Una chica contaba con entusiasmo en un café del microcentro capitalino su última salida del fin de semana a un conocido boliche ubicado sobre el Acceso Sur. Lo particular no era ni la música, ni un levante o una situación indeseable, sino que había logrado un cambio estético en el lugar menos esperado.
En concreto, detallaba que había un puesto de peluqueros, pero por el que sólo desfilaban varones dispuestos a aplicarse un degradé. La cuestión es que los barberos preguntaban si una chica se animaba a cortarse el pelo, una decisión que no suele ser tan al azar.
La cuestión es que, un poco gracias a la previa que hizo en casa de unas amigas, la joven salió animada, se sentó en la silla y probó un nuevo corte. Fue la única de la noche y, con orgullo, mostraba su nuevo corte. Nada de cortarse el flequillo en medio del aburrimiento, que suele ser una tragedia universal.
