Cuenta Martha Reale, de Reale Dalla Torre Consultores, que entre este momento particular de la vida de los argentinos, conducidos por una administración en decadencia, sin plan y con niveles de credibilidad casi ínfimos, y aquel gobierno de la Alianza de Fernando De la Rúa, casi veinte años atrás, existe una diferencia fundamental: en el 2001 había ira, hoy lo que predomina es la angustia, la incertidumbre, la impotencia y la tristeza.

La ira del 2001 movilizó a medio mundo. Tanto es así que el peronismo en la oposición por ese tiempo si no apuró el desenlace de un gobierno desorientado y falto de reacción por un inocultable golpe de mercado y un FMI que, prometiéndole apoyo, lo dejó a la deriva, al menos nunca se interpuso ante el avance de la degradación y ese proceso de desgobierno que condujo a la capitulación de De la Rúa y al fin de una aventura política tras los diez años de un Carlos Menem con poder absoluto.

Reale –que habla por sus continuas mediciones sobre el ánimo social, opinión política, imagen e intención de voto de cara al 2023–, al fijar la atención sobre ese porcentaje importante de argentinos, más de 50 por ciento, que no cree que el gobierno de Alberto Fernández se vaya antes de tiempo o que proponga un adelanto de las elecciones obligado por las circunstancias, está indicando que en el país se descansa en el todavía vigente “poder de fuego” –así le llama– del peronismo o del Frente de Todos, para garantizar la gobernabilidad en medio de un incendio casi total. Por eso no ha sido un hecho menor que Mauricio Macri, al frente de una gestión no peronista, haya conducido hasta el final del mandato como no había ocurrido en casi 100 años.

Sergio Massa, señalado mayoritariamente como la última carta de juego del cuarto kirchnerismo para salvar lo que pueda quedar en pie, llega a Economía obligado a cambiar las expectativas y detener el derrumbe. Entre hoy, mañana y el miércoles, según ha dicho, develará las coordenadas de un plan, o supuesto plan de recuperación que, transcurridos casi dos tercios de la gestión que comparte con Fernández y –qué duda– con Cristina Fernández de Kirchner, nunca ha visto la luz.

Los entusiasmos más importantes y visibles que ha generado su desembarco en el gabinete se han visto en el famoso establishment y en el denominado círculo rojo que integran algunos de sus apoyos más relevantes. De ahí las reacciones positivas entre jueves y viernes de todos los productos financieros, de los bonos, de las acciones y, claro, del dólar blue que mostró un marcado descenso. Por eso se deberá seguir, con especial celo y atención, cuáles serán las medidas que anuncie y si en verdad van en la línea de esa porción del mercado que le ha dado una bienvenida casi gloriosa.

La otra porción del mercado, podría decirse, es la que conforma o a la que le da vida el resto de los argentinos, particularmente, los ciudadanos de los sectores medios, que son quienes soportan el funcionamiento de un estado administrado la mayor cantidad de veces por gestiones delirantes y desquiciadas. Son ellos los que, a la luz de lo que explica Reale, hoy están angustiados más que poseídos por la ira del 2001; angustiados y tristes.

También son ellos los que, a diferencia de otras épocas, hoy ven el estado de situación con realismo, porque –siempre según la consultora– “ha dejado de existir aquella mirada romántica de otros tiempos de la llegada de un salvador”.

“Es una  característica de la época”, agrega.

Y claro que se abre un período, otro más, extraordinario de los tantos que han tenido que sortear el país y su gente. Extraordinario porque se tiene la sensación, como los otros del pasado, de que es la última carta, la última bala, la bala de plata y el último tren. Sólo por eso, porque como la misma sociedad lo ha demostrado en otros momentos, siempre se está saliendo de un infierno para ir hacia otros lados más amables. Pero, así como se está inmerso en ese clima, particular, la historia del país recuerda que siempre, también, se puede estar peor en una Argentina inacabable pese a los tantos esfuerzos por terminarla.

Massa, a su vez, también se juega su chance, quizás la única que tenga, quién lo sabe, por convertirse en ese mesías con el que ha soñado en épocas en las que los mesías o salvadores, como bien recuerda Reale, ya no encantan. Pese a que ha pedido que no lo vean como salvador, es obvio que todo su recorrido previo en la política, su historia, sus transfugadas, invitan a no creerle. Viéndolo por la positiva, Massa es parte de una trilogía en el poder con la más baja buena imagen que se haya detectado mientras han estado en esa situación, encaramados en el poder: el nuevo ministro de Economía apenas arañando el 18 por ciento de imagen positiva; Alberto Fernández con 19 por ciento y la lideresa de la entente, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner con el 24 por ciento, según dato de Reale Consultores.

Esta nueva etapa del gobierno del Frente de Todos encuentra, como está visto, a una sociedad deprimida por la situación, aunque también resiliente como lo ha demostrado tantas veces. Las mejores expectativas para que acierte la gestión por el bien de todos están visible en los mayores de 50 años, los que son un poco más optimistas que el resto. Por el contrario, los más jóvenes son los que demuestran más desánimo, con intenciones de hacer apuestas en otro lado. Por eso, el que puede se va del país y el que no busca la manera. Son los que perdieron, dice Reale, las “aspiraciones de luchar por el país. Están cansados de un país que siempre han visto en degradación y en decadencia. Tienen expectativas nulas de que esto mejore”. Y en cuanto a sus intenciones de voto, los sub-30 en alguna medida están mirando al sector de los libertarios, que es donde mejor está Javier Milei, por caso, el que en apariencia estaría contando con un casi 20 por ciento de adhesiones electorales hacia el 2023.

Son momentos cruciales: el Frente de Todos con la obligación de enderezar el gobierno y su performance y actuación con la más baja popularidad del peronismo desde la época de Isabel Martínez de Perón, según los sondeos y la oposición, Juntos por el Cambio, ante un punto que puede ser de inflexión que podría condicionarle y marcarle su futuro para el año que viene: cuánto se inmiscuirá en lo que viene, cuánto aportará, cómo se enfrentará y cómo actuará cuando el kirchnerismo lo haga, si es que se decide a hacerlo, socio del ajuste inevitable. Porque una cosa es declarar lo antipático como necesario y otra muy diferente es cumplirlo, ejecutarlo y llevarlo a la práctica.