Mi amiga Gloria Ramírez me dice siempre que ella tendría que reclamar propiedad sobre el Cerro de la Gloria. Este monumento es uno de los grandes monumentos nacionales. Alguna vez el uruguayo Ferrari lo esculpió para trascendencia de nuestra historia y de su talento. Verá usted si liberta su vista, en el friso del este la colaboración de los negros en tamaño emprendimiento.

    Verá usted en el friso sur el momento del desprendimiento de las patricias mendocinas y tal vez compruebe que algunas dieron sus joyas no de muy buen ánimo. Verá usted en el friso del oeste el dolor de la partida, las madres que le dicen adiós a sus hijos, sabiendo que muchos no volverían.

    En fin, debería ser el monumento al Ejército de Los Andes un centro histórico, cultural y turístico, de atención permanente. Leí con cierta esperanza en El Sol que proponen abrir el cerro de noche y me ilusiono porque a mí me encantaba encaramarme a él para tener el cielo y la historia más cerca, pero después, en la misma edición de El Sol: “Turista asaltada en el Cerro de la Gloria”, y no es una contradicción de la realidad, es una contrarrealidad.

    Los tiempos posmodernos indican que el primer propósito va a ser difícil de concretar. Es una paradoja: el monumento a la gente que le dio la libertad a tres países no pude ser visitado libremente. Si bien la escultura así lo dice, no siempre la patria tiene las cadenas rotas.