El presidente de Bolivia, Evo Morales, celebrará hoy un año de su triunfo electoral agobiado por una crisis política centrada en la Asamblea Constituyente, una de sus banderas en la campaña que precedió a los comicios. Morales, de 47 años, ganó los comicios presidenciales del 18 de diciembre del 2005 con 53,7 por ciento de los votos, frente a varios partidos tradicionales, con el respaldo de los campesinos productores de coca y un sinfín de sindicatos urbanos y agrupaciones agrarias.

         Tras once meses de gobierno, el mandatario que había ofrecido enseñar a gobernar, cumplió casi inmediatamente su promesa de convocar a elecciones para conformar una Constituyente que redacte una nueva Carta Magna para refundar el país. El objetivo, sin embargo, tropezó con una interpretación a la norma que establece la fórmula de votación en el foro y que ha demandado más de la cuarta parte de los doce meses que tiene de plazo para concluir su misión. Ese tiempo no sólo absorbió horas de discusión en la Asamblea sino en la gestión del jefe de Estado, quien sostiene con firmeza su decisión de realizar una “revolución democrática y cultural” en Bolivia, a pesar de la firme postura de la oposición.

LOS MÁS RICOS.

         Morales no ha tenido que enfrentar sólo a los partidos que venció en las urnas sino a cuatro regiones, entre ellas, dos de las más ricas del país, en las que perdió las elecciones para gobernadores, que son ahora las que duplican su dolor de cabeza. Tanta es la fuerza en los departamentos de Santa Cruz,Tarija,Beni y Pando, que el presidente tuvo que felicitar a sus líderes por llamar a la unidad en las asambleas populares que llevaron a cabo el viernes.

        Ello a pesar de que en estas advirtieron con desobedecer la nueva Constitución si el Movimiento Al Socialismo (MAS), el partido oficialista, persiste en ignorar su pedido de autonomía administrativa regional. La crisis entre el oficialismo y la oposición comenzó con la confrontación en el Congreso por la modificación de la ley agraria, a la que se oponían los partidos de derecha, y que fue aprobada cuando el oficialismo logró el apoyo de dos senadores rivales. La oposición de la derecha fue tal que hasta hicieron una huelga en el Legislativo para no aprobar nuevas leyes.

         La nueva ley agraria permitirá a Morales corresponder al voto de quienes lo apoyaron con la confianza de contar con un pedazo de tierra, en algunos casos tras anular las concesiones dadas de manera irregular a gente poderosa, ligada a los partidos tradicionales. Sus rivales, empero, no desconocen el valor de la nacionalización petrolera dictada en mayo, una de las diez promesas que más popularidad dio al gobernante desde que asumió el poder el 22 de enero.

         También recibió reconocimiento por la firmeza con que consiguió convencer a una docena de transnacionales, entre ellas, la hispano-argentina Repsol YPF y la brasileña Petrobrás, para que acepten pagar más tributos sin recibir compensaciones. No ha estado exento de las complicaciones de la vieja tradición de los militantes partidarios de pedir puestos de trabajo como retribución a la labor proselitista, pero las ha zanjado tanto con negativas como con advertencias de que “no es un gobierno de empleos”.

        Otra bandera electoral que cumplió es la eliminación de los gastos reservados, la partida del presupuesto destinada por los gobiernos anteriores al pago de información confidencial y que se amplió a sobornos a dirigentes y legisladores. Morales no ha podido completar su compromiso de lograr el perdón de la deuda externa, aunque ha conseguido avances sustanciales en revertir el déficit fiscal y tiene seguro que concluirá este año con un inédito superávit de 5 por ciento.

       La proclama antiimperialista de despenalizar la hoja de coca no se ha podido concretar y apenas ha descubierto el rumbo en la burocracia que requiere esa meta en las Naciones Unidas, pero apenas ha convencido a Estados Unidos de que ha reducido 5.000 hectáreas de cultivo de la polémica planta. Además del respaldo popular,Morales ha cimentado su progreso en el poder con la ayuda del vicepresidente, Álvaro García Linera, el verdadero artífice de varios arreglos, tanto con la oposición como con algunos sectores aliados que se atrevieron a mostrar los dientes al mandatario.