La Linda

La colonial capital de la provincia de Salta es el punto de partida para la travesía. Desde Buenos Aires, se puede llegar por vía aérea o terrestre. La ciudad cuenta con toda la infraestructura necesaria para alojarse. Desde coquetos hostels y hoteles boutique hasta establecimientos cinco estrellas. Gastronomía regional e internacional, espectáculos, shoppings, vida nocturna, peñas folclóricas, visita a templos históricos, tours por las calles coloniales y museos, y el ascenso a Tres Cerritos, el sitio donde una mujer llamada María Livia realiza los sábados sus oraciones de intercesión ante miles de devotos de la Virgen María, son algunas de las posibilidades que ofrece esta urbe ubicada a 1605 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Salta brinda todo lo necesario para permanecer algunas horas o varios días. Y es un punto neurálgico para partir en busca de la imponente geografía cordillerana que en todo momento la enmarca y la cobija.

Durante agosto, además, Salta suma un plus: la 22° Fiesta Nacional de la Pachamama de los Pueblos Andinos cuya grilla de actividades incluye espectáculos artísticos y el rescate de tradiciones milenarias de la Puna Argentina.

Auto, combi o tren

La travesía a la Quebrada de Humahuaca y a las Salinas Grandes puede realizarse en automóvil o bien contratando los servicios de combis en alguna de las tantas agencias de viajes de la ciudad de Salta. En general, los choferes de los vehículos, con capacidad para casi veinte personas, son bilingües y ofician de guías explicando con minuciosidad sobre la historia, los fenómenos geográficos y las particularidades de cada pueblo que se atraviesa. Estas excursiones tienen un costo promedio de $ 1700 y no incluyen las comidas.

La vía terrestre puede complementarse con el famoso Tren a las Nubes, aunque, por tareas de reparación, ya no parte desde la ciudad de Salta sino desde la estación de San Antonio de los Cobres, y realiza un recorrido muy reducido hasta el imponente Viaducto La Polvorilla. A pesar de esta contrariedad, encontrar tickets disponibles para abordarlo es una aventura aparte. Es que el tren sigue siendo uno de los grandes atractivos de la región y su fama es internacional. Con todo, las combis circulan por las rutas que durante buena parte del recorrido corren paralelas a las vías, atravesando rulos, viaductos, y los zig zags tan característicos de la región. Si se busca la postal, se la encontrará a cada paso.

Precauciones

Lo ideal es partir de Salta de noche, cuando aún las luces del sol no brillan sobre las montañas. A las siete de la mañana, las calles no cuentan con demasiado tránsito y la salida del casco urbano puede hacerse en pocos minutos. Por otra parte, restan desandar casi 600 kilómetros, con lo cual es aconsejable arrancar muy temprano para poder regresar a primera hora de la noche.

Hay que tener en cuenta, si se realiza la travesía en forma particular, que hay tramos extensos en medio del desierto o la montaña donde se dificulta el acceso a estaciones de servicio, sanitarios y paradores gastronómicos.

Antes de abordar el vehículo, es necesario tomar un muy buen desayuno previo, ya que el ascenso puede jugar alguna mala pasada. No hay que olvidar que se llegará hasta más de 4000 metros sobre el nivel del mar. Los lugareños recomiendan ir provistos con agua mineral, goma de mascar para destapar oídos, y una bolsita con hojas de coca, que se adquiere en los quioscos o en la vía pública, para contrarrestar los efectos de posibles apunamientos. De todos modos, no hay que asustarse ni predisponerse mal: el viaje es sumamente placentero y puede realizarse en familia. En todos los pueblos que se visita se accede a casas de comida y sanitarios sumamente higienizados tanto en Salta como en Jujuy.

Un dato no menor: no hay que desestimar la amplitud térmica propia de la Puna. Hay que vestirse apelando al “sistema de la cebolla”: llevar ropa cómoda y abrigos que puedan ponerse y sacarse con facilidad. Las temperaturas son muy cambiantes de acuerdo a la altura y a la hora del día. El calzado debe ser cómodo. Ideal, ir con zapatillas ya estrenadas que permitan pisar ripios, realizar pequeños ascensos por la montaña y atravesar las salinas.

El Portal de los Andes

Saliendo hacia el Oeste de la ciudad de Salta se accede a la Ruta Nacional N° 51. A menos de 30 kilómetros se encuentra ubicado, en el Valle de Lerma, un pueblo sumamente pintoresco de tan solo 12.000 habitantes: Campo Quijano. Aquí se puede apreciar el Dique Las Lomitas y las bondades del Río Arenales. Esta es una de las paradas del Tren a las Nubes, así que los pobladores le rinden homenaje con un monumento al Ingeniero Maury, constructor del tendido férreo.

Es muy recomendable visitar el Museo de Sitio Tastil, donde se exhiben piezas y objetos pertenecientes al espacio arqueológico ubicado en la parte alta del cerro, cercano al pueblo. Esta reserva histórica es una de las más grandes del país. Su población llegó a los 3000 integrantes y tuvo vida en el año 1000 de la era cristiana. El museo fue inaugurado en 1975 con posteriores remodelaciones que lo mantienen en perfecto estado. En sus salas se pueden apreciar objetos arqueológicos y observar videos sumamente ilustrativos.

A los costados de la ruta, artesanos venden sus productos de reminiscencias diaguitas y calchaquíes a muy buen precio. Esta será una constante de todo el trayecto: los artistas lugareños ofrecen ponchos, mantas y frazadas tejidas por ellos mismos, como así también artesanías que siempre están ligadas a la historia del lugar. Es impactante observar cómo en toda esta zona se conservan las técnicas y tradiciones ancestrales. Durante el recorrido, el visitante siente que se ha transportado en el tiempo y retrocedido varios siglos. La preservación de la cultura es todo un valor para estas poblaciones de la Puna Argentina, nada afectas a la invasión de costumbres foráneas.

En ascenso

Saliendo de Campo Quijano, la subida se vuelve más pronunciada. La geografía cambia y comienzan a aparecer las postales típicas de esta región: suelo algo desértico (dependiendo qué ladera de la cordillera se observa), grandes cardones (los cactus que son todo un símbolo del lugar) y las primeras obras de ingeniería colosal que permiten que el Tren a las Nubes pueda atravesar valles y unir montañas a través de imponentes viaductos.

Se recomienda hacer un alto en la marcha y tomar fotografías con esas majestuosas construcciones de fondo. Los impresionantes viaductos enmarcados por las montañas conmueven el alma. La ruta hace rato dejó de ser una recta para convertirse en un trazado cada vez más ondulante que repica el recorrido de las vías. Uno puede sentir estar cerca del paraíso. O en el mismísimo paraíso.

Aparecen los caminos de cornisa y las curvas pronunciadas. Hay tramos de ruta donde la montaña acaricia el vehículo rodeándolo con pendientes de casi 90°. Un paisaje colosal. Cada tanto aparece algún puñado de casas, todas construidas en adobe, lo que permite que durante el día absorban el calor y lo conserven durante las noches prolongadas. Aquí, al mediodía la temperatura trepa a rangos veraniegos, pero durante la madrugada desciende a varios grados bajo cero.

Los animales se mueven en grupo. Es frecuente ver a los guanacos salvajes pasearse muy cerca de la ruta, aunque no se acercan a los seres humanos. En cambio, más amigables son las llamas. Es posible encontrarlas en grupos numerosos dado que son llevadas a pastorear por los arrieros.

Las escuelas rurales lucen sus banderas con orgullo. A la vera del camino se observan varios de estos establecimientos que cumplen su labor educativa, pero también dan cobijo durante la semana a los alumnos que llegan a pie o a lomo de animales desde lugares muy remotos. Para un estudiante que insume desde su casa hasta la escuela más de tres horas de caminata, le resulta imposible el regreso en el día, por eso los colegios ofician de segundo hogar. Y sus maestros son educadores y padres al mismo tiempo. No hay dudas que aquí se hace patria.

San Antonio de los Cobres

La Quebrada del Toro enmarca esta parte del viaje. Luego de recorrer 136 kilómetros de emocionante belleza desde la última parada, se llega a una de las joyas del viaje: la ciudad de San Antonio de los Cobres, la tercera en altura de nuestro país, ubicada a 3775 metros sobre el nivel del mar. Aquí se conjugan la Ruta Nacional N° 51 y la famosa Ruta Nacional N° 40 que une Ushuaia con La Quiaca bordeando la Cordillera de los Andes. San Antonio de los Cobres cuenta con la estación del tren que es preámbulo a los últimos kilómetros de viaje para llegar al Viaducto La Polvorilla, la frutilla del derrotero ferroviario.

Si hasta aquí no hubo imprevistos, la llegada a este pueblo por demás pintoresco debe suceder antes del mediodía, cerca de las once de la mañana. San Antonio de los Cobres cuenta con varios restaurantes o fondas típicas atendidas por sus dueños. Las mesas de madera rústica y la calefacción de chimenea sumergen al visitante en un mundo aparte. Aquí no reinan los platos gourmet sino la más pura tradición rural. Un almuerzo prematuro recibe a los turistas que luego del madrugón ya tienen ganas de degustar algunos de los platos más tradicionales del lugar: milanesas o bifes de carne de llama con papines son manjares ineludibles. Y, desde ya, los típicos locro y humitas.

Luego de renovar las energías, las callecitas del pueblo invitan a recorrerlas. Algunos vendedores ofrecen sus mercancías y los chicos juegan con la libertad que ofrecen estos lugares con una calidad de vida diferente a la de las grandes ciudades: sin flagelos como el de la inseguridad. En cada parada, es posible acceder a numerosos puestos de venta, pero los artesanos jamás son invasivos a la hora de ofrecer sus productos.

La Iglesia en honor a San Antonio de Padua y la plaza principal templada por el sol acompañan a los caminantes en medio de un silencio arrollador. “Ya ves es mejor no hablar”, dice la zamba del salteño Daniel Toro. Aquí sobran las palabras.

El clima de este pueblo rodeado de yacimientos que le dieron nombre es seco y frío. Y muy ventoso la mayor parte del año. Para los que deseen pernoctar y pasar la noche, San Antonio de los Cobres cuenta con varias plazas hoteleras. Las aguas termales son otro de los atractivos del lugar.

El viaje continúa. Y dada la altura es posible experimentar algún signo de mareo o dolor de cabeza, pero nada grave que impida seguir la marcha rumbo a las planicies blancas.

Y la tierra se hizo sal

Es momento de dejar atrás las vías del tren y comenzar un camino independiente por la Ruta Nacional N° 40 rumbo a las Salinas Grandes, a más de 3400 metros de altura. Esta verdadera curiosidad de la naturaleza vincula el suelo salteño con la provincia de Jujuy. Se trata de una impresionante superficie de 12000 hectáreas. Salinas Grandes es uno de los diez salares más grandes del mundo y se formó a partir de la evaporación de las aguas saladas continentales. Hoy, se las explota de manera artesanal.

La ruta atraviesa las salinas como una línea oscura que corta lo inmaculado del blanco. Es aconsejable llevar protector solar y anteojos oscuros para preservar la vista. Los artesanos venden sus productos hechos con sal y operadores turísticos ofrecen excursiones para penetrar tierra adentro y observar de cerca algunos de los piletones naturales. De todos modos, el solo hecho de hacer una parada sobre la ruta permite disfrutar de un paisaje inusual: un verdadero desierto blanco inmaculado. Si el cielo está despejado, el suelo es casi un espejo infinito. Caminar por encima de la sal es una verdadera experiencia que disfrutan los adultos y los niños.

Aquí se pueden degustar empanadas, tortillas de queso o infusiones calientes, como así también acceder a los sanitarios. Desde ya, probar un grano de la superficie nos hace evidenciar la materia prima de este refugio exótico de nuestro país.

Jujuy: entre el cielo y la tierra

La marcha se retoma. La sal desaparece de la superficie, se cruza la frontera provincial y Jujuy deparará paisajes estremecedores. Nuevamente la Ruta Nacional N° 52 y un camino que permite llegar a un mojón más que simbólico: el punto más alto de la travesía. Allí, un monolito marca que se alcanzaron los 4170 metros sobre el nivel del mar. Casi casi es posible tocar las nubes con las manos.

 

Silencio estremecedor en esta curva desde donde se pueden tomar fotografías que intentarán plasmar algo de lo imponente del lugar. Una vez más la maravilla natural. La virginidad de la montaña. Y un viento que arrulla el oído como letanía. Hasta dan ganas de orar. De pensar que hay algo más que supera la capacidad del entendimiento humano. Un alto que sublima la experiencia.

Mucho más que siete colores

Purmamarca se mece sobre la Quebrada de Humahuaca, una ruptura natural entre montañas que se convirtió en un paso perfecto en los tiempos precolombinos. En 2003, la Unesco declaró a la Quebrada como Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad. Aquí todavía es posible encontrar pueblos originarios y tomar contacto con las tradiciones más profundas.

La localidad de Purmamarca ha sufrido algunas transformaciones en los últimos años debido a la irrupción del turismo masivo, pero esto no alteró que se conserven rituales, lenguas originarias, y el valor patrimonial de sus construcciones.

La plaza principal organiza la vida turística y social. Allí hay cientos de puestos con ventas de artesanías. Desde la mañana hasta que se pone el sol, la actividad comercial es incesante. La iglesia corona el casco cívico rodeado de negocios con todo tipo de atractivos regionales. Los hoteles boutique se multiplicaron, con lo cual hospedarse aquí es un plan formidable.

El cerro de los siete colores, denominado así por su textura no uniforme, es tan solo uno de los atractivos naturales del Departamento de Tumbaya. Sin dudas, Purmamarca es una de las vedettes del Norte Argentino.

A pocos minutos de Purmamarca se accede a Volcán, un pueblo que sufrió, en enero pasado, las consecuencias de un alud que sepultó literalmente a buena parte de sus casas y dejó varias víctimas fatales. En sus adyacencias, un gran galpón ofrece productos regionales que los vecinos comercializan en forma cooperativa. Es una buena oportunidad para colaborar con la gente que ha padecido el enojo de la naturaleza. Es estremecedor circular por la Ruta Nacional N° 9 y observar aún hoy las casas sepultadas y las calles destruidas. Pero la población, con entereza y dignidad, lucha por renacer con energía y se muestra servicial y receptiva a los turistas que se acercan.