Diez días antes de la segunda vuelta electoral a la presidencia, Kabul parecía un fuerte militar. Aun así, los combatientes talibanes lograron asaltar el martes al amanecer una casa de huéspedes de Naciones Unidas (ONU) en el centro de la capital afgana y matar a seis trabajadores extranjeros de la ONU. Poco después impactaban misiles contra el hotel Serena en Kabul, el único hotel de lujo del país, en el preciso momento en el que la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, aterrizaba en la capital del vecino Pakistán, la ciudad de Islamabad. Poco después estallaba un coche bomba en una calle comercial en la ciudad paquistaní de Peshawar, a unos 150 kilómetros de la capital, arrastrando a la muerte a decenas de personas. Afganistán y Pakistán parecen precipitarse irremediablemente al caos.
    Todos los intentos de la comunidad internacional de dar un giro al rumbo de los dos países vecinos no han dado frutos. La nueva estrategia “AfPak” del presidente estadounidense, Barack Obama, presentada en primavera, ya está siendo revisada. Al enviado especial de Estados Unidos para Afganistán y Pakistán, Richard Holbrooke, se lo considera un hombre desafortunado. Al parecer, ha roto con el presidente afgano, Hamid Karzai. En las pasadas semanas, Holbrooke, a quien se describe como una persona poco sensible, no se dejó ver por Kabul, pese a la crisis que ha desatado el fraude masivo detectado en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 20 de agosto.
    El enviado especial de Naciones Unidas, Kai Eide, habló de “un día muy oscuro para Naciones Unidas en Afganistán”, tras la muerte de sus compañeros. Nunca antes, la misión de Naciones Unidas en Afganistán (Unama) había sido el blanco de un ataque tan masivo y directo a manos de los talibanes. A pesar de que hay soldados armados estacionados en la sede de la Unama en Kabul, tras haber recibido amenazas terroristas, nadie había imaginado que se produciría un ataque contra una residencia en Kabul.