El flamante cambio de nombre a Países Bajos de la ahora ex Holanda, la mudanza de Macedonia a Macedonia del Norte hace apenas meses y el amago de Rodrigo Duterte de promover el cambio de denominación de Filipinas reactiva el curioso engranaje de los países que mudaron su título, a veces como resultado de procesos complejos y a menudo como simples reacciones.
Holanda dejó 2019 como tal e ingresó a 2020 como Países Bajos, cambio que ya informó por carta a la ONU, que dispuso de inmediato la puesta en marcha de la maquinaria para todos los cambios de cartelería y documentación oficial.
También en 2019, en febrero, Macedonia se convirtió en Macedonia del Norte, tras un trabajoso acuerdo con Grecia, que reclamaba el cambio de denominación de esa ex región yugoslava ahora independiente, porque su nombre coincidía con el de una provincia griega del norte.
Otros dos países tienen en carpeta cambiar sus nombres, en ambos casos por los resabios de colonialismo que conllevan sus actuales denominaciones: Filipinas e Islas Cook.
El presidente de Filipinas, Duterte, fue quien instó a pensar un cambio de nombre porque el actual “se debe al rey Felipe de España”. El archipiélago, en efecto, tomó su denominación en 1543 en honor a quien luego sería rey de España, Felipe II.
Las islas fueron colonia española hasta 1898, y la Constitución actual habilita un cambio de título si antes la mayoría de la ciudadanía lo aprueba en un referendo. En alguna declaración a la prensa, Duterte especuló con el nombre de Maharlika, un término malayo que se usaba para hablar de las civilizaciones prehispánicas de la isla de Luzón, la más grande del archipiélago.
Las oceánicas Islas Cook, en tanto, ya tienen más avanzado su plan: existe un comité de historiadores, docentes y especialistas que analizan unos 60 nombres posibles para el conjunto de 15 islas.
El pequeño país busca dejar de llamarse con el nombre del capitán Cook, con el que carga desde 1835, y, según los objetivos del comité, la nueva denominación deberá reflejar la herencia del país, su gente y sus creencias más extendidas.
Un caso curioso es el de la República Checa: inscripta como tal en 1993, tras separarse un año antes de Eslovaquia -con la que conformaba Checoslovaquia-, informó a la ONU que desde mayo del 2016 adoptaba la versión Chequia, aunque nadie usa esa denominación breve.
Fue el resultado de una rareza, a partir de que a sus autoridades les pareció que República Checa era una mala marca comercial e identitaria. El debate llevó unos 20 años, y en 2016 la corte constitucional aprobó la mudanza de nombre.
Estos ejemplos, más la historia misma, muestran que los cambios de denominaciones obedecen a razones variadas: muchos fueron territorios que adoptaron otro nombre al lograr la independencia, otros buscaron despegar de los resabios colonialistas, unos más fueron para evitar litigios con vecinos y algunos otros simple decisión de las mayorías.
Un repaso de modificaciones de los últimos 50 años:
Algunas otras modificaciones fueron menos abruptas y apuntaron, solamente, al agregado o la desaparición de algún concepto sin cambios de fondo. A modo de ejemplos, en 1991 Bielorrusia -una de las ex repúblicas soviéticas- pasó a ser Belarús; en 1999 la reforma de la Constitución venezolana estableció como nuevo nombre oficial el de República Bolivariana de Venezuela, y desde el 2013 la República de Cabo Verde es simplemente Cabo Verde.
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