De acuerdo con la última medición social del observatorio de la UCA, sin los planes sociales que se liquidan mensualmente, la pobreza del país ascendería a 48,9 por ciento. Pero, la asistencia social –la que se incrementó notablemente durante el 2020 para mitigar los efectos de la cuarentena a la que se sometió a la población como protección ante el covid, un plan asistencial que, sin embargo, se continuó a lo largo del 2021–, logró contenerla en el 43,8 por ciento que se registró de pobres al fin del tercer trimestre del año en curso.

Mendoza no ha escapado de ninguna manera a esa realidad dolorosa y pavorosa que muestra la Argentina de la crisis del coronavirus más la del empleo, la de la inflación, la del crecimiento, del estancamiento y de la crisis integral que ha dominado al país por tanto tiempo. Sin mencionar, claro, la otra crisis que duele tanto o más, por la desesperanza que provoca hacia el futuro y esa sensación de país inviable que se apodera de los millones de buenas personas que habitan la Argentina: la crisis de la inmoralidad y del desatino de la dirigencia, la que ha producido, además, en muchos (no en todos, todavía), un efecto más devastador aún: las ganas de nada, ante el tiempo que pasa y que pasa sin que operen los cambios y las transformaciones que el relato viene prometiendo.

Lo último más o menos sistematizado y actualizado que se tiene de la situación social de Mendoza, del impacto que produjo la pandemia agravando, desde ya, la situación, y cómo incidió el régimen de asistencia social, es un trabajo publicado por el propio observatorio de la UCA: de acuerdo con él, entre el 2017 y el 2020 todas las políticas de transferencias de ingreso sobre la tasa de indigencia y de pobreza se incrementaron en la provincia y eso pudo haber provocado que 6,8 por ciento de la población urbana del Gran Mendoza evitó caer en la indigencia, mientras que el 3,9 por ciento esquivó la pobreza.

Una de las conclusiones que surgen de entrada nomás es que fue el gobierno de Mauricio Macri el que incrementó las partidas sociales con destino a Mendoza acentuando las políticas de subsidios sociales que se habían dado cita durante el kirchnerismo. Esas transferencias siguieron en aumento durante el 2018, cuando se reinició la crisis que el propio Macri no logró contener y que continúa hasta ahora. La llegada de la pandemia, con el cuarto gobierno kirchnerista ya en funciones, provocó todo lo demás y conocido: “Las alteraciones son aún más evidentes entre el 2019 y el 2020 debido a las restricciones en el contexto del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) y la implementación de nuevas políticas, de gran envergadura (añade la UCA), en particular el IFE y la Tarjeta Alimentar, debido a la pandemia”.

La UCA no descubrió nada cuando aseveró, analizando con la lupa la situación mendocina entre esos años, que los índices negativos o a la baja de los indicadores económicos y particularmente sociales se agravaron o se dieron en un contexto internacional adverso. Pero sí le puso números a toda esa situación. La pobreza, descubrió, tuvo un efecto más oscuro y preocupante que la indigencia: en el 2017 los pobres en Mendoza ascendían al 29,1 por ciento y en el 2020 llegaron al 44 por ciento. Y yendo al punto comparado con el contexto internacional, en donde nada iba bien, sino por el contrario: pero en Mendoza, como en el resto del país, el impacto fue devastador al combinarse la devaluación de la moneda con la inflación, más las medidas recesivas que tuvieron su efecto en la actividad económica, en la inversión y en el empleo.

Cómo hará la dirigencia para frenar tanto descalabro configura una de las tantas incógnitas que hoy tiene la sociedad. En momentos de elecciones se prefiere una cosa sobre otra, una propuesta sobre otra, un candidato sobre otro, más que una elección basada en la confianza y en el convencimiento. Ese comportamiento es el que suele describir el consultor y economista Elbio Rodríguez cada vez que elabora una encuesta en todo el territorio provincial. Con lo que el elector tiene en claro que no vota convencido de que en quien deposita la decisión lo sacará del lío en el que estamos. Esa preferencia va y viene, le da el triunfo a una expresión y se lo quita a otra.

En los resultados de cada elección no hay amor, tampoco enamoramiento, ni siquiera seducción de una noche de verano. No hay nada. Hay una preferencia y nada más. Quizás entre lo menos malo y malo de entre lo peor y lo malo.

Entonces, ¿no será tiempo ya de que lo nuevo en la política, si es que existe como dice que existe, se ocupe de estas cosas? El fracaso tras el fracaso tendría que sumergir a todos en la extrema vergüenza, más a horas de que se cumplan 20 años de la decrepitud institucional, social, económica y cultural más aberrante desde el quiebre constitucional en 1976. A veinte años del “que se vayan todos”, se pide al menos una mínima dosis de respeto a esa muestra de tolerancia pocas veces vista de un pueblo que no sólo permitió que la mayoría se quedara luego de aquella deflagración moral casi total; sino que luego les volvió a creer.