Papas y cebollas cuentan con una gran aceptación y están entre los alimentos más consumidos en todo el planeta. Pese a lo bien que se llevan una vez cocinadas, lo cierto es que durante su almacenamiento, es mejor que ni se rocen.

Y es que la durabilidad de ambas -que es similar-  se puede ver alterada por la forma en la que las guardamos.

Ante todo, nunca debemos almacenarlas en la heladera, ya que lejos de prolongar su vida útil, el frío altera su sabor. En el caso de las papas puede incrementar además el azúcar que contienen y dar lugar a un producto con mayores niveles de acrilamida cuando se cocinan. En el caso de las cebollas, la humedad de la heladera puede favorecer la aparición de moho. Por eso es preferible conservar ambas a temperatura ambiente, en zonas que están bien ventiladas, oscuras y secas como pueden ser las despensas.

Y nunca jamás juntar papas con cebollas, ya que estas pueden absorber la humedad del tubérculo, además de emitir un gas que hace que se echen a perder antes de tiempo. Y si una se pudre es normal que contagie a las que están alrededor, provocando una reacción en cadena nada deseada.

Una vez separadas en la despensa, la mejor forma de que ambas “respiren” y permanezcan más tiempo frescas es dejarlas sin envoltorio, bastaría con depositarlas en una cesta, saco o en una caja de cartón, pero en ningún caso, en la misma bolsa de plástico del supermercado.