Si Miguel Ángel Bastenier, ese gran maestro de periodistas del diario El País, les dijo a todos los aspirantes a cronistas, periodistas y comunicadores que para tener éxito en el oficio –y por sobre todo para ser bueno y gran profesional–, era necesario contar “con un estómago de hierro” para tomar distancia de los protagonistas de las historias y de los hechos que se tenían que describir, su colega Alfredo Bisquert, de los más grandes que haya dado Mendoza, redobló el desafío y, a mi humilde entender, completó el círculo para dar con el resultado esperado: “El alumno tenía que estar tranquilo” para aprender bien el oficio, claro, por sobre todas las cosas, estudiar y crecer en un ámbito en el que se propiciaran las “ideas democráticas; Comunicación –por la carrera de Comunicación que se dicta en la UNCuyo– tuvo que ver con propiciar las ideas democráticas y el estilo donde el alumno leía todo lo que quería. Si bien había una bibliografía, la idea era que buscara muchas fuentes, fuera a rendir con un tema elegido y con tiempo para que se expresara. Fue muy bueno ese sistema”, según le respondiera en una entrevista a Natalia Bulacio, en setiembre del 2015, en Unidiversidad y cuando la carrera de Comunicación cumplía 30 años en el ámbito de la UNCuyo.

Bisquert falleció ayer dejando tras su prolífico paso como maestro y educador un sinnúmero de enseñanzas para los periodistas de la generación del 80 y del 90, pero, sobre todo, de todas aquellas que, igual para el caso de Bastenier, no se encontraban en los libros y artículos que acompañaban la currícula, sino que fueron producto de su propio ingenio y genialidad y –por supuesto que sí–, inherentes a su condición de buenas, magníficas y generosas personas.

Bastenier, quien falleció en abril del 2017, y Bisquert brillaron y dieron que hablar por estas tierras en momentos en que se reconfiguraba el oficio periodístico en la Argentina, como todo luego de que en el país se recuperara la democracia. Y si algo tenían en común, elemento y virtud que engrandece aún más al maestro mendocino, fue el sentido común frente a los hechos y todas las cosas; la pasión para transmitir con precisión y fidelidad los acontecimientos y el saber escuchar y observar. ¿Por qué hacer coincidir ambos legados, el del periodista catalán con el del maestro mendocino? Porque a muchos a los que Bisquert les enseñó a descubrir la pasión y el respeto por la buena, honesta comunicación de alta calidad, los terminó moldeando Bastenier en sus recordados cursos que supo dictar a mediados de los 90, tanto en Mendoza como en Buenos Aires para diversos medios, en su mayoría de prensa escrita y de papel, para ser más precisos.

Como ocurre con todo, el periodismo de estos tiempos está bajo la lupa escrutadora de la sociedad. Y con razón se le ha perdido, en términos generales, la confianza, una característica fundamental para que la relación con las audiencias y el público sea exitosa y floreciente. Bisquert encontró el punto exacto entre la teoría y los hechos de la realidad para alumbrar un método preciso y eficaz que le permitía al alumno decodificar el acontecimiento y poder transmitirlo con simpleza. Y el maestro, mentor de la carrera de Comunicación en el ámbito de la universidad pública, tenía el don y la paciencia para explicarlo. Enseñó, sin aspavientos ni mucho menos diatribas escandalizadas y ruidosas, que la objetividad no existe, aunque sí la honestidad y el respeto por la verdad y la no distorsión de los sucesos, condimentos esenciales para alcanzar la credibilidad.

Cultor del bajo perfil, al maestro tampoco le costó hacer ver que la espectacularidad y el escándalo alrededor de la práctica del oficio al final del camino terminan atentando contra todo, el medio y el periodista. Pensar, escuchar, preguntar y repreguntar, desconfiar, dudar y buscar y seguir buscando por enésima vez el dato que impide cerrar una buena historia, hablar en un estilo y lenguaje simple y comprensible fueron algunas de las sugerencias que fue dejando a lo largo del tiempo.

“Quienes tuvimos la suerte de acompañar su paso nunca olvidaremos su integridad democrática y su inmensa vocación docente. De él nos quedó una enseñanza máxima que desde entonces nos persigue como faro de la profesión periodística: “Al comunicador, ningún contenido le puede ser ajeno”, recordó este lunes el escritor, periodista y docente Luis Ábrego, uno de sus alumnos e integrante de la primera camada de comunicadores que comenzaron con la aventura, hecha realidad, de la carrera de Comunicación, la que ayer perdió a su primer combustible y motor, como el del profesor Luis Triviño, en una época en donde todo lo que fue floreciendo, como la democracia, creció sobre la buena leche y la buena madera, amén de las equivocaciones y errores, quién lo duda.