Nadie puede asegurar a ciencia cierta si Rodolfo Suarez, con lo que le queda de gestión, reimpulsará y, en todo caso, conseguirá logros completos o parciales sobre aquellos proyectos que impulsó con fuerza en el arranque de gestión y que quedaron en suspenso esperando mejores tiempos y circunstancias. Pero sí se coincide en que al menos las tres ideas fuerza que encaró con algo de entusiasmo, como la de poner en discusión la matriz económica de la provincia por la vía de la reforma de la ley antiminera (Ley 7.722), aquella discusión a fondo que lanzó para alumbrar una nueva ley de educación y el intento por introducirle cambios e incorporar nuevos derechos y obligaciones a la Constitución de la provincia que ha sobrevivido casi sin alteraciones desde 1916 a esta parte, forman parte de los objetivos que, indefectiblemente, Mendoza deberá conseguir para evitar una suerte de cataclismo en su funcionamiento.

“A Suarez lo salvó la pandemia”, suelen decir algunos personajes del oficialismo en Mendoza que siguen viendo y observando con desconfianza la gestión del actual gobierno. Son aquellos que se entusiasmaron con el inicio de la administración del ex intendente capitalino cuando creyeron que se avanzaría en darles respuestas a aquellas viejas demandas estructurales que se señalan como necesarias conseguir y de manera imperiosa para esquivarle al fracaso como provincia.

Se teme que Suarez se haya quedado a mitad de camino en sus iniciativas y que esa situación de inactividad lo acompañe hasta el fin del mandato. Si la provincia no produce en poco tiempo más un giro brusco y decisivo en su funcionamiento económico, permitiendo que se incorporen al sistema de producción y desarrollo la explotación de sus recursos mineros conjuntamente con los de las energías limpias y renovables, no sólo pasará a depender en un ominoso porcentaje de las transferencias automáticas y no automáticas que realiza la Nación para pagar los sueldos de sus empleados públicos, sino que decrecerá notablemente la calidad y la prestación de los servicios mínimos que hoy se demandan y que están a cargo del Estado.

Es muy probable que algunos de estos asuntos conformen parte de la discusión electoral que se avecina en el enfrentamiento entre las fuerzas políticos. Si eso ocurre, será lo mejor que le podría pasar a un Estado que hoy está concentrado en la supervivencia diaria, atormentado y adormecido, además, por los efectos de la pandemia de coronavirus.

No deja de llamar la atención –todavía con sorpresa– dos aspectos en apariencia contradictorios que son parte al mismo tiempo del gobierno de Suarez, como si se tratase de un don o cualidad superior seguido de una torpeza o incapacidad distintiva: fue de los pocos, por no decir el único en decenas de años, que desde el arranque mismo avanzó decidido en provocar y producir cambios de fondo tal como los había prometido durante la campaña electoral que lo terminó depositando en la Gobernación; pero a la vez ha sido de los únicos también en renunciar tan rápido a conseguir tales objetivos y a rendirse rápidamente cuando surgieron las primeras trabas u oposiciones que indubitablemente aparecerían como sucede siempre.

La inminente campaña electoral puede que asuma algunos o los tres temas que ha lanzado Suarez para ser discutidos. Sería lo mejor que le podría ocurrir a una provincia que hace tiempo no se inmiscuye en discusiones de fondo sobre los problemas estructurales. Quizás la propia campaña deje al descubierto una nueva estrategia del oficialismo para recuperar la iniciativa e ir en búsqueda de aquellos objetivos y proponer otra cosa, además de la gestión diaria de la pandemia de coronavirus. Una buena oportunidad para actualizar el pensamiento oficial frente a los mendocinos sería el próximo y cercano discurso que el gobernador debe brindar ante la Asamblea Legislativa, el 1 de mayo, día en el que se inaugura el período ordinario de sesiones parlamentarias.

El peronismo, por su lado, también ha comenzado a discutir hacia dentro su propia estrategia de campaña electoral y no descarta ir por todo exponiendo al gobierno de Suarez en lo que considera actos de ineficiencia o de confusión. Claro que, para ello, el propio peronismo todavía arrastra y lleva consigo esa pesada carga vinculada con sus últimos gobiernos provinciales que dejaron mucho que desear. Y en ese sentido y para ganar en credibilidad, todavía le tiene que decir a los electores qué queda de aquel peronismo, en particular, el de Paco Pérez; si se hace cargo o no de la estela perniciosa que dejó aquella gestión; si la asumió como propia o la sigue negando; si cambió o si sigue siendo lo mismo con una apariencia diferente; en fin, de un montón de aspectos que han quedado sin ser abordados en profundidad y con absoluta sinceridad por parte de los dirigentes que hoy protagonizan la vida del principal movimiento de la oposición.

Y luego de eso –como lo están pensando e imaginando–, hablarles a los mendocinos de lo que quieren para la provincia y de lo que piensan del actual gobierno; el de Suarez, el del poderoso y prestigioso radicalismo y sus aliados que lo han derrotado sistemáticamente durante los últimos años; el gobierno del eficiente y exitoso Alfredo Cornejo; que no todo es como es y se presenta, sino que más bien se trata de una estafa. ¿Podrá hacerlo?