Los argentinos sabemos que sólo Haití y Venezuela nos superan en una de las tablas de posiciones más vergonzosas que existen: la de la inflación. Por poco, por muy poco de acuerdo con los estudios, investigaciones y constantes informes que realizan los economistas cuando cruzan los datos de cada uno de los países –al menos 150 bajo observación en todo el globo–, Argentina no se ha transformado ya en el campeón mundial de la inflación. Y si se dice inflación, seguidamente se habla de pobres. Inflación y pobreza van de la mano, íntimamente ligadas. Inseparables.

Argentina, amigos y amigas, bien ya puede estar figurando en el top tres mundial en el número anual de inflación, con el consiguiente incremento de personas pobres que a duras penas sobreviven con lo puesto, sin acceso a lo mínimo, en un país que lo tiene todo menos inteligencia, responsabilidad social, política e institucional y, lo peor de todo, sin sensibilidad para reconocer que por el camino que transita desde tantas décadas atrás lo único que acelera y logra es el avance hacia el siempre latente suicidio colectivo.

Agravados y multiplicados en su efecto negativo por la pandemia, todos los índices sociales y económicos se derrumbaron en el último año. A los especialistas se les presenta complejo analizar lo ocurrido en un año o en el anterior del anterior con los niveles de inflación y de pobreza sin hacer un alto, tomar distancia y observar una suerte de película que se fue rodando por décadas.

En los últimos veinte años del siglo XIX y hasta los primeros cuarenta del siglo XX, las estadísticas cuentan que Argentina siempre estuvo entre los diez primeros países del mundo con ingresos más altos. Durante aquellos años, la inflación no superó el 10 por ciento anual e, incluso, por algunos períodos, el nivel de precios de los productos comercializables, particularmente los alimentos, sufrió el efecto contrario, es decir, descendieron.

Mucho más acá en el tiempo, entre el 2010 y el 2020, la pobreza fue retrocediendo en el mundo entero, porque los precios de las materias primas aumentaron y permitieron a muchas naciones levantar cabeza, mejorándole la vida a buena parte de sus ciudadanos. En la región ocurrió con Chile, Colombia, Bolivia, Perú, Paraguay y Uruguay. En ese tiempo, Argentina se hundió.

Los registros indican que no crecemos desde el 2012 y que, en dos o casi tres años de esos nueve hasta el 2021, el país ha estado en recesión. Lo propio le ha ocurrido, claro está, a Mendoza: en esta provincia, la economía no ha generado empleo genuino en los últimos once años y, durante ese período, el único que lo proporcionó resultó ser el Estado, tanto el provincial como los municipales, a razón de entre 5.000 y 6.000 puestos, en promedio, por año de acuerdo con un relevamiento de la Unión Industrial de Mendoza (UIM) de algunas semanas atrás.

Así como aquellos países vecinos de Argentina lograron reducir sus niveles de pobreza en rangos que oscilaron entre 30 y 70 por ciento en alguno de ellos, el sitio El Economista confirmó, además, que, en términos individuales, per cápita, y comparado con la región, Argentina no ha crecido durante los últimos cuarenta años. Otra vez: en cuarenta años, el ingreso per cápita de los argentinos no sólo no se ha movido, sino que, lo que resulta peor, no creció. Una desgracia que explica por qué aumentó la pobreza, sumado a la pandemia inflacionaria.

El Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf) ha concluido el fin de semana un estudio, uno más, del impacto de los precios de los productos que consumimos en Argentina, provocando sistemática inflación o acelerando su proceso nocivo sobre la pobreza que crece y crece en el país, y se ubica en 42 por ciento a nivel nacional y 44 por ciento en la provincia.

El estudio tomó la evolución de los precios de los alimentos y las bebidas sin alcohol durante los últimos cuatro años. Alimentos y Bebidas resultó ser el rubro que más incrementó sus precios, incluso por encima del nivel inflacionario, en general, durante ese período, que fue de 310 por ciento entre el 2016 y el 2020. Los alimentos y las bebidas, como está dicho, aumentaron 335 por ciento en ese lapso y dentro de ese rubro general, las frutas se llevaron el podio, con 437 por ciento de aumento, seguidas por la carne, con 389 por ciento, y, en tercer lugar, el conjunto compuesto por el té, el café, la yerba y el cacao, que aumentaron 348 por ciento.

Las carnes y los derivados, de acuerdo con el Iaraf, constituyeron el rubro que más aportó a la inflación en los últimos cuatro años y, sólo en el 2020, el año de la manifestación y llegada de la pandemia de COVID, la carne constituyó 45 por ciento del total de la inflación del año. En Cuyo, sin embargo, la incidencia de los alimentos y bebidas fue de 28,4 por ciento en el total de la inflación que se padeció en los cuatro últimos años.

No hubo ni existen planes más o menos serios para combatir la inflación en el país, los que consisten, dicen los expertos, en reducir el gasto, ahorrar y producir más para generar empleos y para que se paguen mejores salarios. Quizás ni haya voluntad hoy para combatir seriamente la inflación a la luz de lo que se hace desde Economía, todo circunscripto a un programa de control de precios y de costos de las empresas que ya fue probado años atrás sin resultados positivos. La asistencia por medio de planes sociales, sin creación de riqueza, sin inversiones y sin expansión y desarrollo económico es sólo eso, una asistencia y así se marcha, cada vez más lento, más atrás y más lejos de los radares de atención de los principales intereses del mundo.