Es probable que la crisis sanitaria global que ha provocado la pandemia del coronavirus, la que se ha extendido por 144 países, con cerca de 160 mil personas infectadas y alrededor de 6 mil muertos, deje secuelas tan profundas que cambien radicalmente al mundo tal como lo conocemos. El impacto económico del freno universal a las actividades no se ha merituado ni cuantificado todavía, pero los especialistas creen y sostienen que vamos hacia un proceso de recesión inevitable.

La globalización, siempre en discusión, con tantos beneficios y perjuicios, ha hecho posible la propagación de la pandemia; pero también la misma globalización ha permitido que, por caso, en la parte del mundo en donde se ubican la Argentina y Mendoza, se pueda ir ganando tiempo y observando cómo se desarrolló en el hemisferio norte, en particular, en Europa y en foco en Italia y España, para prepararse para la contingencia que se avecina. El desafío que se tiene hacia delante es mitigar los efectos de la enfermedad y buscar los mejores resultados para cuando se la combata cuerpo a cuerpo, un tiempo que, indefectiblemente, llegará. Otro dato positivo, objetivamente, es que todavía se tienen por delante un poco más de cien días para que llegue la época de los fríos más agudos, lo que no deja de ser un aliciente. Lo bueno, sin embargo, y para aprovechar el aspecto beneficioso de la crisis, entre ellos, el geográfico si se quiere, y por el hecho de que el nuevo coronavirus haya atacado primero en zonas tan lejanas a las de nuestra región, sería que las decisiones que se tomen desde el poder sean las más acertadas y no se juegue a la prueba y error. ¿El gobierno puede equivocarse? Claro que sí. Pero, para ello, tiene un margen mucho más estrecho que si no contara con toda la información que los países de Latinoamérica han recabado del comportamiento de la pandemia.

Volviendo al desafío del comienzo, y bajando el nivel de análisis a la provincia, se puede decir que nunca antes un gobierno pudo haber tenido un peor comienzo, plagado de contingencias y de trampas, como las ha tenido el actual y desde muchos años a esta parte. Para Rodolfo Suarez –y por caso también para Alberto Fernández en la nación–, la crisis del coronavirus puede ser el factor que los termine salvando de un destino sombrío, y eso dependerá de cómo conduzcan la crisis y de cómo capitaneen un barco que navega, como está claro, en medio de una tempestad económica, particularmente. Y Fernández, en verdad, todavía tiene tiempo de recomponerse tras aquellos momentos erráticos y confusos que vivió el gobierno, por varias horas, cuando el ministro Ginés González García declaraba que, por el calor, la peste no sólo tardaría en llegar, sino que quizás tampoco sería grave, cuando lo verdaderamente trascendente y preocupante en materia sanitaria para el país en ese momento, una semana atrás, era el dengue. La vuelta a la compostura de Fernández y de su gobierno está en manos de las respuestas y decisiones que vaya tomando, casi día tras día, antes de la llegada masiva de la pandemia, y durante, claro está.

Mendoza tiene por delante casi un año perdido. A lo sumo, la administración deberá tratar de evitar el quiebre del Estado y que el impacto sobre los servicios esenciales sea el menor posible. La batalla que se tiene que librar tiene que ver con la salud de la población. Por allí pasa la urgencia del momento. Ya se sabe que la crisis económica y de credibilidad que ha afectado el país desde varios años ha dejado a la provincia casi sin perspectivas de crecimiento. Lo poco que estaba en pie, por caso, el turismo, ha sido duramente golpeado ahora por el coronavirus. Lo propio ha ocurrido con los hidrocarburos donde la provincia se verá afectada en el ingreso por regalías y se cree que los niveles de recaudación general serán mucho más bajos de los previstos por la caída del consumo en los comercios y en todo sentido.

Es que al problema de base que Argentina y la provincia viene padeciendo, se le agrega además la llegada del nuevo virus. Desde hoy, como se ha anunciado, comenzará un período de inactividad y de reclusión casi sin precedentes en el país. A la suspensión de las clases en todos los niveles se irán sumando otras restricciones. Es inevitable y de esperar. Basta con mirar lo que ha sucedido en los países de Europa más afectados, que son, por si fuera poco, los de mayor vínculo social, cultural y afectivo con Argentina. Que el año perdido que tenemos por delante al menos sirva para proteger y cuidar a la población: objetivos que hoy puede ser los únicos que se les pide cumplir con éxito a las administraciones, la provincial y la nacional.