Un hombre que llegó a usar como ardid, incluso, la supuesta muerte de su madre para estafar a un grupo de personas fue condenado ayer a la pena de cuatro años de prisión por siete hechos delictivos. Todos ocurrieron en el departamento de San Rafael el año pasado y el condenado es Gustavo Gabriel González Giaccone (35), oriundo de Chivilcoy, provincia de Buenos Aires.
La condena fue dada por el juez Domingo Mauricio de la Primera Cámara del Crimen. Se realizó un juicio abreviado ya que González admitió la autoría de los hechos que se le atribuyeron, por lo que el fiscal y la defensora oficial acordaron la condena y el juez la confirmó. El monto total de las estafas asciende a 122.400 pesos, que fue lo que le entregaron en total los siete perjudicados que denunciaron a González. Como antecedente, el embaucador registra otra condena de tres años, también por estafa, que data de 1996.
LOS HECHOS. González y su familia llegaron a San Rafael, alquilaron una casa y dijeron a los vecinos que venían desde Comodoro Rivadavia. Todos se integraron sin problemas y sus hijos jugaban básquetbol en Deportivo Argentino. González se relacionó con los padres de los compañeros de sus hijos y ganó su amistad, tanto que lo eligieron presidente de la Subcomisión de Básquetbol. Con el correr del tiempo, González comenzó a tomar contacto con algunos de ellos en forma separada y a embaucarlos.
Les aseguró que recibía dinero argentino para comprar dólares estadounidenses atrapados por la pesificación en bancos de nuestro país. Pagaría por esos dólares 1,40 pesos por cada uno y luego los vendería a precio de plaza. Así, incrementaría considerablemente el monto recibido inicialmente. Por ejemplo, a Luis Salas le prometió comprar dólares a 1,40 y venderlos a 2,80. Salas le entregó 7.000 pesos.
González comentaba a sus víctimas que era programador de la Asociación Bancaria Argentina, que tenía influencias en dicha entidad y que podía conseguir dólares a bajo precio de los depósitos atrapados en su momento por el corralito. Además, decía que, como programador de la asociación, tenía acceso a depósitos bancarios del Credicoop atrapados por el corralito, los que compraba en remates bancarios por ser sus titulares personas fallecidas.
A Mariano Alonso lo estafó con 5.000 pesos; a Jorge Abaurre, con 8.000; a Norma Saromé, con 600; a Florentino Robles, con 800 pesos; a Ezequiel Simirgiotis, con 86.000, y a Mónica Moreno, con 15.000. González usaba varias excusas para no pagar el dinero. Una de las más comunes era realizar viajes a Mendoza y Buenos Aires. Incluso, llegó a decirles a dos víctimas que su madre había muerto, a una le aseguró que fue en Comodoro Rivadavia y, a la otra, en Esquel. Cuando volvió, todos le dieron el pésame en el club.
Luego se enteraron de que el fallecimiento no era verdad. Los damnificados también descubrieron que el hombre no trabajaba ni en la Asociación Bancaria Argentina ni en el Banco Nación. Finalmente, González y su familia desaparecieron abruptamente de San Rafael, dejando la casa que habían alquilado y retirando a los hijos de la escuela, con pase a Córdoba.