Hay procesos que tienen que ver más con la forma que con el fondo. Es, prácticamente, un maquillaje para decorar una situación que, se entiende, es de tal complejidad que requiere una cuota extra de transparencia o, al menos, que sirva para simular. Una realidad ficcionada. De eso se tratan las audiencias públicas. Son un paso formal hacia una toma de decisiones en las que, definitivamente, pocas veces se impone la voluntad popular, más allá de si los argumentos expuestos son convincentes para dar vuelta una historia. En todo caso, históricamente, las manifestaciones callejeras se convirtieron en una expresión con mejores resultados. Esto no significa que haya que claudicar. Al contario, debe fomentarse para la participación en las audiencias y demostrar que existe, más allá de las instituciones democrácticas, un lugar para que se exprese la sociedad sin intermediarios.