Las quejas de los empresarios gastronómicos contra la medida por la cual los locales sólo podían atender al aire libre llegaron al Gobierno, que flexibilizó esa restricción que dejó un saldo netamente negativo para los comerciantes.

Este miércoles se cumplía un mes del inicio de esa limitación. Pero un día antes el Ejecutivo estableció que bares y restaurantes “podrán funcionar en modalidad presencial con un límite de seis personas por mesa y hasta un máximo equivalente al 50% del factor de ocupación habilitado“. También determinó que “las mesas dispuestas en el interior de los salones como al aire libre, sólo podrán colocarse en espacios debidamente habilitados”.

Para el titular de la Asociación de Empresarios Hoteleros, Gastronómicos y Afines, Fernando Barbera, la modalidad de atención al aire libre o por delivery era “directamente insostenible” ya que dejaba a los locales gastronómicos “muy por debajo del punto de equilibrio” al no recibir la cantidad suficiente de clientes y tener la restricción de capacidad al 50%.

Además, Barbera advirtió que la sucesión de restricciones está llevando las cuentas de los emprendimientos a un punto límite. “Si nos vuelven a cerrar, directamente dejamos las persianas abajo. La gente necesita juntarse y si no lo hace en un café o restaurante, lo hará de manera clandestina”, afirmó.

A principios de septiembre, los locales tuvieron que buscar la forma de optimizar el espacio disponible para sacar mesas y sillas. En algunos casos incluso se pidió permiso a los negocios vecinos para poder ampliar la capacidad y tener más clientes.

Por eso la flexibilización fue un bálsamo para un sector golpeado por la cuarentena. “Entendemos que el sistema sanitario no debe colapsar, pero no hay que poner a la gastronomía como el problema”, expresó Barbera, quien puso como ejemplo que Italia pudo controlar los rebrotes de coronavirus sin tener que cerrar los restaurantes y cafés, aunque funcionando con protocolos.

Incluso los empresarios reclamaron porque a la restricción se sumaban otros inconvenientes, como el estado del tiempo. Patricio, el encargado de Comidas de Mi Campo, en la Peatonal Sarmiento, relató que el viernes pasado, cuando comenzó a llover en la tarde, la calle se vació en cuestión de minutos y no volvieron a tener clientes hasta el otro día.

“Una lluvia o un viento frío hacen que desaparezcan todos”, apuntó. Aunque también evaluó que las expectativas decaen con el transcurso de la cuarentena: “Si la gente no tiene plata, no consume. Hay que esperar que, por lo menos, el resto de las condiciones no empeoren”.

En la misma sintonía Alberto Ramírez, encargado de Zeux y Bremen Piels, afirmó que el problema es la falta de gente circulando, principalmente turistas.

“Mientras no vuelvan los aviones, esto no se reactiva. La situación es pesimista: desde la primera flexibilización, cuando se podía comprar para llevar y vendimos un sólo café en todo el día, supimos que iba a estar muy difícil”, resumió.

Ramírez también resaltó que si bien son muchos los restaurantes que se “reparten la poca clientela”, a lo largo de las semanas fue observando cómo varios colegas ya no volvieron a levantar las persianas.

“El problema es no saber cuándo va a terminar esto, quizás de esa forma uno sabría aguantar. Pero, mientras tanto, parece que habrá muy pocas sombrillas en la Peatonal cuando volvamos a la normalidad“, comentó.