Renzo Picón Daza fue asesinado cuando trabajaba como “arbolito” en la calle Florida, en el Microcentro. Tras un día desaparecido, fue hallado con un disparo en el pecho y marcas de golpes en la cara, en un contenedor de la villa 31 de Retiro. A un año del fatal crimen, su familia aun espera que los citen a declarar. Pero la Justicia archivó la causa por falta de pruebas. Creen que fue un “ajuste de cuentas”.

Renzo y su hermana Fiorella habían acordado encontrarse por el centro porteño a las ocho de la noche. Pero un rato antes de la cita las cosas comenzarían a cambiar: primero, porque Renzo no se conectó más al WhatsApp, y no volvió a responder.

Jamás imaginó que a la hora de la cita a su hermano lo bajaban de un auto y lo abandonaban, con un disparo en el pecho y marcas de golpes en la cara, en un contenedor de la villa 31 de Retiro. 

El fatal asesinato sucedió 7 de agosto de 2016. Renzo Picón Daza (32), oriundo de Lima, Perú, estuvo como NN hasta el jueves siguiente, cuando su cuñado -el marido de Fiorella- reconoció su cuerpo en la morgue.“Le encontramos el teléfono celular y el reloj. Esto es un ajuste de cuentas”, le afirmaron en la comisaría 46°.

Su familia aun espera que los citen a declarar. “Señalamos a una persona que, como mínimo, debe saber qué pasó con mi hermano. Pero para la fiscal no existe, y él sigue con su vida, como si nada. Será que somos extranjeros y pobres y para la Justicia es normal que nos maten. No tenemos dinero para pagarle a un abogado y no sabemos qué hacer”, se lamenta Fiorella (29).

Durante diez años, el peruano se ganó la vida como “arbolito” en la calle Florida, y realizando algunos rebusques más, como venderle celulares y perfumes en pagos semanales a las prostitutas de los departamentos privados de la zona.

Su último mes había sido muy rentable: un ladrón que cumple una condena en Olmos lo había contactado con una persona que compraba entre 60 mil y 90 mil dólares diarios. Ganaba una comisión por tener “la entrada” a una financiera.

El día del crimen pasó por allí después del mediodía, junto a su contacto. Se sacó una foto con los fajos de pesos con los que su conocido compraría US$ 60 mil y se la envió a su novia. Cobró $ 5 mil de comisión y se fue a la calle Florida. Ahí, pasada la tarde, comió con un amigo, también peruano. A las 19.30 le sonó el handy y se despidió. “Debo ir a cerrar un negocio”, le dijo al muchacho.

Su familia sabía en qué cajón Renzo guardaba sus ahorros. Cuando fueron al hotel en el que vivía no encontraron un solo peso de todo lo que venía ganando en comisiones, y que ellos habían visto dos días antes de su desaparición. Fiorella intentó escribirle al preso de Olmos que había contactado a su hermano con el comprador de dólares. Pero después del crimen, la bloqueó. La familia baraja esta hipótesis y al menos dos más.

Renzo creció a la par de una camada de peruanos que comenzaron de “arbolitos” y hoy, diez años después, tienen sus “cuevas” en oficinas de la zona del Microcentro. Es decir, pasaron de trabajadores a patrones. Uno de ellos es un paisano con el que Renzo andaba “para arriba y para abajo”, como se le dice en la colectividad a los amigos inseparables. Se trata de una persona de nombre Joel, que habría cumplido una condena por clonación de tarjetas de crédito. Vivía en una casa que habría comprado con el botín de una estafa a ladrones chilenos, y en la que Renzo había vivido un tiempo.

Semanas antes del homicidio, dos hombres armados ingresaron a la oficina de Joel y le robaron a su socio US$ 75 mil de una transacción. La víctima no lo dudó: acusó a Joel de ser un entregador, ya que se trató de una cifra superior a las que se suelen manejar en las “cuevas”. Y como Joel siempre andaba con Renzo, también estaba en la mira.

La otra hipótesis de la familia tiene que ver con un auto robado. Al parecer Joel y Renzo lo habrían recibido y vendido, pero sin entregar la plata.

El entierro fue en Avellaneda, el 13 de agosto de 2016. Hubo más de cien “arbolitos” peruanos. Uno de ellos, no bien lo vio, golpeó a Joel y le gritó: “Habla, tú sabes lo que pasó”. Algunos familiares de Renzo también le recriminaron lo mismo. A los días del entierro, Joel habría enviado a sus hijos a otra provincia. Y luego, desapareció de la zona del Centro. Nadie volvió a tener noticias suyas.

“Renzo se metió en un baile que no supo bailar. O pecó de sano o de confiado”, le contó a Clarín un “arbolito” que pide reserva de identidad. “Andaba con gente pesada de las villas Zavaleta y 1-11-14. Y a esos lugares no se va a comprar caramelos”.

Renzo llevaba guantes de látex en sus manos cuando fue velado y enterrado. Un policía amigo de la familia les dijo que se trata de una señal: podría haber traicionado a alguna fuerza policial. Fiorella se presentó en la Fiscalía Criminal N° 5. Le dijeron que la causa estaba archivada. Sin una sola declaración.