Hay una forma infalible para ganarle a la inflación: que los sueldos aumenten por arriba de todas las previsiones; las dosis que se han aplicado no vencen; se completará el esquema de vacunación; ya estamos por llegar a un trato con todos los laboratorios, inclusive Pfizer; estamos evaluando desde el primer momento la combinación de vacunas de laboratorios distintos; para bajar el precio de la carne se controlará y regulará la exportación y se prohibirá la venta al exterior de ciertos cortes; llegaremos a un acuerdo con el Club de París por la vía de un puente de tiempo; ahora reclaman la segunda dosis de veneno.

Esas frases son sentencias y decisiones asumidas y tomadas por el gobierno de Alberto Fernández en las últimas horas. Algunas de ellas, es cierto, deberían presentarse entrecomilladas, porque se desprenden de casi textuales. Son dichos que se han repartido en pocas horas entre el presidente; la ministra Carla Vizzotti, la funcionaria que día tras día se acerca a quedarse con el trofeo de la más verborrágica de todo el gabinete, y del titular de Economía, Martín Guzmán.

Da la sensación de que, en Argentina, el gobierno se mueve por meros impulsos, instintos y corazonadas. Se entiende que en medio del fragor del intercambio de visiones y críticas, por sobre todo, que se agudiza en el plano de la política entre oficialista y opositores, los funcionarios se toman sus licencias para contrarrestar con ironías y chicanas el constante bombardeo al que son sometidos de todos lados.

Pero, no siempre se puede responder así, con suficiencias y hasta dosis de irresponsabilidad, a las innumerables incógnitas y necesidades de respuestas que tiene la sociedad y que surgen a cada hora ya fuese por los dilemas de la pandemia en sí misma, como las nuevas variantes y la falta de vacunas para las segundas dosis, o por las de origen económico, que han dejado un tendal de víctimas en el campo social.

Sin embargo, todo está demostrando, también, un indisimulable fastidio oficial al verse, sus máximos exponentes –con el presidente a la cabeza– en la obligación de dar respuestas y ciertas, en medio de un mar de impotencia en el que se está navegando. Para equilibrar las emociones, si se quiere a modo de consuelo, o bien para que los argentinos nos hundamos un poco más en la desesperanza, a Fernández y a buena parte de su gabinete les está sucediendo lo que ya le ocurrió a la administración que los antecedió y al propio Mauricio Macri, que la lideró: confusión y un andar más que vacilante cuando la crisis del 2018 lo tapó de problemas e imprevistos y como reacción no hizo más que buscar refugio en su círculo más cercano y cerrado, ignorando las sogas de auxilio que le ofrecían sus socios en la coalición.

Los graves problemas que acechan a Fernández lo han visitado, llamativamente, de manera demasiado prematura. Está sin recursos mucho antes de lo que imaginaba y no hay formas de financiar el armado de una fiesta para darle bienestar al pueblo, aunque sea por poco tiempo y frugal para llegar a las elecciones bien preparado y competitivo, su objetivo más importante de todos, por no decir el único.

La resolución de las nuevas urgencias sanitarias que ha despertado el demorado arribo al país del componente dos de la vacuna Sputnik no está en manos del Gobierno sino de Rusia, que ayer ha explicado que primero tiene que atender la demanda interna en su país de la vacuna para luego responder a la presión de los países a los que les vendió y que le están reclamando lo que se había comprometido a entregar. Argentina es, quizás, el país que con mayor convicción y desesperación se entregó a sus manos y aferrado a lo que habían acordado. Ya se sabe que es así.

Así también no hubo, según están aseverando varios científicos, un trabajo de investigación previo como para hacer pruebas con el cruce de vacunas que sí hicieron Alemania, Francia, España e Italia, todos con buenos resultados. Es otro de los asuntos observados por los especialistas, en parte algo críticos a la estrategia que eligió el Gobierno y por fuera del círculo de científicos que asesoran al presidente, que sostienen que se debió haber copiado el modelo de aquellos países europeos que dieron por cierta la amenaza de que podrían tener problemas con las segundas dosis. Angela Merkel, sin ir más lejos, se aplicó la segunda dosis de una vacuna distinta de la de la primera: Moderna en primer turno, AstraZeneca en segundo para la canciller alemana.

Con la inflación, que Fernández como todos los gobiernos de los últimos tiempos heredaron de los anteriores, está ocurriendo lo que indefectiblemente sucede cuando se aplican métodos y recetas que no dieron buenos resultados ni siquiera se acercaron a una posible solución: el control de precios, el corsé a las exportaciones, la persecución de tono político e ideológico a los industriales, a los productores, a las cadenas alimenticias y al comercio en general no han hecho más que agudizar los problemas y el conflicto. Por eso, tampoco extraña que, como última salida, el presidente bendiga acuerdos paritarios de 45 por ciento, como el que acaba de cerrar la Bancaria.

De esa manera se combate la inflación, ha dicho el presidente. Está claro que el sector financiero podrá hacer frente a los incrementos más el bono de 100.000 pesos para cada uno de sus empleados. Pero, no todos los sectores podrán responder en la misma línea, y, en caso de que sean porcentajes que se generalicen al resto de las actividades, más de una pequeña y mediana empresa se fundirá o ser declarará inviable, con lo que el remedio será peor que la enfermedad.

Un escenario inédito para un estilo, una forma y un modelo de gobernar que, por primera vez en toda su historia, puede que esté construyendo una bomba con una espoleta de retardo que explotará antes del tiempo previsto y con el que fueron planeados los explosivos de ese tipo.