del agua se me complicaba porque la acequia no me parecía una morada apropiada para un duende, que yo tenía más bien asociado a los bosques nórdicos. Muchas horas pasé mirando una acequia urbana, intentando atrapar algo que fuera de duende, entre las botellas y las bolsas y las basuras, que ya entonces entorpecían un poco la trayectoria de mis barquitos de papel.

Me pareció un verso medio abstracto, y debo confesar que tardé muchísimos años en entender cabalmente a qué se refería. Fue una vez que vi en una vendimia el carro de la Asamblea de Maipú, con duendes de yeso custodiado un caldero lleno de agua. “Acá llegan los duendes del agua”, decían orgullosos y felices los compas, por algo que Jorge Sosa les había hecho ver a ellos, y así.

Una manera única e irrepetible de ser polvo de estrellas encarnado en la tierra, voló con el viento hasta caer exactamente donde tenía que caer. Contiene el poder supra-atómico de cuanta risa nos arrancó con sus inolvidables monólogos en la tele, cuánta lucidez introdujo, entre chistes y paisanadas, en momentos críticos de la historia mendocina. Siempre que el agua estuvo en peligro, se jugó al máximo para dejar clarísima su postura, y arriesgó la palabra desde adentro de los medios masivos pautados por los contaminadores de turno. Podía darse ese lujo de y por ser siempre él, lo cual es mucho decir, en esta tierra.

¿Merecería un monumento, de piedra para que no se lo roben, abstracto como un duende? ¿La letra de la tonada inscrita en piedra? ¿una traducción en un cartel de lata, que le demuestre que el estado cuida y valora su patrimonio cultural, porque el pueblo valora y ama a quienes le dan sabiduría con la mirada que ahonda?

Parece mucho pedir, en esta tierra. Pero no.

La vía láctea se refleja en cada cerro de nieves eternas. El Camino de los Justos es su dibujo en la espina dorsal del planeta. Ese es el significado profundo del Qhapaq Ñan, del que existe una antigua profecía: “cuando el Águila del Norte se una de nuevo con el Cóndor del Sur …” ,”Pachakuti”, “La Tierra Sin Mal” . Muchos nombres para lo mismo.

Lo mismo quiere decir hay que andar con el alma hecha un niño…

Los cuatro hermanos vienen de hacer eso. Magia blanca, ya está hecha. El mejor guardián, misión cumplida. Uno me escribe en la dedicatoria del libro “A la sombra de un promontorio vimos volvernos niños”.

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Ana Lis Señorena (analis.senorena@elsol.com.ar)