Lentamente, a medida que avanza el plan de vacunación, asoma el nuevo enemigo de la pandemia. No es el virus ni sus mutaciones, tampoco la escasez de vacunas ni los laboratorios, ni siquiera “la grieta”, el comodín de las excusas.

Los rezagados, los que no quieren o rechazan vacunarse son quienes ponen en dudas esa meta deseada de la “inmunidad de rebaño”.

Pero no solo eso: los rezagados son menores de 40 años, la principal cantera electoral, que están enojados o desencantados con el Gobierno o incluso con la política. Hoy se están convirtiendo en una inquietud central del Gobierno nacional, en particular en el distrito clave del país. Son la nueva variante de preocupación.

A diferencia del sistema mendocino, en Buenos Aires no hay tiempos para inscribirse y manifestar la voluntad de recibir la vacuna de acuerdo con el turno que corresponde a cada grupo etario. En esa provincia, todos los ciudadanos pueden inscribirse desde fines de diciembre y luego aguardan a que se habilite la vacunación de su grupo y reciben en turno vía mail o a través de una app. Durante meses el gobernador Axel Kicillof celebró el éxito de la campaña por el número de inscriptos. Ahora ese dato revela su debilidad.

La población objetivo bonaerense, es decir, todos los mayores de 18 años, alcanzan las 12,6 millones de personas de una provincia que supera los 17,7 millones de habitantes. Ya hay empadronados 9,8 millones para recibir la vacuna. Y quedan 2,7 millones de ciudadanos que no quieren, no saben o no pueden inscribirse. Con esos datos, si se llegara a inocular a todos los inscriptos, la provincia de Buenos Aires apenas llegaría al 55,7% de su población vacunada. Muy lejos del 70% que estiman los infectólogos como piso para alcanzar la inmunidad de rebaño.

Casi 1,4 millón de quienes aún no se inscribieron tiene entre 18 y 29 años. Entre los 30 y los 49 años hay otro millón de personas que no está dispuesta a poner el hombro. Entre los jóvenes de 18 y 19 años, sólo se inscribió en Buenos Aires el 51%.

En Reino Unido, los rezagados a los que aún no les llegó la vacuna o que la rechazan son los protagonistas de la tercera ola de la pandemia que trabaja en sociedad con la variante de preocupación Delta. Tienen una ventaja: son jóvenes y requieren menos cuidados que los adultos mayores cuando contraen la enfermedad. Pero son los que mantienen viva la pandemia y con ella el riesgo de generar nuevas variantes. Hoy son Delta o Lambda. Mañana pueden ser las variantes Olivos, La Matanza o Mar del Plata.

“Los dejamos sin colegio un año entero. Los encerramos. Los maltratamos por querer salir a correr. Se convirtieron en el enemigo de la salud. Los mandamos a bailar y a abrazarse en la clandestinidad y ahora les exigimos que se vacunen para cuidarnos a nosotros. Y encima les vamos a pedir que nos voten. No puede salir bien”, analiza un intendente del Conurbano que evalúa si lanza un sorteo de un auto cero kilómetro entre los vacunados para seducir a los votantes. Eso mismo hizo su colega del balneario bonaerense Monte Hermoso.

El padrón del plan de vacunación es un indicio de la apatía, el enojo o el desinterés de los jóvenes. No es el único. Las encuestas que miran en la Casa Rosada y en la gobernación bonaerense indican que los menores de 30 no sólo tienen un problema con la vacuna sino que también están cada vez más lejos del Frente de Todos, al menos en el distrito que desvela a todos las alianzas electorales, el que definirá la balanza parlamentaria.

El último estudio semanal de la consultora Taquion de Sergio Doval da cuenta de un escenario que se viene profundizando desde hace varios meses. Entre la Generación Z, los de 25 años o menos, está la mayor proporción de los decepcionados que no volvería a votar por la fuerza que eligió en 2019. Y son los que muestran el menor interés por ir a votar en las próximas elecciones. Entre ellos, prácticamente empatan el oficialismo y Juntos por el Cambio, en torno a 18 por ciento. Aunque la imagen negativa de los tres dirigentes con más peso de la alianza de gobierno, Alberto Fernández, Cristina Fernández y Axel Kicillof, es mayor al rechazo que padecen sus oponentes.

En la Casa Rosada le atribuyen el fenómeno a la pandemia y a la oposición. “Les mintieron con la vacuna y con las escuelas. Les dijeron que traíamos veneno e hicieron campaña contra los cuidados. La responsabilidad en la gestión sanitaria nos hizo antipáticos para ellos”, reconoce un funcionario con despacho en la Casa Rosada.

Una encuesta reciente de Analogías que también llegó a manos del equipo de comunicación y estrategia de la Presidencia da cuenta de que más de 70% de los jóvenes de entre 16 y 29 años consideran que el Gobierno nacional no tiene programas para acompañarlos en sus trayectorias laboral o educativa.

El Gobierno nacional no suele ocultar sus preocupaciones y hasta organiza actos para dejarlas a la intemperie. Esta misma semana el jefe de Gabinete de ministros lanzó desde el Museo del Bicentenario de la Casa Rosada el “Consejo Multisectorial de la Juventud” para “concretar espacios jóvenes de discusión en torno a la producción y el empleo”. Y en la transmisión del acto del 9 de Julio desde Tucumán, mostraron más veces a los cuatro adolescentes que sumaron a la puesta en escena que al anfitrión Juan Manzur.

El enojo y el escepticismo podrían ser factores clave en este turno electoral. Los comicios en Misiones y Jujuy ya mostraron un nivel sumamente bajo de asistencia de los electores, en torno al 65 por ciento del padrón. Así, las elecciones de este año podrían convertirse en un enfrentamiento de militantes, de convencidos.

La mayor preocupación la viven entre la vicepresidenta, su hijo Máximo y el gobernador Kicillof. Ellos fueron los creadores de aquella gesta militante que lograba convertir a los jóvenes en inspectores de precios en supermercados. La gestión de La Cámpora, a cargo de la Anses y el PAMI tiene hoy más vínculo con la tercera edad que con el sector de la sociedad para el que fue creado. En el Gobierno temen que la pandemia y el ejercicio del poder hayan vaciado su cantera electoral.

Los estudios de opinión marcan un fenómeno adicional. No se trata sólo de la suba del descreimiento sino también de un crecimiento en la afinidad con espacios de representación que desde el propio gobierno los hermanan con la “anti-política”. Para los consultores Raúl Timerman y Shila Vilker de GOP y Trespuntozero el 17 por ciento de los menores de 29 años se identifica con los “libertarios” y casi el 30 por ciento con “ningún espacio”.

El Presidente sigue atento a los barcos y se mira en el espejo español. La victoria abrumadora de la derecha en la Comunidad de Madrid fue leída como una derrota de las políticas sanitarias ante el avance de los agobiados por las restricciones. La desesperación tardía por abrir las escuelas bonaerenses, a costa de aniquilar los criterios del semáforo sanitario, es otra muestra de la desesperación oficial.

Son dos problemas distintos, pero concurrentes. La estrategia electoral del oficialismo y la gestión sanitaria. El gobierno del Frente de Todos está ante un doble desafío: convencer a millones de jóvenes para que los acompañen. No sólo por las bancas que están en juego. Sino porque la “mayor campaña de vacunación de la historia”, el camino para vencer la pandemia, depende de ese sector de la sociedad que lleva 15 días lejos del radar del poder.