En medio del constante crecimiento de poder que sigue cosechando el presidente Néstor Kirchner, la cercanía de la campaña electoral impulsó a los distintos sectores de la oposición a tratar de reaccionar ante el cachetazo oficialista que la dejó prácticamente paralizada. Kirchner, al asumir la presidencia en un país todavía muy vapuleado por la crisis institucional del 2001, lejos de impulsar una revigorización de los partidos políticos, fue avanzando hacia una concentración de poder casi inédita desde la recuperación de la democracia.

    A caballo de un crecimiento económico, fomentado básicamente por el valor alto del dólar, el Gobierno sigue con paso firme al frente de todas las intenciones de voto, según lo confirman, una tras otra, las encuestas que se recogen con más frecuencia que nunca. La mayoría de los consultados parece no advertir o no preocuparse por el deterioro de la calidad de la democracia republicana que hoy se padece: la Ley de Superpoderes, la reglamentación de los decretos de necesidad y urgencia, la demora en completar la constitución de la Corte Suprema de Justicia, la falta de contacto directo con la prensa y la ausencia total de diálogo con la oposición, sumadas a la sumisión del Poder Legislativo, son cuestiones cruciales que, por el momento, no son vistas como señales de alarma por un amplio sector de la sociedad.

    Las alarmas están colocadas en otros temas más fundamentales para la vida misma: la inseguridad, la pobreza que, aunque esté disminuyendo, está lejos de desaparecer como un síntoma de una sociedad enferma, la desocupación, el trabajo informal que afronta la mayoría de la población en edad activa o los bajísimos haberes jubilatorios. También figuran en la larga lista de preocupaciones de los argentinos la inflación, que horada la piedra como una gota que en algún momento puede llegar a quebrarla, la educación, que revela impiadosamente su crisis terminal, y la salud pública, que no puede salir de un deterioro de años.

    Pero los políticos que ahora se despiertan porque quieren disputar algunas cuotas del poder omnímodo que hoy disfruta el kirchnerismo no hacen hincapié en esas necesidades básicas de los ciudadanos, que el Gobierno sí asegura atender, aunque de los dichos a los hechos siga habiendo distancias abismales. No debe resultar simpático ante la imagen pública que los partidos sigan dirimiendo sus disputas internas en vez de ocuparse en analizar el dibujo de país que se acerque más a los anhelos ciudadanos.

    El radicalismo hizo su primer convención nacional de significación desde su abrupta caída –empujoncito mediante– de Fernando de la Rúa. Por ahora, sus prioridades son redefinir su identidad, una identidad que no sólo quedó distorsionada y caricaturizada en el gobierno de la Alianza, sino que ahora está lacerada con la imagen de los radicales “triunfantes”, aquellos que ganaron gobernaciones o intendencias, quienes, en vez de tratar de profundizar su perfil opositor, optaron por aliarse al Gobierno, porque ello les rinde mayores réditos.

    Los hombres que rodean a Néstor Kirchner –como lo hicieron los laderos de Carlos Menem en su momento– recurren a la tentación de los favores para conseguir más adhesiones que le siembren de flores el camino hacia la reelección. No es concertación lo que están haciendo, sino, como dice Roberto Lavagna, es “concentración”, pero a muchos dirigentes políticos poco les importan los matices. El ex ministro de Economía, en tanto, sigue no sólo deshojando la margarita, sino también mirando un tablero incierto que tiene ante sí y que se armó cuando insinuó su candidatura presidencial para enfrentar a Kirchner en octubre del 2007.

    Motorizado por el radicalismo y el duhaldismo, Lavagna se embarcó en la ruta hacia la contienda electoral sin demasiadas certezas. A poco que fue avanzando, advirtió que de aceptar postularse para el radicalismo correría el riesgo de perder su identidad ideológica, que siempre estuvo del lado del justicialismo. Por algo, la semana pasada aceptó un a invitación de un puñado de duhaldistas aislados, al menos, hoy día, de cualquier porción de poder.

    Con ellos almorzó, cantó la marcha peronista sin corbata y dio una tímida señal a los popes de la UCR, quienes, aunque caídos, no están vencidos de que no piense entregarse de lleno al histórico adversario de su movimiento. Su eventual postulación, pareció decir, deberá ser manejada por el sector peronista disidente y no por la UCR: sería una alianza que habría que analizar a fondo, no sea cuestión que el atarse al partido centenario de Alem signifique lo mismo que ponerse al cuello una soga ligada a un salvavidas de plomo.

    Todo es incierto aún en el campo de la oposición: Mauricio Macri todavía no sabe a qué puesto se postulará y Elisa Carrió dio otro golpe al corazón de su partido al apartarse –ofendida– de la conducción, y no hay mucho más que contar. Claro que no todo se juega por el puesto de la presidencia en el 2007: hay jurisdicciones provinciales que están en danza y donde el oficialismo no pisa seguro, ni de lejos: se trata de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, nada menos. En esos distritos, podrían alumbrar en ensayos de rearme del juego libre los partidos políticos que no parecen tener espacio en el ámbito de la política a nivel nacional.