La solidaridad es un valor que cualquier ser humano conlleva en su vida, aunque, tal vez, no todos tenemos la capacidad de ponerla en práctica con quienes más lo necesitan. Esta nueva historia de Protagonistas de Vida refleja cómo Juana Prossetti supo encontrar en su ser ese don, con el que convive hace años y con el que descubrió el verdadero motivo de su existencia. Esta mujer desde hace seis años lleva adelante, junto a su familia y muchos corazones solidarios, el comedor comunitario Inmensa Esperanza, situado en Carrodilla, departamento de Luján de Cuyo.

    “A raíz de la crisis económica y social que se fue suscitando en el país hace unos años, empecé a notar que eran muchos los que sufrían hambre, necesidades y buscaban desesperados una mano que los ayudara a afrontar esa dura realidad”, manifestó Juana en diálogo con Protagonistas. “Mi familia y yo dábamos catequesis en la iglesia de Carrodilla y al salir de la sede siempre nos encontrábamos con que afuera aguardaban niños que buscaban un alimento o simplemente un abrigo”.

    Así, tras ese desolador panorama, esta mujer decidió, junto a su esposo Carlos y sus tres hijos, Gabriela, Enrique y Noelia, abrir las puertas de su hogar a fin de socorrer a quienes más sufren. “Al principio, fuimos nosotros quienes invitamos a once niños a venir a casa, allí les proporcionábamos un plato de comida, los higienizábamos e intentábamos suplir cada una de sus necesidades, ya que la mayoría de ellos no conocía lo que era una cama, dormían en cartones, no se bañaban y lo peor de todo fue que habían abandonado sus estudios”, comentó con nostalgia.

    El tiempo fue transcurriendo y de esos once pequeñitos la ayuda debió extenderse para 180 personas. Algo inexplicable, pero real. “Los niños, al sentirse cómodos y protegidos con nuestro afecto y contención, comenzaron a invitar a sus familiares y amigos y, de repente, nos vimos desbordados, pero jamás bajamos los brazos; al contrario, buscamos ayuda en amigos, vecinos y conocidos y de ese modo nuestra labor pudo continuar sin problema alguno”, refirió orgullosa.

LA LLEGADA DE UN ÁNGEL AL HOGAR. Ya abocada de lleno al trabajo social, Juana recibió una bendición de Dios. Por distintas circunstancias personales, llegó a su hogar un niño llamado Nicolás, un gordito que desde que nació se incorporó a la familia Prossetti como un integrante más, permitiendo a Juanita, como cariñosamente la llaman sus allegados, convertirse en su mamá del corazón.

    “Nico es el ser más maravilloso que el Señor me brindó, es un hijo más, y cada día agradezco su existencia”, expresó emocionada Juanita, y agregó: “A partir de la incorporación de este pequeño a nuestra familia, supe que mi compromiso social debía continuar: él estaba en casa calentito, con su plato de comida, su vestimenta en condiciones, sus juegos, mientras que afuera aguardaban muchos Nicolases con ansias de ser felices, de lograr el día de mañana convertirse en hombres y mujeres de bien”.

    De este modo, con la convicción de ayudar a los carenciados, y gracias al apoyo de mucha gente, fue posible alquilar una casa en el barrio Epa, donde contuvieron y brindaron un hogar a cada uno de estos seres indefensos. Sin embargo, a pesar de que el corazón era inmenso, los fantasmas de la discriminación y la marginación se hicieron presentes. “Al instalarnos en esa casa, recibimos muchos actos de desprecio, de crueldad, muchas personas se reunieron y juntaron firmas para que nos fuéramos del sitio, ya que para ellos era un comedor que albergaba a villeros y delincuentes.

    Y frente a tanta maldad e hipocresía, decidimos trasladarnos, a fin de salvaguardar la psicología de los chicos. Así llegamos al barrio Mauricio, en Carrodilla, donde residimos actualmente”, dijo indignada y algo dolida. Situaciones como estas no son sorprendentes ni novedosas y, aunque cueste pensar que existen personas con mentes y corazones cerrados, a través de esta historia de vida pudimos comprobar que existen y que, a pesar de ello, nadie hace nada. “Me dolió mucho ese desprecio y marginación, ya que desde un principio nuestro propósito fue lograr la recuperación de estos niños, que en su mayoría padecían desnutrición y graves enfermedades, tales como sarna, infecciones respiratorias, pediculosis; en fin, nos encontramos con una realidad muy deplorable”, explicó.

    “La instalación del comedor fue para insertar a esta gente en la sociedad, La imagen refleja la solidaridad de esta mujer con los más humildes. trabajo que no resultó nada fácil pero que hoy, luego de seis años, puedo asegurar convencida que fue posible”, recalcó. Juana y su gente se enfrentaron a una realidad en la que los valores, tales como la educación y los buenos modales, no estaban incorporados en ellos, y no porque no los conocieran, sino porque la situación económica del país empujó a estos seres a vivir de un modo precario, en el que no existía el trabajo, en el que el hambre, las drogas y la pobreza se fueron, de a poco, incorporando al escenario de sus vidas.

UNA LABOR DIGNA DE ADMIRAR. Desde hace tiempo, Juanita y sus colaboradoras se reúnen en el comedor y comienzan a preparar el almuerzo para estas 180 personas que, a diario, esperan de su generosidad. “Acá vienen familias enteras, madres solteras con sus pequeños, madres embarazadas, abuelos, niños con diferentes problemáticas sociales, intentamos socorrer a todos, dentro de nuestras posibilidades”. Cada una de las personas que llega al comedor lo hace con la expectativa de alcanzar su plato de comida, quizás el único que recibe durante el día.

    “Realizo mi tarea con esta gente desde lo más profundo de mi corazón, porque siento que es un modo de agradecerle a Dios tantas bendiciones que ha tenido para conmigo, la incorporación de Nicolás a mi hogar marcó mi lado más sensible y por él siento que hoy más que nunca debo ayudar a estas personas indigentes.”

OTRAS ACTIVIDADES. En el comedor Inmensa Esperanza no sólo es posible alcanzar un plato rico de comida, sino que, además, las mujeres acuden con el fin de sentirse personas útiles. Con esta convicción, Juanita inculcó a esta gente la importancia de ganarse el pan con dignidad. Por ello, dentro del comedor incorporaron un taller de costura, con profesoras que dedican sus horas de trabajo ad honorem.“Es muy gratificante ver cómo las mujeres llegan al comedor a realizar sus manualidades. Cada una sabe que gracias a nuestra labor sus familias reciben los alimentos y, ante esa generosidad, sienten la necesidad de agradecerlo con trabajo”, dijo orgullosa.

    En los talleres, las madres realizan tejidos a mano, al telar y, además, confeccionan vestimentas deportivas, que ya han sido muy bien recibidas en la sociedad, logrando vender muchas de dichas prendas. Pero esto no es todo, en el centro los más chicos reciben apoyo escolar, para lo cual profesores acuden al sitio a fin de aportar sus conocimientos, permitiendo que los niños no abandonen sus estudios, una meta que al principio se tornó muy difícil, pero que en la actualidad se hizo realidad.

    “Desde que incorporamos el apoyo escolar, la deserción bajó y ya no existen chicos repitentes, ponen mucho entusiasmo y tienen claro que es muy importante concluir sus estudios”, comentó. Dentro del hogar, los chicos poseen una biblioteca en la que es posible consultar todas las dudas que les surgen. Sin dudas, es muy noble la labor de esta mujer, pues no sólo vela por la integridad social de esta gente sino, además, por la importancia de su inserción en la sociedad como cualquier niño de bien.

    A modo de conclusión, nos gustaría, a través de esta nota, llamar la atención de todos aquellos que miran hacia un costado, sin darse cuenta de la importancia que merecen las personas como Juana, quien teniendo todo eligió vivir su vida de un modo diferente, simplemente agradeciendo por todo lo recibido. La solidaridad no es un valor que se compre con votos ni con todo el dinero del mundo, la solidaridad se construye, se hereda, y Juana Prossetti es un fiel reflejo de ello. Estas son las personas que merecen un espacio en los medios, por su labor y su compromiso incondicional con quienes más lo necesitan.