Su pecado: industrializar el país. En su extenso exilio, desde 1955 hasta 1973, padeció innumerables vicisitudes –sobre todo el afecto de su pueblo, al que dedicó todo su talento– que fueron minando su salud. Intentó volver al país en noviembre de 1964. En Brasil no le permitieron ingresar y volvió obligado a España, y comenzaron las dictaduras. En 1973, cansado, viejo y enfermo (80 años) claudicó y, previo ir al Vaticano, donde lo hicieron abjurar, como a Galileo Galilei, retornó al país, condicionado a lo que ordenara el brujo López Rega, perteneciente a la logia masónica P2, de Licio Gelli. El gabinete se formó en el Vaticano con la designación de López Rega, como ministro de Bienestar Social, y, aunque duela decirlo, a Perón lo convirtieron en El Chirolita de López Rega, quien, a posteriori, precipitó su muerte para quedarse con el poder (según testimonio de Jorge Antonio).
López Rega, a través de la Triple A, primero ordenó el asesinato de José Ignacio Rucci, con la complicidad de algunos sindicalistas. Al morir Perón, López Rega cacheteó a la viuda de Perón y al binomio Tortolo-Videla lo expulsó del país, y se desató la más cruenta masacre en Argentina con la implementación del Plan Cóndor, con 30.000 desaparecidos, exiliados, donde pereció una generación de intelectuales –valiosos recursos humanos– que al Estado le costó importantes sumas de dinero para su formación profesional, incluidas las torturas sufridas por un ex presidente argentino.
Sesenta años de desmantelamiento de la industria nacional, pérdidas de seres humanos, destrozo de la cultura y la identidad nacional. La Constitución nacional violada, que impidió al pueblo elegir a sus representantes y aún el Vaticano continúa criticando y poniendo palos en la rueda, pretendiendo cogobernar.