Si a Julio Cobos le dieran a elegir, seguramente se inclinaría por adelantar las elecciones generales un año y someterse al examen de las urnas ya, este fin de semana o el próximo. Pero lo más pronto posible. Si bien su administración está signada por una dosis altísima de buena suerte, no puede dejarse todo permanentemente en manos de la estrella que lo ilumina y que lo protege como un ángel guardián. Así como el retornar por sorpresa a ciertos lugares que no visitaba y adoptar ciertas poses y actitudes ausentes desde la exitosa campaña electoral del 2003 que le permitió acceder a la Gobernación, Cobos ha visto que necesita, imperiosamente, reencontrarse con las bases de su sustento y corregir las distorsiones del rumbo.

       Ahora debería apuntar que las dificultades en áreas clave de su gestión pueden ennegrecerle un panorama político que sólo hoy le promete loas y un jolgorio eterno al lado de Néstor Kirchner. La inseguridad es el costado débil. La inseguridad es la maldita costilla que no logra sojuzgar a sus designios y es la que le puede hacer pagar un costo demasiado alto, tanto, que hoy se desconoce. Por supuesto que tiene otros frentes, como el de la sangrienta interna que libra con los radicales fieles a Roberto Iglesias, y otros pequeños focos de incendio que deberá sofocar cuanto antes y que se han declarado, dentro de su propio sector, entre dos o tres entusiastas por sucederlo en el 2007.

       Lo de la inseguridad es tan serio que de tan serio y espantoso que es por la falta de respuestas puede causar una desazón colectiva tal, al punto de dejar todo librado al azar, en manos de la buena suerte, como parece, a veces, que ha hecho la administración. Porque, si no, no se explica cómo se continúa, caprichosamente, con el rumbo. Una muestra evidente de lo que ha ocurrido con la lucha contra el delito en los últimos seis o siete años se manifestó ayer, cuando cuatro ex ministros de Seguridad debatieron el problema convocados por la Universidad de Congreso. Y allí se notó la política del degradé continuo que ha sufrido la sociedad por los desaciertos cometidos por las últimas administraciones de las que fueron parte.

       Alejandro Cazabán, de la gestión Lafalla; Leopoldo Orquín, de la gestión Iglesias, y Roberto Grillo y Osvaldo Tello, de la actual gestión Cobos. Debía haber estado Alfredo Cornejo, quien fue ministro a lo largo de seis meses, entre Grillo y Tello, pero faltó a la cita. Cornejo estuvo tan ausente como los buenos resultados que en seguridad debería exhibir Miguel Bondino, el actual jefe del área y que puede llegar a entorpecer parte de los objetivos políticos que tiene Cobos por delante. El debate había generado interés en el medio. Y así comenzó, con expectativa, cuando Cazabán desgranó algunos aspectos de la reforma policial de 1998, la que se pudo aplicar gracias al masivo acuerdo y pacto político al que se llegó en aquel momento con todos los líderes.

        Orquín describió con crudeza los momentos vividos en el medio de la crisis general de comienzos de siglo, de su convencimiento de profundizar aquella reforma, pero que la política se fue desentendiendo del problema hasta quedar sin sustento. Orquín hasta le dio un toque divertido al foro. La exposición de Grillo asumió un tono quejoso por no haber contado con el apoyo del gobernador (Cobos) y logró confundir a parte del auditorio cuando intentó explicar el perfil del policía que quería imponer frente a un problema multicausal, como se entiende al delito.

       Promediando el discurso de Grillo, buena parte del auditorio ya se había retirado. Los que se quedaron, en un gran porcentaje, tenían la esperanza de que el último de los expositores, el hombre en quien Cobos confió la estratégica área el año pasado, hiciera honor a su apodo y los levantara del sopor: Osvaldo El Cóndor Tello no pudo explicar cuál fue su misión durante los cinco meses que duró su gestión y ni siquiera cuál fue, si es que existió, el mandato que le dio Cobos cuando lo nombró en ese siempre convulsionado ministerio. Tello había logrado, a esa altura, que se volvieran a ver decenas de sillas vacías en el salón auditorio de la universidad.

        El faltazo de Cornejo y el del actual ministro,Miguel Bondino, fue el moño al paquete descriptivo de las acciones contra el delito que ha encarado el Gobierno. Ambos se excusaron con una nota argumentando que estarían en Buenos Aires cumpliendo cuestiones de agenda. Anoche, en pleno centro de la capital del país, Cobos inauguraba un comité de los radicales que comulgan con Kirchner.

       Evidentemente, la salida de la política de Estado en materia de seguridad y la decisión del actual gobierno de volver a dejar en manos de un hombre de la fuerza la logística de la lucha contra el delito sin que aparezcan las soluciones, sumado a los indisimulables problemas de comunicación que exhibe la administración de Cobos para explicarle a la ciudadanía cuál es el rumbo elegido para combatir el flagelo del momento, agregan desazón y malhumor sobre un mal del que sólo con suerte y supuestas buenas intenciones no se sale.

       ENTRE EL PETISO Y EL CÉSAR. El frente político da muestras, también, de una mayor turbulencia e inestabilidad. Por esto, también a Cobos le hubiese gustado ir a elecciones ya, porque el final puede deparar sorpresas. Cobos tiene varios focos ígneos que atender. El más claro es el del enfrentamiento con Roberto Iglesias, lo que ha deparado una andanada de acusaciones graves de un sector y de otro, todas vinculadas con la prebenda, el clientelismo y, lo que es peor, la corrupción. Con que algunas de estas denuncias tan sólo llegara a salpicar al gobernador, el derrumbe sería estrepitoso.

       Por la imagen que el propio Cobos se ha ocupado de construir: transparencia, austeridad, sencillez y tantos otros atributos que ha logrado que le reconozca buena parte de la ciudadanía. Sin embargo, tiene a su vez frentes internos, de su entorno, que pueden explotar y generarle algún grado de inestabilidad en su última etapa hacia el fin del mandato. La pelea por el candidato a sucederlo está enfrentado a dos leales a su causa: Alfredo Cornejo y César Biffi. La pregunta es saber cuál de ellos es el mejor candidato. Al parecer, Biffi es el mejor nombre hacia adentro del partido, porque da más confianza y previsibilidad y porque ha dado algunas señales de que, una vez que acceda al poder, buscaría un arreglo con Iglesias y con el resto de los radicales mendocinos que se han peleado por Kirchner.

       Pero, en la Casa Rosada, a Biffi ni lo registran. Ni siquiera lo tienen en cuenta cuando la gente del presidente ordena las mediciones en Mendoza. Para la Rosada, para Kirchner en concreto, el candidato más fiel y que seguiría los pasos del disciplinado actual gobernador Cobos es Cornejo. Hay varios episodios que dan cuenta de la predilección que tienen Kirchner y los Fernández por el famoso Petiso mendocino. Uno de ellos lo protagonizó el ex gobernador Rodolfo Gabrielli, a quien el propio Kirchner le habría dicho, durante un vuelo en el Tango 01, que el mejor candidato en Mendoza es Cornejo. Gabrielli no desmiente este hecho.

       El otro se dio el jueves en la Rosada, en el acto en donde la firma Navarro Correas anunció una inversión de 20 millones de dólares para construir otra bodega: en uno de los pasillos se encontraron Kirchner, Cobos, otros funcionarios y el diputado Cornejo. Al verlo, el presidente le dijo: “Alfredo, vení que me saco una foto con vos”. El fotógrafo de la Presidencia hizo su trabajo. Además, allí Kirchner le habría dicho que sería un muy buen candidato en Mendoza, el continuador de lo hecho por Cobos.

       Esas fotos estarían en manos del asesor de Cobos en Comunicación, el periodista Julio Paz. ¿Es buen candidato Cornejo? Esa pregunta se la hace Cobos en voz alta. Y le responden: para Kirchner sí, pero para los radicales mendocinos, no. Una mera cuestión de confianza y lealtad. Nada más y nada menos.