Algunos policías pensaron que los habían estado esperando. Que se había filtrado un dato, que sabían del allanamiento y que prepararon todo para dibujar la escena perfecta. Había computadoras, teléfonos, pendrives y documentación variada y fácil de encontrar. Bastaba con un golpe de vista para saber que había material de sobra para secuestrar.

Unos minutos después, apelaron a la lógica y dedujeron que, de haber sabido que iban a ir, lo más sensato hubiese sido quemar todo y deshacerse de cualquier material que pudiera convertirse en evidencia. Entonces dejaron de lado cualquier especulación y empezaron a buscar pruebas y a secuestrar lo necesario.

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La casa de Diego Aliaga en Palmares es una suerte de epicentro en la investigación por el presunto pago de coimas en la Justicia Federal de Mendoza. El ex despachante de aduana tenía un rol clave en la estructura que, para los investigadores, lideraba el juez federal Walter Ricardo Bento.

El magistrado, según el expediente, era quien craneaba todos los movimientos. Aliaga hacía los contactos, presionaba y ejecutaba.

Esa propiedad ubicada en el exclusivo barrio privado de Godoy Cruz está a pocos metros de la casa del juez. No es la primera vez que la Policía ingresa por la fuerza en busca de indicios. Hace ya varios meses, fue para ver si podía encontrar alguna pista que permitiera determinar por qué Aliaga había sido secuestrado. Días más tarde, su cuerpo sería hallado enterrado en un paraje de Lavalle, tal cual señaló un testigo clave que participó en la maniobra criminal que terminó con su vida.

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La última noche en su casa, Aliaga estuvo con su socio, Diego Barrera, quien unos días después sería imputado por el secuestro y el homicidio. Además de ellos, hubo dos mujeres. Fue una velada larga y con excesos.

Había cierta promiscuidad que iba más allá de lo sexual. Los negocios se mezclaban con intercambios de autos, préstamos de casas y diálogos que involucraban millones de dólares.

En su papel como testigo clave en la investigación por el pago de coimas, Barrera dio detalles puntuales de cómo era el accionar de Aliaga. Marcó una caja fuerte de importantes dimensiones que, con seguridad, iban a encontrar en ese domicilio.

Los pesquisas fueron con los bomberos. Si la caja estaba allí, deberían abrirla por la fuerza.

Antes de hacerlo, tomaron numerosos documentos que estaban sobre una mesa. Al parecer, alguien había estado ordenando o seleccionado archivos y no llegó a guardarlos. También había seis teléfonos celulares que serán sometidos a un peritaje informático para ver si se puede sacar alguna información relevante.

Ninguno de esos teléfonos era el que usaba Aliaga en su vida cotidiana. De hecho, su aparato desapareció en el secuestro. Aún así, se logró duplicar su tarjeta SIM para recuperar parte de sus contactos. Así fue como se confirmó que mantuvo al menos 265 comunicaciones por Telegram con alguien agendado como “Primo”. Posteriormente se confirmaría que era el teléfono de Bento.

El celular del juez ya es parte del misterio. Cuando allanaron su casa y exigieron que lo entregara respondió que lo había dejado en su despacho. La oficina en los tribunales federales también fue requisada. Nunca apareció. La última conexión, según WhatsApp, fue a las 12.45 de ese miércoles; aproximadamente unos minutos después de que se fueran los policías.

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Toda la familia Aliaga fue allanada en las últimas horas. Las casas de su padre y de su hermano estuvieron en las órdenes libradas. Se llevaron documentos y algo de dinero del que deberá confirmarse su origen.

En la mira también estuvieron las direcciones de su ex esposa en el barrio Dalvian y de su hijo, Juan Ignacio, que fue imputado por “falso testimonio”. El chico mintió al decir que no conocía a Walter Bardinella Donoso, el dueño del celular que generó el escándalo.

En la casa de la ex mujer había otra caja fuerte, bastante más chica que la otra. La abrieron. Había piedras preciosas, el pasaporte de Diego Aliaga, documentación y unas pastillas de Viagra. Todo quedó incorporado al expediente.

A Juan Ignacio, entre otras pertenencias, los efectivos le secuestraron una computadora que alteró los nervios del chico. Pidió por favor que no se la llevaran; argumentó que tenía videos privados y rogó que se la dejaran prender al menos un minuto. Lo miraron con cierta indiferencia e incredulidad por la situación; le denegaron todo y se la llevaron.